Agua dormida
Por Guadalupe Ángeles
No fue mi imagen en el espejo, donde busqué
inútilmente en esa mirada fija mi verdadero nombre, fue en mi sombra proyectada
por una luminosidad tras de mí, ahí, cerca del lugar donde estabas, la que
trajo a mis labios, antes que a mi entendimiento, la frase que me definía
enteramente para ti; porque si una certeza me fue dada en esa frase únicamente
sería la de existir como tierra y árbol contigo, y ningún trasatlántico hecho
de nubes ni fieras de largas extremidades definirían de mejor forma eso que al
decir: “Soy…”, describía exactamente el milagro de tu presencia: tú escucharías
la frase, en tu oído resonaría mi grito y ese solo hecho era suficiente para
olvidar toda otra obsesión. Tú serías nota musical si fuera necesario, lo
dijiste, también me recordaste un deber de hospitalidad que yo, sacudida por la
contradicción había olvidado.
Y en eso
te hubieras transformado, de no haber sido desde entonces un ritornelo
constante de preguntas sin respuesta, eso me dejaste en herencia: ¿Por qué
amaría tanto tu estar en el mundo, tu cuerpo y su forma de hacerse presente,
inesperadamente?, ¿por qué amaría el saberte dormido en la otra habitación?,
¿por qué ignoraba esa noche dónde estabas y llevé mi sombra hasta tu cuarto?,
¿por qué no recuerdo tus ojos sino los míos y a mi sombra gritando esa frase
para siempre tuya?, ¿qué hacen los muertos con las frases que les pertenecen
por derecho propio?
Tu presencia
en el mundo te hizo dueño de mí, del grito de mi sombra y ambos estarán conmigo
hasta el día de mi muerte. Bien lo sabes, ahora que no puedes decirme: “sal de
ahí”.
No me
importan las respuestas porque nuestros vicios eran equivalentes, necios, no se
irían. Y a eso le llamamos amor. No sé tampoco si he de verte. Hay en este
silencio (apenas entrecortado por un piar suave) una certeza tan real como mis
dedos que escriben, como mis pies que ya no caminarán ningún sendero para
verte. Hay un dolor concreto aquí dentro y por más que imagine ser un mueble
desvencijado no lo soy. Un agua duerme en mí, es un lago manso sobre el que
gravita tu recuerdo, al que todavía canto porque sí, como aquella noche mi
sombra te nombró para mí en un grito quizá inaudible, hecho agua ahora, dormida
dentro de mí.
Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005) y Raptos (2009). Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario