miércoles, 6 de noviembre de 2019

Luis Kimball. Camello replicante

Camello replicante


Por Luis Kimball


Ahí están los libros –sus lomos–, sin callar, en silencio. No importa lo poco que un hombre pueda acceder al placer, mi mundo es perfecto. Este es mi otro lado de la cama.
No citaré a San Agustín, a San Benedicto, a San Juan de la Cruz, a sus deformidades, simples como una joroba.

Entretanto: … Onán no se masturbó en la Biblia y a mí tampoco me atarán a sus placeres imbéciles.
Tengo la infancia sonriendo, a mi padre en la izquierda, un pasado hebrado al corazón y el verdadero textil –la urdimbre de la ballena destilando vida al interior de su cuerpo desollado– en esta sábana que no me pertenecía.
El sofá también peca por luminoso. Evolucionó como la silla otomana del placer al diván, hasta que en 1992 Joseph Llusca la llamó “Lorena”, ejemplar en el principio de contradicción.

Descripción

 Robert Callois; antropólogo aficionado a la filología, entró en el cuarto placer como el camello, nos sorprendió en el reino de los cielos mondándose la sonrisa con una aguja curvada de colmillo de morsa, como las que se usan para coser los costales. –Costales se llaman, por ser portados sobre los costados de una pobre bestia amansada. Puerta por ser alzada (portada) la yunta con que los latinos marcaban los límites donde asentarían la nueva ciudad, en el sitio designado para su entrada. El camello vino a colgarnos.
…al reino de los cielos, mondándose la sonrisa con una aguja hecha de espina de pescado. ¿Quién razonaría que Eve nació de la costilla? Un hueso delgado como una aguja, antes de que las hicieran de espina de pescado, (del mismo costado). Teje, por decir que también desciende de la aguja. (El hueco es lo importante, pero por tabú no fue horadado hasta inicios del siglo XIX).
(el hueco es lo importante; Natalia sigue en el aeropuerto de Múnich, murió hace veinte años. La nieve es un pueblo blanco bajo la luna, también he descargado mi ryuksak...)
Hay un ojo en la cerradura, mi casa es mi templo, aquí no se adora. No se sufre y no se complace; el cuerpo es un mal esclavo que limpia todo cuando mancha la alfombra. A la derecha el vitral de un árbol oscuro con pequeñas frutas dulces, y en la mesa de enseguida una porcelana cierra los ojos, como apareció en el Camello original (2011; Los sueños de Onán. Monterrey; México; Ediciones Intempestivas).
No me preguntes, no obligo a estar aquí, los desprecié mientras el desprecio valía algo. No es invitación; convoco a una que no cabe por el reino de los cielos.  Me gusta saber que sobre la pared hubo su sombra; que nunca me dejará tomar aire suficiente, recordar que tape su cara, nadie me explicó nada y tampoco lo haré. No dejó espacio para culpa. Lo pude tomar a color, pero está lleno de sombra.
(El ojo en la cerradura).
 No entrarás en mi casa, yo solo necesito un nombre que pueda fluir por mis labios: mi infructuosa condición de hombre me obliga a imaginar, pero después de haber y perder, a recordar, que es para lo que se construye la vida. Preferí: lo pude tomar con humor, pero es blanco y negro. Un día toda mujer u hombre hará esa ruta estrecha que abre al mar, por entre la cerradura de los grandes acantilados. Algunos lo harán de noche.

¿Por qué esa última semana no pudo pasar de unos instantes? Mi actor favorito murió colgado en la persiana de su hotel de Hong Kong; el ídolo de mi juventud, de su cinto. Ninguna semana puede pasar de unos instantes, dedujo el replicante.



Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.

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