Antes/ 06
Caricaturas en la tele
Archivo Raúl Herrera
Marilyn
Por Marco Benavides
Mucho antes de que existieran Instagram,
TikTok o los algoritmos que hoy deciden qué vemos, hubo una mujer que convertía
cada aparición en un evento cultural. Marilyn Monroe no necesitaba wifi para
volverse viral. Bastaba con que cruzara una puerta, ladeara la cabeza o
pronunciara una frase con esa voz entrecortada para que el mundo se detuviera.
Lo que hoy llamamos trending topic, ella lo generaba simplemente existiendo.
Fue estrella de cine, sí. Pero también fue algo más inquietante y moderno: la
primera persona en dominar ‒y pagar el
precio de‒ la lógica de la influencia
masiva.
Marilyn entendía el poder de la imagen como
pocos. Nada era casual: cada pose ante las cámaras, cada risa cristalina, cada
movimiento de su cabello platino estaba cargado de intención. Sabía leer a la
prensa mejor de lo que un estratega digital actual lee las visitas. Sabía
cuándo sonreír, cuándo callar, cuándo desaparecer para que la extrañaran más.
Sabía que un vestido blanco ondeando sobre una rejilla del metro podía decir
más que mil entrevistas. Aunque el estudio moldeó su personaje, ella lo
perfeccionó hasta convertirlo en una marca inconfundible. En los cincuenta era
simplemente Marilyn siendo Marilyn: una identidad construida con esmero para
cautivar al mundo entero.
Su influencia generaba conversación
constante: imitaciones, rumores, portadas, escándalos. Su rostro circulaba en
revistas, escaparates y calendarios con la misma velocidad de hoy. Cuando
Marilyn cambiaba de peinado, medio mundo la seguía. Cuando usaba un tono de
labios, se agotaba en las tiendas. Cuando aparecía con un vestido nuevo,
definía la tendencia de la temporada. En términos actuales: movilizaba
emociones, marcaba estilo y desataba pasiones con una naturalidad que parecía
magia pura.
Pero como tantos creadores de contenido
actuales, sostener una identidad pública tan luminosa exigía esconder las
grietas, las noches de insomnio, las dudas. La Marilyn que reía en pantalla
convivía con la Norma Jeane que temía no ser suficiente, que anhelaba papeles
profundos en un sistema que solo quería de ella glamour desechable. Vivió la
presión de ser observada, juzgada y consumida veinticuatro horas al día, mucho
antes de que existieran los comentarios anónimos en los blogs. Su historia
revela algo incómodo: la tensión entre la persona real y la marca no nació con
las redes sociales. Solo se volvió visible para todos.
Aún hoy, miramos a Marilyn Monroe
reconociendo que su vida anticipó nuestra era. Ella encarnó la paradoja de ser
amada por millones y sentirse profundamente sola. De tener una voz pública
poderosa y, aun así, no ser escuchada en privado. Quizá por eso seguimos
hipnotizados: porque al observarla entendemos algo de nosotros mismos, en este
mundo saturado de imágenes y de expectativas imposibles.
Marilyn Monroe no fue solo la última gran
estrella del viejo Hollywood. Fue la primera influencer global. Y su historia
nos deja una pregunta incómoda para esta época digital: ¿cambiaron realmente
los mecanismos de la fama, o solo cambiaron las plataformas donde se consume?
Tal vez la lección más inquietante de Marilyn
no es que se adelantó a su tiempo, sino que nosotros nunca avanzamos en el
nuestro. Seguimos consumiendo personas como contenido, convirtiendo
vulnerabilidades en espectáculo, exigiendo autenticidad mientras castigamos
cualquier imperfección. Décadas después, con toda nuestra tecnología, seguimos
construyendo las mismas jaulas doradas. Solo que ahora las llamamos plataformas,
y quien entra lo hace con un contrato que nadie lee, pero todos firman: tu
imagen a cambio de relevancia, tu intimidad a cambio de likes, tu salud mental
a cambio de permanecer visible. Quizá Marilyn nos lo advirtió. Y nosotros, los
consumidores de fantasías, decidimos no escuchar.
Dr. Marco Benavides, 29 noviembre 2025
Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.
Bibliotecas
Por Daniel Salinas Basave
La mañana del martes 18 de noviembre tuve la
fortuna de reunirme con las personas que están a cargo de las bibliotecas
públicas municipales de Tijuana.
A lo largo de mi vida, las bibliotecas han
sido mi oasis, mi refugio, mi ruta de escape. Para mí una biblioteca no es un
medio, sino un fin, un destino en sí mismo. Por años me he dedicado a sacarles
provecho como usuario, pero jamás he vivido la experiencia de estar a cargo de
una. Poco puedo yo decirles a las y los bibliotecarios, más que confesar mi
admiración por la labor que realizan.
Históricamente, las bibliotecas públicas han
ido a la cola de la cola del presupuesto gubernamental. Sobreviven con lo
mínimo, con migajas de migajas. Creo que el actual ayuntamiento les ha puesto
un poco de más atención, y se nota. Al menos se ha acordado de que existen, lo
cual ya es un paso adelante. Pero las carencias siguen siendo muchísimas.
Mi idealización de las bibliotecas puede
sonar romántica e idealista para quienes pasan su vida enfrentando carencias
durísimas que a veces resuelven echando albañilería ellos mismos, o pagando
reparaciones de su bolsa. Bibliotecas con goteras, con terribles problemas de
hongos y humedad, algunas incluso sin energía eléctrica, con equipo de cómputo
inexistente u obsoleto, y un acervo editorial terriblemente limitado.
Yo creo que aquí la clave es apostar por
esfuerzos mixtos. Si todo se lo dejamos al presupuesto público, nos quedaremos
esperando. Creo que, así como hay empresas que adoptan áreas verdes o
camellones, bien podrían adoptar una biblioteca pública. Donar equipo de
cómputo, mobiliario, reparaciones. ¿Cuánto puede costar?
Le agradezco a mi colega Aida Méndez por la
invitación. Creo que ella está haciendo un buen trabajo como coordinadora de
Bibliotecas Municipales.
Tenemos que dimensionar el potencial de una
biblioteca pública como un agente de transformación social. Vaya, la biblioteca
es el único espacio público bajo techo en donde puedes entrar y permanecer el
tiempo que quieras sin necesidad de gastar dinero. En ciudades cada vez más
hostiles, amuralladas y privatizadas, la biblioteca es un territorio de equidad
y pluralidad, un espacio democrático del que cualquier persona puede hacer uso,
la última o la primera trinchera de resistencia de la justicia cultural.
Daniel Salinas Basave es licenciado en derecho, periodista y escritor. Ha colaborado en Esquire, Gatopardo, Milenio y Replicante, entre otras publicaciones. Trabajó como reportero en El Norte de Monterrey y en Frontera, de Tijuana. Actualmente tiene espacios editoriales semanales en Semanario InfoBaja, Suplemento Cultural Palabra, Síntesis tv y San Diego Red. Es Premio Estatal de Literatura Baja California 2010 por Réquiem por Gutenberg. Premio Bellas Artes de Ensayo Literario Malcolm Lowry 2014 por Cartografías de Nostromo. Relatos de espías, embajadores y embusteros. Premio Gilberto Owen de Literatura 2015, en la categoría de cuento, por Días de whisky malo. Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2015 por El lobo en su hora. La frontera narrativa de Federico Campbell. Ganador del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2015, en el género de ensayo, por el trabajo titulado Bajo la luz de una estrella muerta.
Dostoievski
Por Marco Benavides
Pocas figuras en la literatura universal
ilustran con tanta precisión cómo una vida marcada por el sufrimiento puede
convertirse en materia prima para comprender la mente humana. Fiódor
Mijáilovich Dostoievski (1821–1881) no solo escribió sobre la culpa, la
angustia, la fe y la desesperación: las experimentó con una intensidad que
permite leer su obra casi como un estudio temprano de psicología clínica y
neurociencia emocional. En él, la frontera entre vida y literatura
prácticamente desaparece, lo que explica por qué sus novelas siguen funcionando
como un laboratorio psicológico vigente.
