Back ups
Por Fructuoso Irigoyen
Rascón
Julio
era un científico aficionado. Sentía una especial predilección por el futurismo
y por la ciencia ficción. Esto explica al menos en parte por qué estimaba tanto
su amistad con J.Q. Y digo que tal estimación requiere de una explicación pues J.Q. era un tipo de
lo más seco y retraído que uno pudiera imaginarse, pero también era un
científico genial y no es que todos los científicos sean secos y retraídos, pero
J.Q. ciertamente lo era.
Candy se
detuvo levantando su patita delantera derecha.
—Julio, dale
una orden.
—Sit, Candy, sit.
Candy se
sentó obedientemente.
—Ahora tráele
a Julio tu pelota.
Como
impulsado por un resorte se paró en sus cuatro patitas y corrió hacia un rincón
del laboratorio donde encontró su pelota y volvió con ella en el hocico. La
depositó a los pies del visitante y pareció sonreír con satisfacción.
—Muy bien, es
un perrito muy educado.
—¿Te
sorprendería saber que su nombre no es Candy, sino Rick y que nadie le enseñó
los trucos que le viste hacer?
—¿Cómo es
posible?
—Al que se le enseñaron es a aquel —señaló con el dedo—, el que está en el corralito, ese es el verdadero Candy.
—¿Cómo es
eso?
—¿Sabes que
es un back up?
—Sí, es una
copia que uno hace de algo que tienes en la memoria de la computadora en otra
compu o en un disco y sirve para que no se pierdan los datos en caso…— se
interrumpió y volteó a mirarlo asombrado.
—Correcto,
esa es la idea. Pues por medio de un artefacto que llamamos transductor hemos
logrado hacer un back up de lo que Candy había aprendido en el cerebro
de Rick.
—¿Y lo que
había en el cerebro de Rick?
—Ahí está
todavía, mira: ¡Rick a comer!
—Mi querido
amigo, habrás oído que el cerebro de Einstein, o, mejor dicho, pedacitos de él,
se conservan en el Museo Mütter de Filadelfia ¿Por qué crees que el doctor
Harvey quiso conservarlo?
—Pues porque
pensaba encontrar algo en la estructura anatómica de su cerebro que pudiera
explicar su gran inteligencia. He leído que algunos investigadores han descrito
detalles en ella que según esos sabios pudieran explicar en parte su gran
inteligencia.
—Sabrás que
realmente esos detalles, como tú los llamas, han arrojado muy poca luz al
respecto y por otra parte el partir el cerebro de Einstein en pedacitos y
conservar estos en formalina ha terminado con cualquier posibilidad de acceder
a su contenido, que es lo que les interesaba.
—Ya veo.
Intentas decirme que deberían de haber tratado de hacer un back up como
el de Rick y Candy.
—Desafortunadamente
todavía no inventaba yo el transductor, además se hubieran encontrado con el
problema que nos llevó a cambiar nuestro método.
—¿Problema?
—Sí. A pesar
de algún destello de éxito al principio. Es decir, cuando tratamos de
transferir las memorias de los centros cerebrales que las almacenaban en un
cerebro humano a los mismos centros en otra persona algo inesperado sucedió.
—¿Qué fue ese
algo?
—Parece ser
que el cerebro receptor o que creíamos que sería el receptor se negaba a
aceptar el flujo de nuevas memorias. Era una función censora que no esperábamos
encontrar y que a pesar de múltiples intentos no pudimos sobrepasar. Por ello
desistimos de crear los back ups de un centro de memoria, digamos la
amígdala, en el de otra persona. De ahí surgió la idea de hacer la
transferencia de memorias y otras cosas a una máquina, a una computadora.
Después de todo el transductor ya había recogido la memoria, por así llamarla,
biológica y la había transformado en memorias, llamémosle bits,
puramente electrónicos.
—¿Acaso has
logrado hacer un back up de tus propios conocimientos y memorias?
—No sé si lo
he logrado. En aquel armatoste —dijo refiriéndose a una enorme computadora que
pareciera estar ahí solo estorbando el paso— debe estar mucho de lo que yo sé,
pero no sabré que tanto hasta no poder transferirlo al cerebro de otro humano.
—¿Tienes ya
el aparato transductor para pasar la información de la compu a otro hombre?
—Tú sabes que
siempre te he admirado y que me gustaría saber todo lo que tú sabes.
—¿Quieres ser
tú el voluntario que todavía no buscamos?
—Vamos. A ver
qué pasó. Hagamos una prueba simple, resuélveme esta ecuación cuadrática —gritó
emocionado mientras escribía en un pizarrón dispuesto con ese fin una
complicada fórmula matemática.
Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario