La sensación del infinito que habita en sus
ojos
Por Sergio
Torres
Cuando la ves de lejos,
cuando la ves en fotos, cada vez que te platica algo emocionada de su vida, de
sus hijos, de sus papás, de sus logros, la sensación del infinito que habita en
sus ojos no deja de maravillarte y parece sencillo mirarla de frente, hasta que
toda esa dulzura, claridad, fiereza, se posa en ti y te invita ser parte de su
risa o te cuestiona algo intrascendente, la sensación de que el universo te
escucha (igual que una inteligencia artificial intentando seguir tus tendencias
de compras) es innegable: la perfección existe y tiene cuerpo y nombre de
mujer. Tiene una edad precisa y una historia donde las ilusiones y las
decepciones bailan juntas pasito de Satevó con la Leyenda del Bravo. Tiene
perfume de canela, miel y almizcle, se viste de algodón y seda, de lycra y
elastano, calza del 5 y es alta y firme, como diosa olímpica. Egoístamente, no
les comparto el nombre ni la ubicación, no solo porque no quiero que la busquen,
porque su quehacer es de servicio, sino porque la casualidad fue quien me reunió
con ella y creo firmemente en que la aleatoreidad de la vida los llevará a su
encuentro si esto es de crecimiento para su existencia. Yo disfruto tanto de su
sonrisa que evito todo lo posible ir a verla. Me gusta tanto, que quiero
llevarla al cine, tomar café y comer pastel. Me agrada su sonrisa de tal manera
que quisiera llevarla de viaje a visitar la playa y hartarnos de ostiones y
pescado zarandeado, atardeceres y baile hasta que salga el sol, solo porque sí,
solo por ver la luz de sus ojos y esa sonrisa enorme. No soy hombre de fe, pero
si ella me dijera que existe un dios, pienso que le daría un porcentaje mayor a
mis dudas y me abandonaría en el hueco que hacen las clavículas bajo el hombro,
a embriagarme de su vida, con los ojos cerrados.
Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.
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