viernes, 31 de agosto de 2018

Heriberto Ramírez Luján. Su relato El Farol

El Farol

Por Heriberto Ramírez Luján

Me contaron que nació en invierno y a los pocos días enfermó de pulmonía, razón por la cual mi tío Cirilo lo llevó a vivir a la casa grande del abuelo Amado. Lo cuidaba con el mismo esmero de un padre a su hijo, dormía con él en el corredor de la casa, una estancia amplia que funcionaba como sala de recepción donde había una enorme banca verde que para nosotros funcionaba como una sala de juegos. Había también un calentón y cobijas para el potrillo recién llegado, quien por cierto tenía fuerte olor a Volcánico, un ungüento para caballos que de vez en vez vi aplicarlo en adultos mayores para el dolor de las articulaciones.
Sus cuidados, según cuentan, dieron buenos resultados y el Farolito se convirtió en uno de los caballos más queridos de la ranchería. Su piel café y azabache tal vez no tuviera una tonalidad espectacular, sin embargo, su docilidad y manejo eran inigualables. Según escuché alguna vez, un militar se lo pidió a mi tío para utilizarlo en un desfile, pues el caballo cuando escuchaba música cambiaba su marcha y tal pareciera que bailaba. También cuentan que una vez el abuelo Amado venía en él de Ojinaga algo tomado, después de cruzar el río cayó de su lomo, pero el caballo continuó su camino a dar aviso y los condujo de regreso a donde yacía su fallido jinete.
Cuando me tocó montarlo ya había cumplido los dieciséis, su madurez lo hacía todavía más dócil; para montarlo podía uno toquetearle los cuartos delanteros, poco a poco hacíamos que se estirara hasta que quedaba bajito y podíamos subir tranquilamente. Era una fuente de energía apreciable en las tareas domésticas pues lo mismo jalaba el arado, como jalaba la rastra con el tambo de agua para el uso diario, también llegó a participar en alguna carrera parejera un finde semana festivo. Otra de sus gracias radicaba en que, con relativa facilidad podíamos hacer que se parara en sus cuartos traseros, eso me llenaba de júbilo, como si adivinara mis deseos y estuviera dispuesto a complacerme, sentía una especie de poder embriagador sobre la bestia.
Cuando nos fuimos a la ciudad él se quedó en un mundo cada vez más lejano para mí, lo vi de manera intermitente unas pocas veces, pero nuestra amistad se había enfriado. Mi tío Manuel se había hecho cargo de él y cuando me enteré de que lo había vendido, como lo hicieron muchos otros dueños de animales viejos, a la fábrica de salchicha, me indigné y me dolió al mismo tiempo. Me llevó tiempo entender lo inevitable de su destino triste.

(Este cuento de Heriberto Ramírez Luján es parte de su libro Relatos en celular, inédito).




Heriberto Ramírez filósofo mexicano redacta la lógica con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de su estética. Y de su gran estilo.

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