El episodio que definió su existencia ocurrió
en 1849. Tras participar en tertulias donde se leían textos prohibidos por el
gobierno zarista, fue arrestado y condenado a muerte. El 22 de diciembre,
formado frente al pelotón de fusilamiento, escuchó el anuncio que lo
transformaría para siempre: su pena sería conmutada por trabajos forzados en
Siberia. Ese instante ‒cuando su cerebro ya
había aceptado la muerte como inevitable y, súbitamente, recibió la información
contraria‒ generó un impacto psicológico
profundo. Años después, este momento reaparecería en personajes que viven al
filo del abismo, atrapados entre la culpa, la redención y la posibilidad de un
segundo comienzo.
A este trauma se sumó la epilepsia, condición
que marcaría tanto su cuerpo como su literatura. Dostoievski describió sus
crisis como episodios de claridad emocional, casi luminosa justo antes de
perder la conciencia. Hoy sabemos que ciertas formas de epilepsia del lóbulo
temporal pueden producir sensaciones breves de bienestar intenso o euforia,
seguidas de un colapso físico (conocidas como “aura extática”). En su novela El
idiota, este fenómeno aparece reflejado con sorprendente precisión clínica
a través del príncipe Mishkin, quien experimenta momentos de paz interior
profunda, previos a sus ataques. Para Dostoievski, la epilepsia no fue solo una
enfermedad, sino una ventana hacia estados alterados de conciencia que le
permitieron explorar la fragilidad humana desde una perspectiva única.
Su vida cotidiana estuvo marcada por
dificultades extremas. Pasó largos periodos en pobreza, asfixiado por deudas
derivadas de su ludopatía, probablemente un mecanismo de escape ante el estrés
y la ansiedad constantes. Esta situación lo obligó a escribir contrarreloj,
firmando contratos desventajosos y produciendo obras bajo una presión que
habría paralizado a la mayoría de los escritores. Paradójicamente, esa urgencia
forjó una sensibilidad extraordinaria para observar las conductas humanas de
forma rápida, pero microscópica.
Lo fascinante es cómo estos elementos
biográficos se transformaron en literatura. Sus personajes no son
construcciones abstractas, sino seres atravesados por las mismas
contradicciones que él vivió. Personajes como Raskolnikov, el príncipe Mishkin,
Ivan Karamazov: todos cargan con dilemas morales, crisis existenciales y
estados psicológicos que Dostoievski conocía de primera mano. Esta autenticidad
convirtió sus novelas en documentos invaluables sobre la psique humana,
anticipando descubrimientos que la psicología y la neurociencia confirmarían
décadas después.
Dostoievski murió el 9 de febrero de 1881 por
una hemorragia pulmonar durante una crisis convulsiva. Para entonces, había
vivido varias vidas: la del condenado, la del preso político, la del enfermo
crónico, la del jugador compulsivo y la del pensador que buscaba coherencia en
medio del caos. Cada etapa dejó cicatrices que sus novelas transformaron en
conocimiento, que compartió con millones de lectores.
Hoy sus textos permanecen no solo como obras
maestras, sino como testimonios profundamente humanos sobre nuestra capacidad
de reconstruirnos incluso después de enfrentar el abismo. En Dostoievski el
sufrimiento no fue destructivo: fue el material desde el cual edificó una de
las obras más penetrantes jamás escritas sobre lo que significa ser humano.
Dr. Marco Benavides, 24 noviembre 2025
Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.
La columna de Bety
El largo y sinuoso camino
Por Beatriz Aldana
Bueno, aquí voy. Soy el tipo
de persona que gusta de compartir los momentos de felicidad en eventos de todo
tipo a los que acudo, incluyendo mis estadías en templos católicos hermosos de
mi religión. También convivencias con amigas en sus recintos de culto, por
pertenecer a otro tipo de religión, sea cristiana, metodista, mormona. También
son convivencias muy enriquecedoras y espirituales.
En fin, sería largo y tal
vez tedioso para mis lectores hacer un periplo de todos mis recorridos en este
camino de Dios.
Pero ahora sí voy a
compartir con ustedes a lo que me expongo al relatar partes de mi vida, de mis alegrías
y de ese permanente deseo de disfrutar la vida y los momentos que me han sido regalados.
Tristemente, y lo digo así, tristemente, porque cuando abro mi mensajería, y no
me refiero a mi WhatsApp, que es mucho más privado que el Messenger, porque
este da oportunidad de que entren a él más personas tan sólo por buscarme en el
Facebook, me llega toda suerte de chismes, o más bien, ganas de molestarme, y
lo digo por esto:
Al publicar yo, en mi Facebook,
fotos de cierta personita conmigo, que para mí significa muchísimo en mi vida,
surge esa mala vibra, mala leche, de comentarme cosas o situaciones que, como
reza el dicho, "ojos que no ven, corazón que no siente". ¡Ah! pero el afán de que, como
lo dicen esas personas, "se le caiga la venda de sus ojos" declaran
sus “buenas” intenciones. Y aquí señalo esto, hasta con nombres, y alguno que
otro lo cambiaré para ocultarle su identidad. Estos son algunos de los
mensajes:
Va el primero:
Mire Bety, yo a usted la
estimo muchísimo, pero le quiero informar que soy espiada en mi perfil, por
imagínese usted exactamente por parte de quien. ―Sara R.
Otro:
Usted es muy valiosa, señora
Beatriz, por sus publicaciones tengo esa impresión, pero usted merece a
alguien que verdaderamente la quiera y la valore, y yo sé por qué se lo
digo.
―Isabel
C.
Y...
¡Uff!, señora Bety, ¿se ha
dado cuenta de que usted tiene mucha competencia? Aguas. No la quiero ver sufriendo, ¡eh!
―José
Luis H.
Otro más:
Mire, señora bonita, no sé
si se percata de que está metida en un juego muy riesgoso, dónde el día menos
pensado la van a mandar al demonio. Y usted lo sabe y quiere cerrar sus ojos a
ello. Es notorio que usted es la que aporta a la relación en todo, y por el
otro lado solo, o sea, por parte de él, pues,
vénganos tu reino.
―Miguel
R.
Y este:
Híjole, Bety. Yo a usted la
conozco, la aprecio, la valoro mucho, porque es una persona con muchas
cualidades y valores. Pero tiene un defecto, es notorio que usted es quien lo
busca a él. Pero él a usted, no.
―Hortensia
F.
Penúltimo de hoy:
Bety: Dese más a desear, no
esté tan dispuesta, tan luego, luego. Eso cansa y aburre al hombre, se lo digo
porque la quiero.
―Leticia
V.
Y esta otra perla:
Oye, Bety, ¿ya tienes mucho
tiempo con él verdad? Y pasas por alto algunas cosas. ¿Las ignoras o realmente
no te importan?
―Cecilia
F.
En fin, no acabaría de
enumerar todos los mensajes que me son enviados. Y no nada más vía escrita,
sino también en persona, cuando me preguntan si aún estoy con esa
"personita especial".
Cuando pregunto el porqué de
ello, la respuesta suele ser: No, no es por nada. Que se lo diga alguien más,
De ella aquí le cambio el nombre, por respeto y ética: Fátima.
Y entonces llego a la
conclusión de que sí sé muy bien las preferencias y debilidades de esa
personita a la cual quiero, admiro y respeto. No es que me ponga una venda en
los ojos, o que yo quiera mirar hacia otro lado. Lo que es valioso realmente
para mí es el hecho de que él llena la gran mayoría de los espacios vacíos que
existen en mí ya casi final de camino.
Yo no nací ayer. Yo también
tengo un historial con relación a los asuntos de pareja, pues lógicamente no los
aprendí por correspondencia. Admito que, al igual que él, también tengo mis
"esqueletos en el closet", Pero esos jamás se interponen, ni
anteponen a esta relación que respeto, valoro y agradezco en toda su dimensión
Este regalo bendito, al no
permitir nunca más que yo continuase en tremenda soledad, como esa melodía que
quiero se entone en mi sala de velación cuando me llegue el momento de partir: The
long and winding road, El largo y
sinuoso camino. Así ha sido, es y será mi vida. Así está y estuvo marcado mi
destino, y así lo acepto, lo acepté. Y estoy dispuesta a seguir aceptándolo sin
más ni más. Sin cortapisas.
Beatriz Aldana es contadora y siempre ha trabajado en la industria y en corporativos comerciales. Gran lectora, escribe y produce crónicas de video en sus dos blogs de Facebook, además de La columna de Bety en Estilo Mápula.