La columna de Bety
Presentimientos
Por Beatriz Aldana
Noviembre y diciembre, meses
que yo quisiera saliesen de mi calendario. Ahora expondré mi argumento sobre esto:
A temprana edad, y de eso hace ya muchos ayeres, se me dijo en casa: Mamá
Jesusita ya no sobrepasara diciembre. Esto, dicho por una de mis hermanas
mayores.
Y ciertamente: Mi mami
falleció a las 5:10 de la tarde del lunes 22 de diciembre de 1969.
Como si fuese una premonición,
empecé a temer los finales de cada año, siempre con esa pequeña punzada en mi
corazón, y, efectivamente, al pasar el tiempo, precisamente en esos dos meses
han terminado su caminar por este sendero de Dios las personitas que más han
significado en mi, hasta el sol de hoy, ya larga vida. Entre ellos, mi hermano,
el gran artista del pincel Sergio Alberto; mi hermana Lucila; mi sobrino, más
bien, mi hijo del corazón, Daniel Eduardo, arteramente asesinado por un sujeto
al parecer celoso de la galanura y extrema buena vibra, o como comúnmente se
dice, el ángel que de sobra tenía Dani.
También una de mis mejores
amigas, a la cual adopté cuál si fuese una hermana por la estrecha y continúa
convivencia que teníamos: María de Lourdes, a quien de cariño le llamábamos
Luly.
Y cómo dejar de mencionar a
mi amigo desde la adolescencia Sergio Enrique, quien en múltiples ocasiones me
acompaño con sus acordes de guitarra, mis interpretaciones de melodías de Los
Beatles en mis shows en las escuelas primarias en aquellos lejanos tiempos. Él
por fortuna aún vive, pero ahora sin un miembro importante e indispensable para
su movimiento, una extremidad inferior, con la probabilidad nada halagueña de
que también tengan que cercenarle (horrible verbo) su otro miembro inferior.
En fin, para no entristecer
y ser ese Grinch que amargue estas festividades tan sagradas y de tanta magia y
espiritualidad, suspenderé mi recuento de pérdidas de fin de año, que en mucho
contribuyen a esa tristeza y lágrimas tempraneras que me asaltan en estos no
deseados para mí meses de noviembre y diciembre que no dejan de ser hermosos
para la generalidad, pero por desgracia no para mí.
Vaya mi recuerdo más sentido
para quienes tanto significaron en mi vida.
Pero quien más dejó una
huella, no, más bien un tatuaje de vacío y soledad fue ella, mi madre, aquel tristísimo
22 de diciembre de 1969 que letras
arriba ya mencioné, y, curiosamente cada año mismo día me empieza un
resfrío intenso con sintomatología poco común, creo yo provocando por una baja
de defensas lógicas. Por esa llamémosle depresión estacional.
Beatriz Aldana es contadora y siempre ha trabajado en la industria y en corporativos comerciales. Gran lectora, escribe y produce crónicas de video en sus dos blogs de Facebook, además de La columna de Bety en Estilo Mápula.

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