domingo, 31 de mayo de 2020

Alma Rosa Estrada. Escape


el poema del domingo
Escape

Por Alma Rosa Estrada

Me escaparé a la caverna feliz de la fantasía.
Color y luz ¿qué será
lo que cada vez me entretenga?

Serán espacios azules, 

luminosos de ventura,
 
flores blancas y doradas 

 
como los sueños del alma.

También estará colmado

el ambiente sin medida 

 
del amor y la esperanza, 

 
de la paz que no se acaba.

Y un bello pegaso blanco,

que se divierte jugando, 

 
me llevará entre sus alas, 

 
volando un camino extraño.

Mientras la flauta hechicera

desparrama su armonía 

 
en la memoria que sueña 

 
y tal vez… ¡Ya no regrese!




Alma Rosa Estrada Comadurán (1929 – 2000) nació en Guerrero, Chihuahua, y vivió gran parte de su vida en Ciudad Cuauhtémoc. Estudió curso comercial en el Instituto América de la ciudad de Chihuahua. En 1993 la UACH publicó su primer libro de poemas titulado Una mujer. En el año 2000 se publicó su segundo libro, llamado Tan cerca de la vida. En 2018 se publicó el tercero: Una mujer tan cerca de la vida. En Cuauhtémoc durante algún tiempo escribió y publicó crónicas  periodísticas en el semanario La voz de Cuauhtémoc. También fue una magnífica violinista y compositora de canciones.

sábado, 30 de mayo de 2020

Alberto Carlos. Fuimos tan malos

Arte de Alberto Carlos

Fuimos tan malos

Por Alberto Carlos

Los panegiristas a ultranza de lo español, como nuestro director, Lic. José Fuentes Mares, le buscan paliativos a las parrilladas de la inquisición española; los indigenistas de hueso colorado, como doña Eulalia Guzmán, le buscan atenuantes a la afición de nuestros indios, de antes del chiripazo de Colón, por abrir en canal a sus congéneres.
Ambos le escarban todo lo que pueden para ponerse los unos a los otros, como Dios puso al perico. El resto del mundo civilizado no desperdicia ocasión para ponernos en esos aspectos a nivel de trogloditas, total, que entre las buenas y las malas no damos una. Quedamos barridos y regados en la historia, pero vamos a ver: para empezar, no hay que ir muy lejos en el tiempo. Basta con recordar la matanza de millones de judíos, en tiempos de Hitler, en la civilizadísima Alemania; las purgas en la Rusia proletaria bajo los buenos oficios de papá Stalin; y las masacres de Hirosima y Nagasaki por los alegres güeros de Allende el Bravo, campeones del “mundo libre”. Claro que los métodos modernos son más técnicos que el acarreo de leña y el cuchillo de obsidiana, pero...
Si le metemos reversa al curso de la historia, veremos que nos dan el 15 y las malas en eso de sacrificar prójimos por angas o por mangas muchos pueblos civilizados a los que, si bien es cierto que los historiadores narran con desparpajo sus tarugadas, no les aplican los calificativos escatológicos que nos cuelgan a nosotros.
Durante la revolución francesa, en plena paz robesperiana y bajo el signo de la razón, la liberté, egalité y fraternité, el descabezadero con el invento del talentoso Mesieur Guillotín despachó más gente que el tabaquismo en nuestros días.
En la cuna de nuestra civilización (¡Ah, pa´cunita!) la Roma pagana, los paganos eran cristianos, los arrojaban como desayuno favorito de los leones y a modo de show para turistas en los caminos se veían crucificados, empalados y descuartizados, los cuales recibían el aplauso del respetable con mucho beneplácito.
En el cementerio de Ur, de la civilización sumeria, se descubrió que, cuando moría cualquier noble o influyente, masculino o femenino, se escabechaban a toda la servidumbre, damas de la corte y hasta unos cuántos familiares venidos a menos, para que el finado o finada no se fueran solitos al otro barrio. A los entierros iba más gente con los pies por delante que dolientes caminando. Esos sumerios más bien eran sumarios, por lo que se ve.
Los babilonios, los asirios y otros de por esos rumbos del Tigris y el Éufrates, gente piadosa, armaban carnicerías a diestra y siniestra, no solo en la guerra, sino masacrando a inocentes civiles de los pueblos conquistados y no se escapaban ni las gallinas.
La cuenta sería muy larga... Gengis Kan, la noche de San Bartolomé, los glutamatos, el colesterol (ya me salí del contexto) y qué sé yo. ¿Entonces, qué? Pues nada, lo que en el rico es alegría en el pobre es borrachera, ni más, pero ni menos.
Junio 1981




Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas, avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.

viernes, 29 de mayo de 2020

Fernando Suárez Estrada. Cuando El Picacho regaló millones de estrellas... menos una


Foto Fernando Suárez Estrada
Cuando El Picacho regaló millones de estrellas... menos una

Por Fernando Suárez Estrada

El volcancillo de la Laguna de Bustillos se fue iluminando poco a poco, de abajo hacia arriba, como si fuera un arbolito de navidad. Aquel Picacho, como se le conoce en estas llanuras doradas, en una noche oscura como ninguna, regaló al cielo millones y millones de estrellas refulgentes en una erupción musical, aleluyesca, teniendo como coro a todos los azorados vecinos del valle de Cuauhtémoc.
La última de las estrellas saltó hacia el firmamento pero su travieso brillo la encaminó a posarse a un lado de la violinista Alma Rosa, quien tocaba todas las noches en la cima del vecino monte El Duraznito, haciendo soñar a las románticas parejas que allí suspiraban, destacándose las de atlantes tarahumaras y alborozados menonitas, de gitanas y cirqueros sin circo, de chinitos bigotones y mujeres hispano arabescas –de ojazos de calidez hipnotizante y que los lelos curiosos admiraban en la conocida esquina donde sus afanosas familias fabricaban los gordos fideos que hacían las delicias de los habitantes de este mundo de apetitos débiles, exquisitos y engordadores–; de agraristas y sus compañeras doncellas de hacienda, de pastorcitos ovejeros y sus prudentes domadoras de potros, de rancheros y sus chispeantes chaparritas que hablaban cantadito, de morenos ferrocarrileros con sus rizadas maestras de poesía, de gigantes soldados y deportistas con sus adelitas flacas y suspiradoras, de tejedores de pelotas para jugar rebote y sus musas encorbatadas que vendían cigarros y chocolates en medio de los tablones que servían de bancas en el apretado cine popular; de creyentes y ateos con sus retadores himnos a la hermandad, del aleteo arrullador de dinosaurios y dinosaurias voladores...
¿Qué era aquello?... qué violín de maderas serranas más hechizante, qué manera de convocar a la fraternidad... Qué alabanza más bella escuchaba de las bocas y hocicos que le rodeaban:

...más allá de mi mar y mi universo/ de las estrellas y las galaxias/ de lo profundo de la creación/ está una de las respuestas olvidadas/ por mi humana conciencia/ una alegría que mi paz y mi dicha desconocen/ en esta dimensión.
Por eso espero en la envoltura de mi alma/ con paciencia sin fin/ que... por un resquicio del cerebro mío/ se filtrará algún día el rayo que descubra/ la esencia de esa verdad desconocida!

La estrellita se sonrojó y lloró de emoción.  Volteó hacia el cielo y dijo a sus hermanas que la veían con asombro:
―De aquí soy...  Aquí me quedo. ¡Cuauhtémoc es mi mar, mi laguna y mi universo!
El volcancillo gruñó dulzuras sacudiéndose de satisfacción por lo ocurrido...
Y la luna llena, brincándose las trancas orbitales, bajó a la tierra y abrazó con cariño a aquel parpadeante lucero de rancho.





Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.

martes, 26 de mayo de 2020

Bugambilia. Martha Estela Torres Torres


Bugambilia


Por Martha Estela Torres Torres




La bugambilia crece más cada día
desde que estoy resguardándome de la muerte.
Parece que asciende más
y ahoga las paredes de esta casa solitaria.
Aquí en esta trinchera de soledad,
en este escondite de colores vivos,
en este santuario de silencio
y de poemas muertos que nadie leerá
ya no acuden las abejas
ni los pajarillos a alentar la esperanza.
Solo la muerte con un costal de insumos
intenta, apresurada, llegar.




Martha Estela Torres Torres tiene licenciatura en letras españolas y maestría en humanidades. Entre sus libros publicados están: Hojas de magnolia, La ciudad de los siete puentes, Arrecifes de sal, Cinco damas y un alfil, Pasión literaria y Árboles en mi memoria, Seis lustros de letras y La cólera del aire. Actualmente es profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras y editora en la Universidad Autónoma de Chihuahua.