viernes, 2 de agosto de 2019

Dolores Gómez Antillón. Un día nublado

Un día nublado

Por Dolores Gómez Antillón

Era un día nublado, el aire volaba fresco, jugueteaba con la negra cabellera de Sofía. Su vestido ondeaba y ella sentía que el viento le acariciaba el cuerpo.
Había quedado en reunirse con Rodrigo para dar un paseo por el centro de la ciudad, tomar una nieve. Y algo más se les ocurriría, de seguro.
El reloj marcaba las 5 de la tarde, él ya no tardaría, quedaron de reunirse a las 5 y media, en la Plaza del Ángel.
Al verse, ambos corrieron uno hacia el otro, se dieron un beso apasionado; con las manos entrelazadas caminaron por calles y jardines.
Llevaban mucho tiempo juntos. Cada vez que se veían, parecería que tenían solo unos meses de novios, por la alegría que proyectaban sus ojos, sus rostros, sus pasos. Ellos tal vez habían nacido el mismo día, se conocían de otras vidas.
Llegaron hasta la paletería y compraron nieve de vainilla y chocolate; se sentaron en una banca de la calle Libertad. En aquel paseo todo era afrodisiaco para ambos; como sin querer, empezaron a tocarse. Sofía, lúbrica, se movía sin quererse delatar ante Rodrigo, quien estaba tan  intenso como ella.
Sus miradas se hallaron y con una sonrisa iniciaron la marcha. Ambos saben a dónde van. Apurando el paso, llegaron a su hotelito, testigo siempre de sus encuentros.
Pasaron por la llave; el administrador, que ya los conocía, les dio la del 8. Abrieron. Muy contentos se abrazaron con inmensa pasión. Se dispusieron a bañarse, rápidamente se quitaron la ropa y bajo el agua helada empezaron a enjabonarse uno a la otra. Fueron tantas las caricias que se hicieron, que calentaron el agua con la pasión de sus cuerpos excitados; sintieron que el deseo les ganaba, mojados y desnudos se posaron en la cama para seguir con el ritual de su amor.
Él con sus sensuales manos recorrió el cuerpo de Sofía. Ella lo besaba con ansiedad de que llegara el momento de la entrega. Parecían dos felinos en celo. Rodrigo besó los más íntimos labios, donde estaba contenida la pasión y la dicha de estar juntos. Ella abrió sus muslos y él lentamente la penetró, tocando el granate que, sensual y dilatado, abría el laberinto hacia la gloria. Ambos con movimientos rítmicos, pausados, empezaron a moverse. La magia de aquel momento aumentó su excitación. Gritaron de placer y dos ríos se unieron en un  maravilloso orgasmo que los  condujo al clímax, en una comunión divina con el universo. Sentían que sus cuerpos flotaban. Era el paraíso.
Se quedaron dormidos con sus cuerpos enlazados. La luz de la luna que entraba por el ventanal proyectaba, hermosas, dos estatuas de marfil.
10 julio 2019



Dolores Gómez Antillón es licenciada en letras españolas con maestría en educación por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, de la que después llegó a ser directora. Ha publicado los libros Rocío de historias cuentistas de Filosofía y Letras, Apuntes para la Historia del Hospital Central Universitario y Voces de viajeros.

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