lunes, 24 de febrero de 2025

Metaliteratura

 


Metaliteratura

 

Por Guadalupe Ángeles

 

Conocí a Graciela en la Secundaria, era una muchacha alta y vivaz. Nos empezamos a juntar en los recreos para ver a los muchachos jugar futbol, no sabíamos entonces que esa fiebre por meter goles solo volveríamos a verla en los partidos de los mundiales. 

     El hambre de nuestros compañeros por ser campeones era gemela de la nuestra por habitar el mundo de manera plena. Así fue que me convertí en veterinaria y tengo ahora la cadena de tiendas para mascotas más grande de esta ciudad en la que ambas crecimos.     

     Graciela, por su parte, cumplió su sueño de ser escritora. Actualmente vive en Barcelona y todavía intercambiamos correos electrónicos. Cuando es posible, nos reunimos en alguna parte del mundo y pasamos algunos días junto al mar, del que ambas estamos enamoradas.

     En nuestras últimas conversaciones electrónicas percibí cierta tristeza en mi amiga. Al preguntarle la razón, primero trató de minimizar el problema, luego me relató brevemente algunos hechos de su vida que yo no conocía y recordó cierta inquietud que rondó por nuestra adolescencia por algún tiempo: la verdadera naturaleza del Amor (así, en mayúsculas).

     Después de comentarle mi actual percepción del asunto, ella me envió un largo mensaje que finalmente logró tranquilizarme, pues, luego de leerlo, sé que ya está lista para empezar a planear nuestras próximas vacaciones.

     Aquí su mensaje:

     

Si el Amor sea eso lo que sea pierde vigencia en la vida, ¿queda algo?

     Pensemos en desiertos. Parecería que la palabrita esa es sinónimo de vida. Cierto, estoy buscando un aire un poco más ligero, en realidad, estoy tratando de respirar; "no soy el aire" es el título de una canción que anuncia al rechazado su ingreso a la tierra ignota del desamor.

     Así de trágico, la desmesura es (ha sido siempre) la marca de mi estilo.

     Me ha sido tan bien vendida esta mercancía metafísica que a punto estaría del suicidio si no hubiera sabido, desde siempre, que el verdadero líder, a cargo de absolutamente todo, es el cerebro, o la razón, no entidades equivalentes, pero casi. En esta ciencia del raciocinio, siempre se tiene el mismo problema: la terminología. Así que no me preocupo demasiado si determinada palabra significa tal cosa u otra, afortunadamente este no es un texto científico, es más, diríamos que es antagónico a eso; si fuera necesario describirlo... pero bueno, mi tarea no es esa, sino hacerlo. Me he forzado a poner en palabras esto, creo que era necesario.

     Si se diera el caso de que un cuadro pudiera mirarse a sí mismo y procediera, tras esa mirada, a explicarse, dejaría de ser un cuadro e instantáneamente se transformaría en una máquina, un tanto extraña pero totalmente inútil para los amantes del arte.

     Lo mismo pasa aquí: se habla a menudo de la "funcionalidad del texto", no me opongo a ello ni lo considero un desatino, al contrario. La cuestión es que, cuando uno observa un cuerpo bello, no le importa en qué máquinas trabajó (y cómo) su propietario en el gimnasio. Es lo mismo. Uno no necesita saber que existe el azul Prusia o el verde agua para disfrutar la belleza de un cielo reproducida en una pintura.

     Disiento de mí, eso se nota, y precisamente ese es el pecado, el despropósito que ejemplifica, como un doble mensaje crea paisajes esquizofrénicos.

     Valga. Es difícil descreer o confesar que, lejos de la propia piel, un concepto puede ser validado a cabalidad.

     Estoy en esa parte del camino hacia la muerte en el que las preguntas han pasado a ser meros juguetes, y no es que cuestionarse sobre asuntos morales sea innecesario, sino que hay respuestas que nacieron con nosotros, solo hay que volver la atención a la conciencia y verlas, escucharlas.

     Quien afirma que es fácil vivir, no se equivoca. Lo difícil es aceptar los retos que implica y, ya sabemos, eso de considerar la dificultad proviene de algunas reflexiones rudimentarias. Por ello me divierte esa frase: "El sentido común es el menos común de los sentidos", y aunque, a criterio de los más populares en esta época, pueda parecer políticamente incorrecto u ofensivo, yo celebro su burlona socarronería, su ácida puntualidad. Alude, sobre todo, a esa emoción, o quizá debiera decir ambición, que nos fabricaron a los de nuestra generación en la infancia: la de ser únicos en nuestra especie: tener el gato más hermoso, la conversación más interesante, la pasión más profunda.

     Aquí vuelve la serpiente a morderse la cola, creando el círculo perfecto. Es razonable (nos hicieron creer, nos enseñaron a desear) sentir profundamente.

     El problema fue que la vida y sus exigencias a ras del suelo pedían otra cosa, algo mucho más sencillo y menos emocionante: ser realistas.

     Así aprendimos a vivir en un penduleo que a ratos se antojaba sublime y a ratos era simplemente increíble.

      Porque aprendimos a vivir en la contradicción, so pena de tratarnos de farsantes.

     Tragedia y farsa, formas de vivir la misma historia dos veces (no lo digo yo, que conste), acaso ello explique que una generación construya estatuas monumentales, viene la siguiente y los destruye. Las fotos de cabezas de héroes rodando por la tierra ya son imágenes comunes.

      Nunca mataría a un ser humano (me incluyo). No por instinto de supervivencia, o no solo por eso, sino porque amo la vida signifique esto lo que signifique.

 


Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005), Raptos (2009) y No es luz, mas enceguece (2023). Ha colaborado en ÁgoraEl FinancieroEl InformadorEl OccidentalLa Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y EspéculoPremio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación. Actualmente radica en Guadalajara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario