martes, 2 de octubre de 2018

Raúl Sánchez Trillo. Emma Goldman y Alexander Berkman

Emma Goldman y Alexander Berkman

Por Raúl Sánchez Trillo

Si nos atenemos a Reeds, la película en que Warren Beatty la hace de John Reed, Emma Goldman era una gordita bien chula y muy prendida en el rollo feminista, se la pasaba discutiendo con los bohemios de Green Village y hacía que Louise Bryant, la novia de Reed, se sintiera más tonta de lo que era en realidad. El personaje de la película es cautivante. Ficción o no, lo que sí sabemos es que esta incansable dama, difusora de la anarquía y los métodos anticonceptivos, nació en Kovno, Rusia, y llegó a los Estados Unidos en 1886, justo el año que los sindicalistas de Chicago se organizaban para la jornada de lucha por las ocho horas de trabajo. Se estableció en Rochester, en donde el trabajo agotador en la fábrica y un matrimonio desgraciado que terminó en divorcio ocasionaron que se mudara a Nueva York. Aquí entró en contacto con los círculos anarquistas y puso al servicio de la causa sus dotes oratorias. Fue una gran defensora de los derechos de la mujer y luchó, con Margaret Sanger, por la introducción de los anticonceptivos en la sociedad. Escribió numerosos artículos, folletos políticos y los libros El Anarquismo y otros ensayos, El significado del drama moderno, Mi desilusión en Rusia y Viviendo mi vida.
Algunos historiadores atribuyen la radicalización de Ricardo Flores Magón y sus divergencias con Camilo Arriaga a las largas y frecuentes conversaciones que, en St. Louis, Librado Rivera, Juan Sarabia, Antonio Villarreal y el propio Flores Magón entablaron como los anarquistas Emma Goldman y el español Florencio Bazora, ambos amigos de Errico Malatesta. Cierto o no, el hecho es que entre aquellos revolucionarios se establecieron fuertes nexos de solidaridad y un importante intercambio de ideas. Quizá ninguna comunidad como los anarquistas mantuvo tanto contacto entre sí, ya fuera a través de la charla, la correspondencia o el intercambio de publicaciones. Hijos de la misma época, fueron una generación que compartió los mismos pensamientos. Flores Magón afirmó con su vida lo escrito por Malatesta: “No sabemos si en la próxima revolución triunfarán la anarquía y el socialismo; mas si la victoria es de los programas de transacción, será porque nosotros, por esta vez, habremos sido vencidos; nunca porque hayamos creído útil dejar en pie la más mínima parte del mal sistema que hace gemir a la humanidad (…) Aun cuando somos vencidos, nuestra obra no será inútil porque seremos más los decididos a proseguir la realización completa de nuestro programa, y menos gobierno y menos propiedad habrá en la sociedad que se constituya”.
Los nexos solidarios entre anarquistas mexicanos y los de Norteamérica se expresaron a través de las páginas de Mother Earth, revista mensual publicada en Nueva York por Emma Goldman y Alexander Berkman. Mother Earth, editada de 1906 a 1918, dio una amplia cobertura a la revolución mexicana casi durante toda su existencia, cobertura que al parecer se inició con una campaña para liberar a Lázaro Gutiérrez de Lara, preso en 1907 por los Estados Unidos y que la revista presentaba como un “refugiado de Cananea”, “brillante abogado” y autor de una tetralogía de novelas. En 1908 Mother Earth publicó el Manifiesto al Pueblo Americano, documento básico del PLM destinado a traducir a los trabajadores de aquel país la revolución que se preparaba en México. La relación del PLM con el grupo de Mother Earth fue tan estrecha que, recientemente, el uso de la revista como fuente documental ha proporcionado nuevas luces de interpretación del fenómeno magonista en el libro La Revolución sin frontera de Javier Torres Parés.
