martes, 16 de febrero de 2016

Sabor a bruja. Un texto de Elvira Catalina Gutiérrez

Sabor a bruja


Por Elvira Catalina Gutiérrez


Bruja, ya probó el viento que sabes a pantanos,
cielos misteriosos y bosques.
La locura que escondes la revelan tus sueños;
aunque son tuyos, son chismosos e incontrolables.
Sabes a hiedra entristecida, por eso la vida te ofrece
un casto roble donde apoyarte.
A veces tu cabeza queda al aire incomprendida,
te alimentas de la furia de la naturaleza, amarga, salobre es tu presencia.
La gente hipócrita te mira, te intuyen en las penumbras,
en los lugares escondidos, donde crecen tinieblas,
expandes brumas grises tus paisajes subversivos a la hora del sueño.
Trajiste la espada del desvelo,
la luna hirió tu párpado y el viento se lleva tu tiempo.
Una amarga flor surge de las cenizas tenebrosas de tu madrugada.
Al amanecer probaste la fruta dulce de la manzana,
se duerme el alma rebelde.
Las antiguas brujas han de perdonarte
pues eres más mansa de lo que debieras.
Arrojas amor, versos, perfume, consuelo.
El valor, la lujuria, coraje y desenfreno están del otro lado del muro,
quieres cruzarlo, pero no te atreves.
Por eso nadie te hable de odio o malquerencia,
que la bruja solo quiere rosas en sus macetas,
cocinar un pastel con fresas, provocar la sonrisa de quien alimenta.



Elvira Catalina Gutiérrez. Licenciada en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Tiene maestrías en educación y en periodismo. Es profesora de literatura en secundaria y trabaja en radio con un programa cultural.

domingo, 7 de febrero de 2016

Ivette Royval. Lo irreversible.


Lo irreversible. Memorias de una chica en silla de ruedas



Por Ivette Royval




¿Te pedí por ventura creador,
que transformaras en hombre este barro del que vengo?
¿Te imploré alguna vez que me sacaras de la oscuridad?

[Poema del escritor inglés  John Milton (1608-1674) La cita procede del Canto X en el que Adán se lamenta ante el Creador después de la caída].

 


Cerré los ojos y me sumí en el sueño de la anestesia. No era la primera vez que me encontraba en ese trance. Sin embargo, en esta ocasión, no solo me iban abrir el pecho, sino que tendría que depender de la pericia del médico y de la máquina a la que me iban a conectar para sobrevivir.  Este tipo de operaciones se realizan todos los días en los hospitales del mundo, a decir de mi doctor. Pero para el paciente que está en la “plancha” resulta algo más que aterrador, saber que le estás confiando tu vida a un total extraño. En mi caso, más que al hecho de morir, (le he coqueteado a la muerte y ella a mí, en más de una ocasión) le temía a la posibilidad de quedar peor, (como aquella primera vez,  en la que al médico se le ocurrió extirparme los tendones de las rodillas, pensando que volvería a caminar).  En ese “peor” caben muchas posibilidades, desde quedar cuadripléjico hasta convertirte en vegetal. Por ende más sufrimiento no solo para mí, sino para mis padres que  ya han  tenido bastante con esta “cruz de hija”.

Recuerdo, a propósito de mis padres, que antes de entrar al quirófano se despidieron de mí por si acaso. Trataban de contener las lágrimas y yo de hacerme la fuerte. Mi hermano también estaba ahí, compungido. No hay nada más doloroso que ver sufrir a los que te quieren y  saber que eres la causa de su sufrimiento.

Una noche antes, un sacerdote me confesaba y me daba la extremaunción para un “buen morir”, lo que sea que eso signifique. Solo me arrepiento de dos cosas, de una acción que más adelante relataré y del innecesario suplicio por el que nos he hecho pasar.

Medio narcotizada en la mesa de operaciones, antes de mi cirugía, me distraía escuchando el radio (¿Para qué tendrán  un radio en el quirófano? ¿Lo apagarán mientras operan?) Entonces, se me ocurrió pedirle una señal a Dios, quería escuchar algo que me convenciera de que todo iba a salir bien. Nada más absurdo. Por supuesto esa señal melodiosa nunca llegó. En vez de la señal, llegó el anestesiólogo. Me preguntó que cómo  me sentía, casi con fastidio fingí una sonrisa y moví la mano de un lado otro para externar que más o menos. Después me pidió que contara del uno al diez mientras me ponía la máscara con la anestesia. Ese olor siempre me estremece. Dicen que tenemos una memoria olfativa y que ciertos olores pueden desencadenar que revivamos tal o cual circunstancia de nuestro pasado. A mí me basta con percibir el aroma de la anestesia para  transportarme a aquel quirófano donde me operaron la primera vez.

