domingo, 18 de enero de 2015

Koko Piaf. Tamarindo tripp

Tamarindo tripp



Por Koko Piaf



Buscaba en las cosas del botiquín algún antidepresivo. Algún Tafil, Prozac, algo.

Hallé el bote de tamarindo que había escondido ahí para que mis hijas, que son unas come tamarindo, no lo encontraran.

Desesperada por no encontrar una pastilla para estar mejor, la mañana tan tan triste, tome el vaso de tamarindo. No es cualquier tamarindo, es el más rico de esta lado, y lo digo porque durante un tiempo fui una buscadora de tamarindos, compraba en todos los lugares que podía, para comparar.

Un día caminando por la no tan grata calle Julián Carrillo y casi Ocampo, entré a una tienda de semillas, saladas y dulce. En un anaquel escondidos, estaban estos deliciosos botes de tamarindo.

En la primera capa del bote viene un tipo como de chile en polvo picosito y luego mas abajo viene la miel del tamarindo, la que se forma cuando con el tiempo y el calor el tamarindo baja y solo deja arriba esta deliciosa capa.

Debajo de la capa de miel esta el tamarindo, la pulpa y la semilla. Me gusta que las tenga, es como un juego llegar al éxtasis por el sabor del tamarindo y tenerlo que interrumpir para sacar la semilla y luego seguir flotando. Excitante .

Tardé en encontrar ese tamarindo perfecto; lo hallé en los bajos mundos del centro de la ciudad. No he podido dejar de comerlo por eso compro para tener, para los dias como hoy.

En el botiquín está mi vaso de tamarindo y lo tomé. En mi sillón azul de los placeres saque la cucharita que trae consigo el vaso. Cuando no estoy triste me como primero el chile con un piquito de la miel que viene abajo y luego como la miel y luego la pulpa. Me encanta darle su tiempo de disfrute a cada cosa, pero cuando estoy triste lo mezclo todo con algo de rabia y empiezo a comerlo.

Que delicioso es el tamarindo; su sabor acido y picoso me despierta, me pone alerta. Cuando ya me he comido la primera cucharada, las demás, cada una, cada vez más, abrillantan los colores; maravilloso placer me ofrece una cucharada de tamarindo.

Luego del primer shock en mi conciencia del acido y lo picoso, mi cuerpo levita un poco y entonces mi mente toda, mis pensamientos, me abandonan, solo puedo sentir la deliciosa viscosidad de esos sabores y experimento un abandono pequeño de mi cuerpo. Si alguien me habla, no puedo escuchar. Si alguien pasa, no puedo ver. Mis sentidos se encuentran ocupados disfrutando el tamarindo.

Y sigo y sigo aferrada a mi vaso, comiendo una y otra de esas diminutas cucharitas rojas llenas de la incomparable mezcla de miel, pulpa y chile.

Suspiro en momentos, como volviendo a la conciencia. Me doy cuenta de que casi se acaba.

Entonces raspo las fisuras del vaso para sacar hasta lo último de esa delicia; si mi lengua llegara, lamería el fondo para comerme hasta el último vestigio de tamarindo.

Pero como todas las drogas, el tamarindo tiene un fin. No es bueno comer tanto tamarindo; un día comí cuatro vasos y me sentía realmente mal del estomago.

Nada es perfecto. Ni el tamarindo. Pero de todas las drogas que conozco, el viaje del tamarindo es tan reconfortante, tan suave, tan sublime.

Con este vaso de tamarindo por al rededor de treinta minutos  sentada en mi sillón azul de los placeres, puede olvidar que hoy quería morirme. Había pensado por la mañana que no tiene sentido estar buscando constantemente salidas, que no puedo solucionar el mundo para nadie y que nada nunca será perfecto.

Diez pesos, doscientos gramos de pulpa de tamarindo me salvaron la vida.



Koko Piaf, escritora de Chihuahua, publica poemas, relatos y fotos de prodigioso ingenio y buen gusto. Su sitio de Facebook es muy popular, la siguen miles de lectores.
https://www.facebook.com/12PUNKARINA?fref=ts

1 comentario:

  1. La protagonista de este relato de Koko Piaf busca en la alacena de casa una pastilla para dormir; luego suena el piano de los pensamientos.

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