sábado, 27 de junio de 2020

Fernando Suárez Estrada. La pastorcita que alimentaba con poemas a dinosauritos y soñadores


La pastorcita que alimentaba con poemas a dinosauritos y soñadores

Por Fernando Suárez Estrada

El nido, de hojarasca calientita y troncos de alamitos, dejaba escuchar algarabía y sonidos guturales tiernos.
El arroyo de conchas, caracoles y fósiles de reptiles voladores animaba al dinosaurito Quetzalcoatlus, de hocico largo y saltones ojos colorados y traviesos.
Mamá dinosauria no daba con pies ni cabeza. 
Ni las jugosas manzanas golden de la región, las supremas del planeta –masticadas por ella de cinco en cinco, con todo y semillas–, ahuyentaban la ansia terca por volar de la pancita verde y boluda aquella.
¡Cielo emplumado...!  El niño juguetón quería lanzarse a las estrellas sin haber mordisqueado siquiera una esfera suculenta y sin que su ángel de luz le hubiera puesto su pañal de palmas y no había palabras ni gruñidos que lo apaciguaran, primero, y lo reprimieran, después, en su quimera a emprender un vuelo loco hacia la libertad estelar.
Mamá lloraba sentimientos, más que lágrimas.
Alma Rosa, la pastorcita que vivía en la cabaña de troncos de pino, al pie del nevado, perlado y fastuoso Cerro Azul –donde el nido de almas voladoras abarcaba toda la cumbre–, escuchó a su desconsolada amiga y pensó en cómo entrar en los pechos sensibles de aquellos alados bulliciosos para encender la llama de sus sueños, ¡tanto las maternales como las infantiles!
Entonces, la niña de mirada escarbante sacó del fondo de su corazón un poema que tenía escondido para instantes como el presente.
Con voz acariciadora, declamó a los vientos y a esos hambrientos y curiosos oídos que se encimaron a sus labios de cereza:

Hijos...
Como la tierra y el cielo se abrazan
en su horizonte eterno
así los viví, aunada, y así los sigo
viviendo.

¡Alma Rosa mágica!
Su poema resultó alimento liberador. La dinosauria, con un bisbiseo ranchero, y abriendo su mente para apoyar los ensueńos de su travieso lepe, dio una nalgada a ese azorado y relajiento chamaco y este empezó a revolotear hacia el valle.
La Catedral de San Antonio, como faro en la llanura nevada, iluminó con un brillo rosado las nubes en que bailoteaba el dinosaurito y sus campanas de ecos ancestrales llamaban a escuchar una apacible voz de albañil tarahumara –que siempre se hacía presente, desde el cielo, en sucesos armoniosos–, y que fue hijo de una mujer ilustre de nuestra Matria chihuahuense, doña Amparo  (¡aunada a su retoño!), una inolvidable gobernadorcilla de la comunidad de la montaña del Mohinora, el pico más alto de las venteadas Barrancas.
Joven héroe, aquél –también honrado como poeta de hechos–, que ofrendó su vida en la construcción del Templo pluricultural, al caer al vacío y  salvar de una tragedia de añicos a los delicados vitrales del Jesús Morenito –de pantalón de pechera y ojos de sonrisa china–, habiendo reforzado con tornillos divinos sus santificados espacios en las bóvedas, luchando contra un tornado invasor que se empeñó en arrojar al suelo al humilde personaje y a aquellas obras de arte...  Lamentablemente el muchacho, el héroe, el mártir de esa Cuna de Rezos, voló a la eternidad, pero su hazaña quedó grabada, con letras sentimentales, en arcones de oro de lágrimas pueblerinas y en la orgullosa piel de todas las generaciones de sanantoñitos.
Poemas a Pedacitos de Dios, pues, escuchan desde entonces los soñadores alados y no alados del mundo. 
¡Existen corazones dinosáuricos inocentes, para rato!
Y aquella pastorcita, rociando de poemas esperanzadores al Santuario terráqueo y recitando odas a los herederos de armonías de su terruño, se desplazó al fin a las estrellas en una de las alas de mamá dinosauria y el dinosaurito, en la otra aleta, reía contento.




Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.

1 comentario:

  1. Que bello, me trasladó,a su, Poema y felicidades, Hijo de tal Madre, Poética, fuiste elegido, para ser Poeta. Congratulaciones. Amigo.

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