Alexander Berkman no pudo acudir a las charlas con los magonistas en St. Louis porque se encontraba en el botellón. Nacido en Vilna, Rusia, fue contagiado con ideas radicales en San Petesburgo donde fue expulsado de la escuela por presentar un ensayo de orientación atea y nihilista. Caída su familia en desgracia y con un tío favorito de ideas radicales –desaparecido quien sabe si por obra de la policía del zar o tragado por el azar del clandestinaje– el joven Berkman tuvo que emigrar a los Estados Unidos. Desembarcó en 1887 en Nueva York, ciudad donde conociera a Emma Goldman, rusa, judía y emigrante como él, y con quien entabló más que una estrecha amistad por el resto de su vida. En junio de 1892, el sindicato del acero, en Homestead, Pensilvania, se declaró en huelga como protesta por la reducción de salarios. La Compañía, a cargo de Henry C. Frick, estaba decidida a aplastar al sindicato y el conflicto llegó a la violencia, al enfrentarse trabajadores y rompehuelgas de la agencia Pinkerton con saldo de diez muertos y numerosos heridos. El gobernador de Pensilvania envió ocho mil soldados y el gerente Frick, sin friquearse, lanzó un ultimátum: cero negociaciones con el sindicato y expulsión de todo aquel que se negara a ponerle al camello. El país entero estaba encabronado con Frick.
Berckman intuyó que era el momento propicio para un acto de propaganda por el hecho. Con el plan de matar a Frick y sobrevivir lo suficiente para enfrentar el juicio, en el que haría publicidad para la causa y, posteriormente –como Lingg, el mártir de Chicago–, volarse la cabeza con una capsula de fulminato de mercurio, emprendió la marcha hacia Pittburgh armado de un revólver y un puñal.
La propaganda por el hecho fue una táctica anarquista muy discutida en el seno del movimiento. El atentado contra representantes del Estado se dio primero como una respuesta a la represión y al excesivo castigo que sufrían los militantes radicales a manos de los policías o los jueces. Se convirtió en una forma de hacer propaganda cuando la opinión pública se centró en las motivaciones de los individuos que llevaban a cabo estos actos. Tuvo su auge en Europa durante la década de los noventa, la cual se conoció como terror negro. Si bien esta táctica no era asumida por la totalidad del movimiento, si creó el estereotipo que aún hoy prevalece del anarquista barbón con una bomba de marmita en las manos. La propaganda por el hecho fue defendida en Norteamérica por Johann Most, quien llegó en 1882 procedente de Alemania, donde fue diputado del Reichstang. Aunque no era un anarquista puro en teoría, Most estaba de acuerdo con la acción terrorista contra las instituciones eclesiásticas y estatales realizadas por iniciativa propia de los individuos, con la condición de no poner en peligro el movimiento si el autor era capturado. Solamente las armas, decía Most, colocan al trabajador en pie de igualdad con la policía y el ejército. Publicó el panfleto La ciencia de la guerra. Manual de instrucciones para el uso y la fabricación de nitroglicerina y dinamita, algodón de pólvora, fulminato de mercurio, bombas, espoletas, venenos, etcétera.
Emma Goldman y Alexander Berkman conocieron a Johann Most en 1890, en un mitin conmemorativo por la muerte de los mártires de Chicago. Era un hombre amargado y resentido con la sociedad. Un accidente de infancia le había dejado el rostro torcido y lleno de cicatrices y un cuerpo deforme. Encuadernador de oficio, tenía tras de sí una larga historia en los medios radicales de Alemania y en los Estados Unidos había participado en las jornadas de agitación que terminaron en los sucesos de mayo en Haymarket Square. Su apariencia repelente era atenuda, sin embargo, mediante su elocuencia y apasionamiento como orador. A Emma Goldman le pareció que aquel hombre irradiaba amor y odio, y se convirtió en su amante a la vez que lo era de Berkman.
El atentado planeado por Berkman fracasó. Aunque el representante de la compañía acerera recibió dos balazos en el cuello, uno del lado izquierdo y otro en el derecho, más siete puñadas repartidas en piernas y costados, sobrevivió, y el buen Berkman fue condenado a dieciséis años de cárcel. “Todo esto dejó al país sin aliento –dice BarbaraTuchman en TheAnarchist–, pero la conmoción pública no fue nada comparada con la sacudida que conmovió a los círculos anarquistas cuando en el Freihet del 27 de agosto, Johann Most, campeón inveterado de la violencia, renegó de su pasado y denunció el intento de tiranicidio de Berkman. Dijo que se había sobre estimado la importancia del acto terrorista, y que este no podía ser eficaz cuando el movimiento revolucionario era débil y embrionario, y se refirió con desprecio a Berkman, que ya era un héroe para los anarquistas.
