Escribir en el sueño
Por Daniel Salinas Basave
Dos imprescindibles rituales del amanecer:
beber el primer café del día (siempre más negro que mi alma) y escribir a mano
lo que soñé, si es que algún pez queda en la red de la duermevela. Para
convertir lo onírico en palabra escrita es preciso hacerlo recién despiertos.
Si dejas pasar demasiados minutos, todo irremediablemente se esfumará.
El cerebro es como una playa que por la noche
es cubierta por el océano inabarcable del subconsciente. Al alba, la marea baja
y nuestro tejido neuronal es una playa mojada condenada a secarse. Si quieres de verdad extraer néctar onírico
es preciso escribir cuando el telar encantado aún está húmedo.
Antes escribía a mano los hechos del día,
pero desde hace ya bastantes años que en mis diarios solo hay sueños. No busco
interpretarlos ni comprenderlos, solamente narrarlos. Los más recurrentes son
estuarios en el Pacífico, colas de cetáceos, la casa de mis abuelos al
anochecer e interminables laberintos aeroportuarios. Cuando duermo siempre
estoy de viaje, aunque a veces también leo y escribo.
En la antología Poder del sueño, Roger
Callois recopila relatos antiquísimos y modernos inspirados por el misterio de
lo onírico. Una buena dosis de mitología china e india, pero también relatos de
Poe, Gautier, Borges.
En la literatura fantástica y en el
psicoanálisis la obsesión es recurrente: alguien sueña con soñar el sueño de
otro.
El sueño, emanación del subconsciente, es en
sí mismo otredad, pues revela esos deseos y temores de nuestro ser que a menudo
nosotros mismos desconocemos. Al enfrentar al subconsciente, de una o de otra
forma enfrentamos al otro. Eso es lo que hicieron Tabucchi y Borges en Sueños
de sueños y Libros de sueños: imaginar el mundo onírico de
filósofos, poetas y pensadores.
Me gusta particularmente el libro de Tabucchi.
Y es que resulta de lo más atractivo imaginar
qué pudieron soñar pintores como Francisco de Goya, o Tolousse Lautrec, o
poetas como Arthur Rimbaud, Fernando Pessoa o Federico García Lorca por
mencionar solo algunos. El primer sueño narrado es el de Dédalo, un personaje
de la mitología griega padre de Ícaro y aeronauta por vocación y concluye, vaya
paradoja, con el intérprete de sueños Sigmund Freud, en lo que es por cierto
una de las mejores narraciones del libro.
Rodolfo Fogwill, en cambio, hizo lo que ahora
hago yo: anotar los propios sueños, aunque el resultado sea una escritura por
momentos caótica e incoherente. Por fortuna, en los territorios de la
literatura y el sueño, no hay reglas que valgan. Todo, absolutamente todo, es
posible. En mi caso esos cuadernos no son escritos con afán de publicación, y
ni siquiera me ha dado por pasarlos en limpio.
¿Para qué limitarse entonces?
Posdata. Últimas palabras tras recorrer la
absurda cartografía de Daxdalia: Desde
entonces hay una certeza que no me abandona: tú, al igual que yo, estás soñando
este instante, pero no nos basta con despertar. Somos el sueño de otro. Alguien
más nos sueña, pero ese alguien ya no despierta.
Daniel Salinas Basave es licenciado en derecho, periodista y escritor. Ha colaborado en Esquire, Gatopardo, Milenio y Replicante, entre otras publicaciones. Trabajó como reportero en El Norte de Monterrey y en Frontera, de Tijuana. Actualmente tiene espacios editoriales semanales en Semanario InfoBaja, Suplemento Cultural Palabra, Síntesis tv y San Diego Red. Es Premio Estatal de Literatura Baja California 2010 por Réquiem por Gutenberg. Premio Bellas Artes de Ensayo Literario Malcolm Lowry 2014 por Cartografías de Nostromo. Relatos de espías, embajadores y embusteros. Premio Gilberto Owen de Literatura 2015, en la categoría de cuento, por Días de whisky malo. Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2015 por El lobo en su hora. La frontera narrativa de Federico Campbell. Ganador del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2015, en el género de ensayo, por el trabajo titulado Bajo la luz de una estrella muerta.
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