viernes, 23 de enero de 2015

Madre. Martha Estela Torres Torres

Mi madre, nuestra madre




Por Martha Estela Torres Torres





Con amor a María del Carmen




Mi madre despuntaba esbelta como espiga de trigo hacia la vida.
Tenía el cabello como la oscuridad brillante de la noche
y unos ojos luminosos que todo alumbraban.
Era bella porque la bondad la irradiaba siempre.

Muy joven conoció a un caballero del mineral
que aparecía con frecuencia rondando su casa
como fantasma casual y prudente,
serpenteando la calle escoltado por las golondrinas
en la hora en que la tarde se hacía más precisa
para confabularse con las primeras estrellas.

Mi madre decidió cultivar el amor toda su vida,
sin temor a encontrarse con su destino
al lado de un hombre de campo
que se levantaba a trabajar cuando aparecían
los primeros jirones de luz en el oleaje nocturno.

Vivieron muchos años juntos,
con limitaciones y penas,
pero felices porque con tenacidad,
sus sueños resultaron fértiles,
como los sembradíos de maíz
que sin rendirse se aferran al suelo
deshidratado por el sol y por el viento.

Mi padre emigró a la cúspide
de las llanuras celestes;
allá donde nadie regresa
porque la estancia de Dios es dulce y serena.

Mi madre sigue con nosotros,
en esta ciudad de metal, inhóspita y urbana,
alejada del aire, del campo y la primavera,
brindándonos el mismo cariño.
Observadora y prudente, siempre amorosa,
dispuesta a darnos el más cálido beso
y la ternura más dulce.

Siempre nos mira como si fuera la primera vez,
como cuando nos recibió en sus brazos
y florecimos perenes en su corazón.

Ella nos contempla vigilante,
captando el timbre de nuestra voz,
la tonalidad de nuestro semblante,
y los latidos alterados del atribulado corazón.

Percibe con sabiduría
el dolor de nuestras vértebras
y las heridas del alma que no terminan de sanar.

Nos pregunta cómo están los hijos
cómo las princesas de nuestra casa y las plantas del jardín;
si ya florecieron las granadas y encendieron las rosas.

Nos sugiere distintos cortes de cabello,
ropa moderna pero discreta
 y el color de tinte que más aviva la sonrisa.

Se fija si tenemos la mirada clara o espesa de sueño.
Si vamos por la vida con fija directriz o navegamos sin rumbo.
Si olvidamos visitar el sagrario para impregnarnos de luz.
Si hemos perdido peso o tal vez, la ilusión.

Siempre silenciosa, lastimada por los años,
y ahora invadida por una seria quietud,
sigue alerta al mejor suspiro,
a la mejor sonrisa y cariño.

Sabe calcular el punto de respuesta
a su presencia, a su solicitud, a su eterna paciencia:
digna de nuestros mayores esfuerzos. 

Nuestra madre es la mejor madre,
posee un corazón magnánimo,
precioso cual diamante,
puro como la luz inmaculada del amanecer,
que, día con día, Dios nos brinda
para seguir el horizonte celeste
impreso en generosa tinta.

No alcanzará la vida para agradecer
a nuestra madre su comprensión,
su solidaridad incuestionable
y su ternura permanente.
  
Brindémosle nuestro amor como recompensa
por las noches de desvelo que pasó a nuestro lado
aliviando enfermedad y desencanto.
Por sus palabras amorosas,
por sus oraciones que nos impulsan a crecer,
y a cristalizar los más sublimes anhelos.
         
Por su vida, culmen de generosidad y rectitud,
damos gracias a Dios, porque lenta e irremediablemente,
nuestra madre, se aproxima al sol.



Junio16 2014






Martha Estela Torres tiene licenciatura en letras españolas y maestría en humanidades. Entre sus libros publicados están: Hojas de magnolia, La ciudad de los siete puentes, Arrecifes de sal, Cinco damas y un alfil y Pasión literaria. Actualmente es profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras y editora en la Universidad Autónoma de Chihuahua.

1 comentario:

  1. La poeta de Chihuahua Martha Estela Torres Torres escribió un diamante. Va su texto.

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