Cuando repitió esas opiniones en un mitin, surgió del público una furia femenina. Era Emma Gooldman que, armada de un látigo, se lanzó al estrado y azotó el rostro y el cuerpo de su antiguo amante. El escándalo fue tremendo. Lo que mortificaba a Most eran claramente los celos de Berkman, rival más joven en el amor y en el movimiento revolucionario. Su rencoroso ataque a un camarada anarquista que había estado dispuesto a morir por la causa fue una pasmosa traición de la que el anarquismo americano nunca se recobró plenamente.”
No obstante la “pasmosa traición” y el escándalo, Emma Goldman y Alexander Berkman llegaron a gozar de un gran prestigio en el movimiento anarquista mundial. Mother Earth se convirtió en una de las publicaciones más importantes del movimiento. Voltarine de Clearence y William C. Owen fueron los analistas que se ocuparon de la revolución mexicana. El grupo realizó propaganda en favor de la emancipación femenina, de apoyo a los sindicatos y contra la guerra y el reclutamiento, todo, por supuesto, desde la perspectiva anarquista Hasta que, como lo documenta Torres Parés: “A fines de 1917, la represión alcanzó a los redactores de Mother Earth, publicación que fue suprimida. La sustituyó Mother Earth Bulletin, que en su primer número de octubre de ese año informó que Alexander Berkman, Louis Kramer, Morris Beker y Emma Goldman esperaban ser juzgados en diciembre por la Suprema Corte de los E.U.A. Berkman, Kramer y la Goldman enfrentaban sentencias de dos años de prisión y deportación a Rusia, como producto de su posición contra la guerra y la ley de reclutamiento.
Harry Weinberger no logró éxito en la defensa de los prisioneros. El Boletín continuó un tiempo su labor en defensa de los activistas opuestos a la guerra.”
“7 de marzo. Un retumbar lejano llega a mis oídos al cruzar el Newsky. Vuelve a hacerse oír, esta vez más claro y más fuerte, como si viniera hacia mí. De pronto, me doy cuenta de que la artillería está disparando. Son las seis de la tarde. ¡Kronstadt hasido atacada!
“Días de angustia y de cañonazos. Mi corazón está aturdido de desesperación: siento que algo ha muerto dentro de mí. La gente en las calles parece abrumada, desorientada. Nadie se atreve a hablar. El tronar de la artillería pesada rasga el aire.
“17 de marzo. Kronstadt ha caído hoy. Miles de marinos y trabajadores yacen muertos en las calles. Prosiguen las ejecuciones sumarias de prisioneros y rehenes.
“18 de marzo.Los vencedores conmemoran el aniversario de la Comuna de 1871, Troski y Zinoviev acusan a Thiers y a Gallifet de la matanzade los rebeldesde París…”
Con estos párrafos terminaba la cronología que Berkman había escrito sobre los sucesos de Kronstadt, puerto en el que los marinos y trabajadores se amotinaron contra la dictadura de los bolcheviques.
La pareja de judíos anarquistas había sido deportada a Rusia solo para atestiguar el desmoronamiento de la esperanza que suscitó la revolución de octubre. Los anarquistas rusos, una de las corrientes políticas con mayor arraigo en ese país, fueron engullidos por la dictadura de la nueva clase burocrática, unos coptados por el partido bolchevique, otros ejecutados por la Cheka y otros más arrojados de nuevo al exilio. El aplastamiento de la gloria y orgullo de la revolución rusa –así  llamaba Troski a los marineros de ese puerto– fue el último acto del anarquismo ruso.
La revolución rusa anunció el fin de los dirigentes históricos del anarquismo. “La vieja guardia está desapareciendo”, escribía Berkman lleno de abatimiento en 1935, “y no parece que la nueva generación vaya a tomar el relevo, o al menos realizar la ingente tarea que hay que proponerse si el mundo quiere ver un tiempo mejor.” Al año siguiente, agobiado por la miseria y enfermedades se pegaba un tiro en Niza. Parecía ya que no quedaba nada por hacer. La última esperanza era España, Emma Goldman aún tuvo fuerza para estar ahí y proseguir con su labor de difusión del anarquismo.
Murió en Toronto, en 1940, mientras daba un ciclo de conferencias. Su cuerpo fue trasladado a Chicago y enterrado en el cementerio de Waldheim, cerca de las tumbas de los mártires de Haymarket Square.

(Esta crónica de Raúl Sánchez Trillo es parte de su libro Notas anárquicas, inédito).




Raúl Sánchez Trillo estudió maestría en artes visuales en la ENAP/UNAM. Escribe crónicas y es profesional de la fotografía de arte. Fue director de la Facultad de Artes. También director de Extensión y Difusión Cultural y actualmente secretario general de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

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