viernes, 29 de noviembre de 2019

Dolores Gómez Antillón. Rulfo. Pedro Páramo

Rulfo. Pedro Páramo

Por Dolores Gómez Antillón

Comencé a llenarme de sueños, a darle vuelta a las ilusiones. De este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza, que era aquel señor llamado Pedro Páramo.

Juan Preciado había ido a Comala lleno de sueños, no tanto por la promesa hecha a su madre en su lecho de muerte. Iba tras la esperanza.
Rulfo introduce al lector, a través de Preciado, a un mundo fantasmagórico que gravita entre la vida y la muerte, la realidad y la apariencia, el sueño y la vigilia. Un universo donde cobran vida los recuerdos, la memoria colectiva; una región sensorial y acústica.
El encuentro de  Juan con el arriero es significativo, si tomamos en cuenta que ese personaje que lo guía lo pone en contacto con el otro mundo, con otra realidad de la que solo sabía lo que le contó su madre, el que ahora desea y quiere rescatar para sí.

―¿A qué va usted a Comala si se puede saber? ―oí que me preguntaban.
―Voy a ver a mi padre ―le contesté.
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¿Quiénes  le preguntaban? Acaso por la voz de Abundio hablaron los otros, los fantasmas de Comala.
A pesar de no escuchar voces de niños jugando en la calle, ni ver las tejas azules, Preciado sintió que el pueblo vivía, y que si escuchaba solamente el silencio, era porque no estaba acostumbrado a él. Ahí donde el aire era  escaso se oían  mejor las voces y los ruidos se le quedaban dentro, pesados. Entonces recordó las palabras de su madre:

Allá me oirás mejor, encontrarás más cerca la voz de mis recuerdos que la de mi propia muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.

Pedro Páramo era la esperanza que en todos había muerto, solamente en Juan Preciado se mantenía viva.
 La maternidad carece de importancia, ya que Rulfo nos hace dudar de la de Juan. De lo que no deja duda es que Pedro Páramo es el padre. El patriarca latifundista, amo y señor de todos y de todo.
Juan Preciado se negaba a escuchar la verdad sobre su padre, pues cuando Abundio le dice:

Nuestras madres nos malparieron en un petate, pero eso si, él nos llevó a bautizar. ¿No sé si a ti te pasaría lo mismo?

Preciado se desentiende. Como también cuando Abundio afirma que él también es hijo de Pedro Páramo.
No podía dejar que le destruyeran su paraíso, eso que él nunca había tenido y hoy tendría.
Entre el delirio y los sueños, teje Rulfo un lugar en el que se confunden las fronteras entre los espacios y los tiempos y nos remite a un mundo extraño, fantástico donde los personajes ya habían muerto.
Comala es el lugar de los recuerdos, del pasado que cobra vida por medio de Preciado y de los otros personajes. Es un paseo, un deambular entre escombros y ruinas; el encuentro con el páramo de la muerte, donde oscila tenue el hilo de la vida y del arcano.
Las voces, los ruidos, los murmullos, los ecos, los sonidos, remiten a un mundo sensorial de ese pasado que, a pesar de estar muerto, se filtra por los agujeros de un incierto presente futuro.
Las secas raíces pueden insuflar vida, sacudiendo la memoria, por medio de los recuerdos latentes, comprender que la vida es solo una apariencia.
Juan Preciado avanza hacia la única verdad absoluta: la muerte, la no vida, la  no esperanza, la no ilusión: todos somos iguales porque todos la llevamos dentro. Todos somos hijos de Pedro Páramo.



Dolores Gómez Antillón es licenciada en letras españolas con maestría en educación por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, de la que después llegó a ser directora. Ha publicado los libros Rocío de historias cuentistas de Filosofía y Letras, Apuntes para la Historia del Hospital Central Universitario y Voces de viajeros.

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