miércoles, 26 de febrero de 2025

Back ups

 

Foto: Pedro Chacón

Back ups

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

Julio era un científico aficionado. Sentía una especial predilección por el futurismo y por la ciencia ficción. Esto explica al menos en parte por qué estimaba tanto su amistad con J.Q. Y digo que tal estimación requiere de una explicación pues J.Q. era un tipo de lo más seco y retraído que uno pudiera imaginarse, pero también era un científico genial y no es que todos los científicos sean secos y retraídos, pero J.Q. ciertamente lo era.

 Julio había oído que su amigo cuyo principal interés siempre había sido la biología de los procesos mentales, ahora se dedicaba a la cibernética y las computadoras. Enterarse de tal cambio -y no de fuentes muy confiables- lo motivaba hoy a visitar a J.Q. Quería tan solo saber que estaba pasando con su amigo y satisfacer su curiosidad sobre su cambio de intereses, si es que lo había habido. 

 Así se encaminó a la Universidad. Fue directo al departamento de información, allí le informaron sin problema alguno que J.Q. estaba todavía en Biología y que de hecho era director de la facultad. También le dieron indicaciones de cómo llegar a su laboratorio. Cruzando un amplio jardín y un estrecho pasillo dio con la puerta que ostentaba la leyenda: Biología de los procesos mentales. Laboratorio. y ampliación cibernética. Esto último   más abajo con un tipo de letra diferente y en letras minúsculas.

 Aunque sintió cierto escrúpulo por visitar a su amigo en su lugar de trabajo su curiosidad pudo más. Giró la perilla de bronce de la puerta y esta se abrió sin resistencia. Casi inmediatamente apareció J.Q. Llevaba una bata blanca como era de esperarse de un científico, pero parecía como si hubiera estado esperando la visita de su amigo ya que caminó rápidamente hacia él. Solo entonces observó Julio que un perrito, probablemente un terrier, marchaba al lado de J.Q.

 —¡Saluda a Julio, Candy! — Ordenó al animal.

Candy se detuvo levantando su patita delantera derecha. 

—Julio, dale una orden.

Sit, Candy, sit.

Candy se sentó obedientemente.

—Ahora tráele a Julio tu pelota.

Como impulsado por un resorte se paró en sus cuatro patitas y corrió hacia un rincón del laboratorio donde encontró su pelota y volvió con ella en el hocico. La depositó a los pies del visitante y pareció sonreír con satisfacción.

 —¿Qué te parece?

—Muy bien, es un perrito muy educado.

—¿Te sorprendería saber que su nombre no es Candy, sino Rick y que nadie le enseñó los trucos que le viste hacer?

—¿Cómo es posible?

—Al que se le enseñaron es a aquel —señaló con el dedo—, el que está en el corralito, ese es el verdadero Candy.

—¿Cómo es eso?

—¿Sabes que es un back up?

—Sí, es una copia que uno hace de algo que tienes en la memoria de la computadora en otra compu o en un disco y sirve para que no se pierdan los datos en caso…— se interrumpió y volteó a mirarlo asombrado.

—Correcto, esa es la idea. Pues por medio de un artefacto que llamamos transductor hemos logrado hacer un back up de lo que Candy había aprendido en el cerebro de Rick.

—¿Y lo que había en el cerebro de Rick?

—Ahí está todavía, mira: ¡Rick a comer!

 Y Rick también como lo había hecho Candy, impelido por un resorte, se lanzó hacia donde estaba su plato con comida. 

 —¿A dónde va todo esto?

—Mi querido amigo, habrás oído que el cerebro de Einstein, o, mejor dicho, pedacitos de él, se conservan en el Museo Mütter de Filadelfia ¿Por qué crees que el doctor Harvey quiso conservarlo? 

—Pues porque pensaba encontrar algo en la estructura anatómica de su cerebro que pudiera explicar su gran inteligencia. He leído que algunos investigadores han descrito detalles en ella que según esos sabios pudieran explicar en parte su gran inteligencia. 

—Sabrás que realmente esos detalles, como tú los llamas, han arrojado muy poca luz al respecto y por otra parte el partir el cerebro de Einstein en pedacitos y conservar estos en formalina ha terminado con cualquier posibilidad de acceder a su contenido, que es lo que les interesaba.

—Ya veo. Intentas decirme que deberían de haber tratado de hacer un back up como el de Rick y Candy.

—Desafortunadamente todavía no inventaba yo el transductor, además se hubieran encontrado con el problema que nos llevó a cambiar nuestro método.

—¿Problema?

—Sí. A pesar de algún destello de éxito al principio. Es decir, cuando tratamos de transferir las memorias de los centros cerebrales que las almacenaban en un cerebro humano a los mismos centros en otra persona algo inesperado sucedió.

—¿Qué fue ese algo?

—Parece ser que el cerebro receptor o que creíamos que sería el receptor se negaba a aceptar el flujo de nuevas memorias. Era una función censora que no esperábamos encontrar y que a pesar de múltiples intentos no pudimos sobrepasar. Por ello desistimos de crear los back ups de un centro de memoria, digamos la amígdala, en el de otra persona. De ahí surgió la idea de hacer la transferencia de memorias y otras cosas a una máquina, a una computadora. Después de todo el transductor ya había recogido la memoria, por así llamarla, biológica y la había transformado en memorias, llamémosle bits, puramente electrónicos. 

—¿Acaso has logrado hacer un back up de tus propios conocimientos y memorias?

—No sé si lo he logrado. En aquel armatoste —dijo refiriéndose a una enorme computadora que pareciera estar ahí solo estorbando el paso— debe estar mucho de lo que yo sé, pero no sabré que tanto hasta no poder transferirlo al cerebro de otro humano.

—¿Tienes ya el aparato transductor para pasar la información de la compu a otro hombre?

 J.Q. levantando su mano derecha, señaló una especie de casco que yacía tenebroso sobre una mesa al fondo del laboratorio. El artefacto recordaba al que se usa en algunos equipos de estimulación magnético nuclear transcraneana (TMS). A un lado del casco se veían unos largos y retorcidos cables que obviamente lo conectarían a la computadora-armatoste que ya habíamos mencionado cuando se fuera a usar el casco.

 —Está casi listo, estamos a punto de probarlo.

             Un impulso no buscado, como una momentánea inspiración casi inconsciente, llevó a Julio a pronunciarse.

—Tú sabes que siempre te he admirado y que me gustaría saber todo lo que tú sabes.

—¿Quieres ser tú el voluntario que todavía no buscamos?

 En una forma casi tan mecánica como la declaración de su amigo, tomó el casco y lo colocó en la cabeza de Julio. Lo movió con suavidad hacia atrás y hacia adelante. Con un suave movimiento circular terminó de ajustarlo de manera que no se moviera y luego lo aseguró con unas cintas elásticas que colgaban a ambos lados del artefacto. Finalmente, enchufó al casco los dos cables que por el otro extremo estaban conectados a la computadora. 

 —¿Listo? Cinco, cuatro, tres, dos, uno. —contaba mientras accionaba un interruptor que recordaba a los detonadores de bombas que aparecen en las películas.

—Vamos. A ver qué pasó. Hagamos una prueba simple, resuélveme esta ecuación cuadrática —gritó emocionado mientras escribía en un pizarrón dispuesto con ese fin una complicada fórmula matemática.

 Julio lo miraba con una expresión alucinada, fijándose mejor era como la de un perro aguardando la orden del amo.

 —¿Cómo te sientes? — preguntó J.Q.

 Julio extendió su brazo derecho y lo dejó caer como lo había hecho Candy al saludarlo. 

 —¡No puede ser!

 Julio oyó esta última palabra ser como sit y se sentó.

 —Solo falta que traiga la pelota. — Dijo J.Q. que no se percató de haber pensado en voz alta.

 Y Julio, ahora Candy, poniéndose en cuatro patas corrió a buscar la pelota.

 


Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.

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