Mary Shelley escribió: “es difícil creer que el destino del hombre sea tan bajo que le lleve a nacer solo para morir”. Leí Frankestein cuando tenía como 13 años, casi  de inmediato me identifiqué con esa criatura rebelde que cuestionaba a su creador.  ¿Por qué me habían creado así? ¿Por qué he estado tantas veces en situaciones críticas?  Suelo preguntarme.


Ivette Royval es licenciada en administración financiera por el Tec de Monterrey, pero nunca ha ejercido. Desde joven le apasionó la literatura y por esa razón cursó un semestre de letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras, estudios que abandonó por motivos personales.

jueves, 4 de febrero de 2016

Carmen Posada. Metapoesía, una necesidad del poeta

Metapoesía: una necesidad del poeta.

Por Carmen Posada

“Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo”. (Elizondo, Salvador, Textos y relatos).
El grafógrafo (1972)
Salvador Elizondo


¿Qué es la poesía y quién puede explicarla? ¿Para qué se escribe? ¿Hay una fórmula del correcto escribir en la literatura? ¿Qué es lo que dota a la obra literaria de esas características que la diferencian entre los textos de otras índoles? Esas y muchas otras preguntas surgen tarde o temprano en la mente de quien se ha decidido por las letras, de quien se ha adentrado en este camino sin retorno. Porque a fin de cuentas, como Jorge Larrosa lo ha señalado “Las preguntas están al principio y final del estudio. El estudio se inicia preguntando y se termina preguntando” (La experiencia de la lectura 19). Y son precisamente esas preguntas que han taladrado desde siempre la mente de los escritores, las que han sido las constructoras de todas las teorías literarias, de las poéticas, de las metapoesías y de este estudio mío que pretende hablar sobre metapoesía a partir de las ideas de Paul Ricoeur sobre la metáfora para adentrarnos en el por qué de la necesidad de escribir sobre el acto de escribir.
            Para comenzar hemos de esclarecer los términos de poética y metapoesía, que si bien son parecidos, hay abismales diferencias entre ambos. Para aquellos que nos dedicamos a la escritura los textos llamados poéticas son algo conocido. Una poética es por definición esencial, según la Real Academia de la Lengua Española, número uno: “ciencia que se ocupa de la naturaleza y principios de la poesía, y en general de la literatura”, segundo: “tratado en que se exponen los conocimientos de poética” y tercero: “conjunto de principios o de reglas, explícitos o no, que observan un género literario o artístico, una escuela o un autor”. (RAE, www.rae.es). Es decir, cuando hablamos de poética nos referimos a una serie de visiones sobre la literatura, la manera en que es comprendida por una escuela o un autor y a las recomendaciones que se consideran pertinentes al hablar de la escritura.
            Las poéticas suelen ser tratados en los que el autor nos hace entender su manera de comprender la literatura, son textos que se esfuerzan por esclarecer este caótico mundo de las letras. Textos en los que se parte de la base de la experiencia y se camina hacia el horizonte de la teoría literaria; sin ejercicio no hay poética, sin la escritura no hay ideas que delineen y precisen la pluma del autor. De allí que todas las poéticas sean creadas por escritores que tienen ya una trayectoria en la literatura, que han recorrido largo tramo en combate con el arte de escribir y nos hablan desde su empirismo.
            Las poéticas abundan en el mar actual de lecturas que nos consume y crece día a día. ¿Quién no ha leído una poética? Probablemente muchos lectores las han conocido sin reparar en ellas. Están desde las más clásicas como la Poética de Aristóteles o el Ars poética –también llamada Epístola a los pisones- de Horacio, hasta las más contemporáneas y famosas como Cartas a un joven poeta de Rilke, Decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga, El arte del cuento de Ernest Hemingway, Inspirción de Vladimir Nabokov, Seis propuestas para el próximo milenio de Italo Calvino y Así escribo mis cuentos de Jorge Luis Borges. Todos estos textos con la intención de sus autores por transmitirnos lo que la escritura ha hecho de ellos. Si los miramos desde una óptica positivista, pareciera que sus propósitos principales son los de normar y regular el acto creativo y así elevar su producción. Personalmente creo que las poéticas van más allá, buscan transmitir la fuerte reacción que ha producido la literatura en una persona, son un ardor por proferir el complementario juego de dos actos que son intrínsecos: la lectura y la escritura.
            Jorge Larrosa, en el prólogo a su estudio La experiencia de la lectura, nos ilustra sobre esto: “Estudiar: leer escribiendo. Con un cuaderno abierto y un lápiz en la mano. Las páginas de la lectura en el centro, las de la escritura en los márgenes. Y también: escribir leyendo. Abriendo un espacio para la escritura en medio de una mesa llena de libros. Leer y escribir son, en el estudio, haz y envés de una misma pasión” (12). Parafraseando a Larrosa diré que quien lee necesita escribir e igualmente al contrario, ambos verbos van concatenados y el literato no puede escapar a la escritura sobre lo que hace, así nace la escritura sobre la escritura, o la poética. Susan Sontag lo expresa así “La obra de todo escritor, toda interpretación literaria es, o equivale a, una descripción de la literatura misma. La defensa de la literatura se ha convertido en uno de los temas principales del autor” (La conciencia de las palabras párr.20). Y así lo que Sontag expresa es que siempre en la escritura se esconde nuestra visión sobre ella. Lo particular se encuentra cuando ya no es una poética lo que se crea al momento de querer tratar temas referentes a literatura, sino se usa ésta misma como vehículo de las ideas del autor. Esto es a lo que llamo metapoesía. 
            Entiendo a la metapoesía como a una paralela del metalenguaje, si el metalenguaje es el lenguaje que se utiliza para hablar del mismo lenguaje; la metapoesía es poesía que habla de ella misma. Con todas las características de una poética, las cuales ya mencioné, pero con una singularidad que es el lenguaje literario. No se trata de un discurso en el que se exponen, bajo la voz del autor, sus nociones personales de literatura. Más bien, con voz narrativa y en las líneas de la ficción, la metapoesía expone al literato y su quehacer. Éste será el primero de los dos pilares que sostienen el puente que conecta pero a la vez separa a la poética de la metapoesía.
            La segunda diferencia esencial entre ambas creaciones es el género literario. Y aquí hemos de prestar especial atención para no confundir una de la otra. Existen poéticas que, en efecto son obras literarias, como es el caso de Cartas a un joven poeta de Rilke o la versión para narradores Cartas a un joven novelista del latinoamericano Mario Vargas Llosa, sin embargo su carácter literario o ficcional no los convierte en metapoesía. ¿Por qué? Porque simplemente no estamos ante poesía. Llegada a este punto he de descartar todos los demás géneros, háblese de novela, cuento, epístola, ensayo, etc. y al adentrarme en la poesía, que posee diversas propiedades como son ritmo, rima, imágenes, tropos y demás, fijaré mi atención en la más importante de ellas, la piedra angular de este texto: la metáfora.
            La metáfora es parte primordial de la poesía como género, el concepto vedado ante los ojos del lector. Significado primario y secundario que se conjugan para dar interpretación de las palabras. Para Paul Ricoeur, el lenguaje de la obra literaria conlleva un sentido explícito y un sentido implícito, a lo que el positivismo lógico llama lenguaje cognoscitivo y lenguaje emotivo y que la actual crítica literaria denominará denotación, de un orden semántico, y connotación, extra semántica. Y contrario de lo que se puede pensar en primera instancia, estos tipos de significación no son polos opuestos de una misma expresión, de hecho, es gracias al juego de ambos que podemos tener la enunciación poética. Y Ricoeur expresa: “Podemos entonces decir que lo que un poema afirma está relacionado con lo que sugiere, así como su significación primaria está relacionada con su significación secundaria, y en donde ambas significaciones caen dentro del campo semántico” (La metáfora y el símbolo 60).  La connotación a la que sometemos el proceso exégeta del lector no es propiamente extra semántica, sino que tiene sus fundamentos en la misma interpretación de la metáfora.
            ¿Cómo se interpreta correctamente a la metáfora? Según Ricoeur la metáfora, o el estudio de ésta, ha atravesado por una problemática importante que viene desde los griegos. Para la retórica clásica la metáfora no es más que un tropo en el que las palabras toman significado de manera aislada, esto es a lo que Aristóteles llama “sentido actual” de la palabra; el significado es común para cierta población y es fijado por los operantes de una comunidad hablante. La metáfora es una simple transposición de significados. Pero es precisamente esta noción de metáfora la que nos ha hecho daño a los estudiosos de la literatura a la hora de su interpretación. Para la semántica moderna, el problema de la metáfora va desde la semántica de la palabra a la semántica de la oración, no es (como la retórica clásica lo considera) un simple accidente de la denominación. Tiene su esencia en el fenómeno predicativo, no enunciativo. El fallo principal es querer interpretar a la metáfora desde la soledad de las palabras y no desde el conjunto enunciativo. Ya que como Ricoeur señala “La metáfora es el resultado de la tensión entre dos términos en una expresión metafórica” (63).
            Esta tensión es una contradicción, lo que leemos no es lo que en verdad nos quiere decir. Precisamente este absurdo es lo que hace existir a la metáfora, no podemos interpretarla literalmente o moriría. Sólo salvamos a la metáfora cuando sometemos a las palabras a un trabajo del sentido y este trabajo nos supone mínimamente dos posibilidades interpretativas que dicen cosas opuestas entre sí. “En otras palabras, lo que se arriesga en una expresión metafórica es la aparición del parentesco en la que la visión ordinaria no percibe ninguna relación” (64). Quizá este fenómeno ocurra en todos los géneros literarios, muy probablemente no, pero si es así hay algo que no podemos negar, la poesía es el único de los fenómenos que depende de esto: la pluralidad de lecturas.
            ¿Qué leemos en un poema? ¿Leemos lo que nosotros queremos leer? ¿Leemos lo que el autor quiso decir? Y si leemos el mismo poema con veinte años de diferencia entre cada lectura ¿leeremos lo mismo en ambas ocasiones? La poesía mezcla elementos que aparentemente no deberían estar juntos, crea un malentendido, pero es gracias a este malentendido que amplía sus propios horizontes interpretativos. El sentido de la metáfora se encuentra dentro de ella misma sin embargo no es traducible, es parafraseable. Nunca accederemos a lo que el autor nos quiso decir. Posiblemente ni el escritor sepa con exactitud lo que quiso decir.
            También hemos de desechar la idea de la metáfora como un valor meramente ornamentario. “La metáfora no es un adorno del discurso. Tiene más que un valor emotivo porque ofrece nueva información. En síntesis, una metáfora nos dice algo nuevo sobre la realidad” (66).
            Cuando el poeta escribe, lógicamente haciéndolo desde la metáfora, nos da una visión renovada de la realidad que posee. Las contradicciones que hacen posible la multitud de significados tuvieron que gestarse en algún lugar de su pensamiento, bajo alguna relación que de primera instancia no nos parece lógica, relación que no encontraremos, pero que nos hará crear nuestros propios lazos con lo dicho y aprehender así una nueva careta de la realidad.
            La metáfora es, y por ende la poesía también, una construcción de la realidad, no sólo es una visión nueva de ella, sino que la crea en universos infinitos que son los de la interpretación a la hora de leer un poema. Así la poesía se vuelve un constante aprendizaje, de quien la escribe y la lee.
            Pero ¿qué pasa entonces con la metapoesía? ¿Se vuelve un conocimiento del escritor? ¿Una realidad de la poesía? ¿Logra describir correctamente lo que es la poesía? Para responder a estas cuestiones partiré de una pregunta fundamental y más básica ¿por qué he diferenciado metapoesía de poética?  La respuesta a esta interrogante no debe ser cuantitativa, sino cualitativa. Es decir, ya he definido las disimilitudes principales entre ambos textos, dejaré esa lista de características atrás para hablar sobre el nacimiento de la metapoesía y su por qué.
            Cuando uno se encuentra ante una lista de poéticas, que obviamente no será totalizadora, pero digamos sí representativa, se topa con un pequeño detalle: la mayoría de los autores que escriben poéticas son narradores, o si bien, son narradores y poetas, escriben sobre su faceta narrativa. Con esto no quiero decir que no existan poéticas sobre poesía, pero el número de narradores escribiendo poéticas rebasa sin lugar a dudas el de los poetas. La clave para analizar dicho fenómeno se encuentra en la resistencia.
            Luis Cernuda, poeta español de la erróneamente llamada generación del 27, nos comenta algo al respecto en su texto Palabras antes de una lectura “Siempre he rechazado cualquier tentación de comentar mis versos o de explicar lo que con ellos he pretendido. ¿Por qué lo hago ahora? Quizá porque crea cómo la deficiencia mía pudo no expresar en ellos cuanto yo pretendía o porque crea que la deficiencia de otros puede no ver en ellos cuanto yo he puesto” (párr. 2). Cernuda escribe sobre esa negación que tenía a la develación de la metáfora, habla de la deficiencia suya al escribir o la deficiencia de otros al leer, yo más bien creo que habla de la diversidad de interpretaciones ¿en verdad pudo él ser insuficiente al escribir? ¿O nosotros al leerlo? Bueno, nosotros al leerlo probablemente sí, pero no hablemos de insuficiencias, sino de horizontes interpretativos que se bifurcan en la cabeza de quien lee. La misma poesía se caracteriza por alejar al lector del escritor, otros géneros como el ensayo o la novela podrán acercarnos, pero la poesía no. Entendemos a un poeta, lo parafraseamos, mas no podemos ser definitivos con lo que sus versos claman. Y sin embargo la poesía construye redes entre nosotros.
            Pero el poeta no se exilia, es a fin de cuentas un artista, un artista que escribe para un público, que precisa lectores, que desea lanzar sus versos y que éstos hagan eco en alguna mente. Se escribe en soledad pero no para la soledad. Así como los hacedores de otros géneros, el poeta tiene una necesidad primaria: requiere de escribir sobre el escribir. Necesita desdoblar su actividad diaria y vital para comprenderla de la única manera que comprende: siendo escritor. Por esta razón ellos recurren a la metapoesía, para reafirmar su actividad, para intentar acortar la distancia natural entre ellos y nosotros, acuden a la metapoesía porque ¿de qué otra cosa han de asirse si no es de la misma poesía?
Cuando a Guillermo Carnero, escritor español de la posguerra, nacido en el 47, le preguntaron sobre el trayecto que como poeta había tenido referente a su obra y su efecto en él, el autor respondió: “El autoconocimiento que la poesía proporciona se da en la formulación del yo que es la escritura, ante la mirada de quien escribe y ante la de quien lee lo escrito. Al final, acabamos siendo lo que hemos escrito, y la escritura viene a ser equivalente a la salvación del alma para el creyente […] La metapoesía ha sido siempre esto para mí” (Carnero, Guillermo, Poética y poesía 24).
Un punto fundamental en las palabras de Carnero sustenta mis ideas, él dice que el poeta termina siendo lo que ha escrito, no únicamente explora en su interior para crear poesía, la poesía lo construye y lo convierte en lo escrito. El poeta escribe para escribirse. Pero esta situación se vuelve aún más especial cuando lo que sale de la pluma del autor no es solo poesía, sino cuando esta sirve para bosquejarse a sí misma y al escritor.
La metapoesía es un reafirmarse como poeta, ¿para qué se escribe metapoesía? Para existir como poeta. La metapoesía, que es sustancialmente metafórica, nos presenta el mundo de las contradicciones de la poesía, de las contradicciones del poeta, pero también amplía los confines de éstos, perdurándolos, acercándonos a ellos y a la vez alejándonos. No busquemos en la metapoesía las claves de la escritura, busquemos más bien nuestra propia relación con las letras. Ella nunca nos será esclarecedora sobre el acto de escribir,  mejor aún nos dará el regalo de la visión multiforme del poeta y su quehacer.

Bibliografía:
Carnero, Guillermo. Poética y poesía. España, Madrid: Gráficas Jomagar. MÓSTOLES, 2003. Impreso.
Cernuda, Luis. Palabras antes de una lectura. España, Barcelona: Seix Barral, 1960. Impreso.
Larrosa, Jorge. La experiencia de la lectura. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2003. Impreso.
Ricoeur, Paul. Teoría de la interpretación. [En línea]. Fecha de consulta: mayo del 2013. Disponible en: http://www.scribd.com/doc/45897337/34160991-Paul-Ricoeur-Teoria-de-La-Interpretacion
Sontag, Susan. La conciencia de las palabras. [En línea]. Fecha de consulta: mayo del 2013. Disponible en: http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=2348

Marzo 2014


Carmen Posada nació en Delicias en 1991; estudió letras españolas en la UACH y ha participado como ponente en más de diez congresos y encuentros de estudiantes de literatura en diversas partes del país. Fue becaria en el 2012 y el 2013 para participar del Curso de Creación Literaria para Jóvenes Creadores de la Fundación para las Letras Mexicanas en Xalapa. Es coordinadora del Comité Organizador del ENEJ Jesús Gardea en su primera edición. Actualmente estudia un curso sobre creación de proyectos culturales ofrecido por la Conferencia Nacional de Institutos Municipales de Cultura y es Coordinadora de la Comisión de Gestión y Administración de Recursos del ENEJ Jesús Gardea 2014.