sábado, 9 de noviembre de 2019

Alberto Carlos. Cuestión de confianza

Arte de Alberto Carlos

Cuestión de confianza

Por Alberto Carlos

En México utilizamos la palabra “confianza” con el mayor desparpajo del mundo, sin ton ni son y con toda confianza. La verdad es que la confianza no anda en burro por estos montes, pero sacamos a relucir en cada esquina la palabrilla como elemento de motivación inútil y, a veces, como chantaje moral. Si en México practicáramos la confianza como la mentamos, seríamos un país con alto grado de confiabilidad y podríamos confiar en un futuro más o menos confiable. Pero no.
En la política, la palabra confianza tiene una connotación de muletazos recíprocos, que mucho envidiaría Curro Rivera para una de sus mejores tardes. En este México nuestro, todo es cuestión del grado de confianza con que se apalabren (aunque no se la tengan) las partes contratantes, acordantes o simplemente arrejuntadas, en una especie de cuchi, cuchi tan falso como un anuncio de fritos en la televisión. No importa si la confianza enunciada vaya a parar al cesto de las palabras huecas, precedida por una leve sonrisa maliciosa. Un candidato en campaña o un funcionario declarante, ante un público que trasuda confiadez, derramando su confiancismo institucional y, a veces, rebasan el punto hasta lo confianzudo:
—Tengo plena confianza y una fe inquebrantable en la juventud estudiosa, y su voto será nuestro más alto galardón— se dijo por ahí. Más confiado no se puede ser.
—Confío en el patriotismo y la vocación revolucionaria de tu incansable espíritu de lucha, hermano campesino— forma por demás elegante y retórica de mostrarse confianzudo.
—Tenemos una confianza irrestricta en las instituciones emanadas de la revolución, forjadoras del México de hoy— confiar no cuesta nada, sobre todo si la palabra “revolución”, también muy usada, aparece de aval.
A la recíproca, el representante o líder de aquellos en quienes confía el candidato o funcionario, suelta su rollo de confiancitas a tono con el confiadero institucional o de campaña:
—Confiamos en usted, señor licenciado tal, porque sabemos de su limpia trayectoria. Nosotros, los campesinos de Chancuarímaro, hombro con hombro...— y codo con codo, porque este es de los que, a codazo limpio, se cuelan al primer plano regional para agarrar una diputación, de perdida.
—La confianza al tú por tú, inocente y autóctona, aparece cuando:
—Yo, jefe tribu tarahumara, confía en tú, jefe chabochi y te doy bastón de mando.
Fuera de la política es lo mismo. El confiadero es parejo. Hay su tienda de confianza, su banco de confianza: confíenos sus ahorros. Nosotros se los jineteamos. Hay clientes de confianza, calidad confiable, patentes de confianza y hasta confianza en nuestra moneda, lo cual es el colmo de la confiadez. Tenemos por ahí algún amigo de confianza y, desde luego, nuestro médico de confianza, sin contar con un compadre de todas nuestras confianzas.
Así la llevamos de confiancita en confiancita, llenando el ambiente de confiabilidad para que no se diga que la cosa falló por falta de confianza. De cierto, la palabra confianza, como otras muchas palabras de postín lanzadas al aire a lo Hermenegildo, sin otra función que la de vernos la cara de lo mismo, nos da material para ponerlas en orden alfabético y confeccionar un diccionario surrealista de los más completos.
En otras y pocas palabras: nuestra idiosincrasia que tanto defendemos contra filtraciones exóticas, se sustenta en un alegre y verdadero abuso de confianza o de la confianza, para que no suene tan peyorativo. Lo único capaz de promover la desconfianza explícita, son los pronósticos metereológicos. Por lo demás, ¿quién sabe?



Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas, avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.

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