miércoles, 1 de agosto de 2018

María Esther Quintana Millamoto

Los charros, The Guardians y la frontera

Por María Esther Quintana Millamoto

Antes de entrar de lleno en la materia de este texto (mi ponencia en Salamanca en mayo del año en curso), debo confesar que soy una feminista a la que le gustan las rancheras, quiero decir, el género vernáculo conocido con este simple apelativo. Me gustaría también decir que canto bien las rancheras pero, la verdad, mi voz de soprano amateur apenas me alcanza para entonar con cierta dignidad no siempre exenta de desafinadas o de lo que en la cultura mexicana se conoce popularmente como gallos, algunos boleritos rancheros de Juan Gabriel o –cuando después de dos tequilas ando con la garganta calientita– un huapango como “Cielo rojo” o un bolerito como “Allá en el otro mundo.”
He de decir sin falsa modestia que cuando estoy inspirada puedo sostener algunos fieros falsettos, a despecho de nunca haber tomado clases de técnica de canto y de solfeo. Como dije antes, soy feminista, así que el hecho de que me gusten las rancheras debería de verse como una contradicción porque, como todo mundo sabe, este tipo de canciones promueven los estereotipos de género, la política sexual de dominio de los hombres sobre la mujeres, etcétera. Sin embargo, considerando que la contradicción define al ser humano, es absolutamente natural que me gusten no solo las rancheras sino que considere que el charro mítico, encarnado en el sin igual Pedro Infante, representa la quintaesencia de lo varonil, de la bravura y al mismo tiempo de la ternura y gallardía del hombre ideal mexicano.  Ahora, si este varón existe o no fuera de las pantallas del cine de oro mexicano, eso es irrelevante para muchas mujeres de mi generación –por no decir de las anteriores– quienes en lo más profundo de nuestra psique soñamos con un charro que nos venga a dar serenata el día de nuestro cumpleaños o ya aunque sea el día de la madre.
Este sueño de la psique femenina mexicana de tener un charro apuesto en nuestro cumpleaños se cumple en la novela The Guardians (2007) de la escritora chicana Ana Castillo, en la cual Miguel, el enamorado de Regina, protagonista de la historia, participa en una charreada como parte de la sorpresa de cumpleaños que Gabriel, el sobrino de Regina, organiza para su tía y madre adoptiva. La escena anterior me decidió a presentar una ponencia sobre el charro y la masculinidad mexicana en el Congreso sobre literatura chicana en Salamanca, ciudad que, sorpresivamente para mí, es el origen del charro mexicano. [1]
Miguel es un charro sui-generis por su aspecto e ideología, ya que usa una cola de caballo, es un activista del medio ambiente, detractor de la política norteamericana en Latinoamérica (de hecho está escribiendo una tesis sobre las intervenciones de Estados Unidos en América Latina a través de su historia) y se identifica a sí mismo como “chicano” reconociendo el aspecto de oposición y resistencia de dicha identidad. Por tanto, considero que Miguel constituye una especie de charro transnacional, es decir, con problemáticas que van más allá de los límites geográficos de la nación mexicana, mientras que también encarna la paradoja del chicano de los setenta, quien, por un lado peleaba por subvertir su opresión  social y por otro mantenía subordinadas a las chicanas, incluso a sus compañeras de lucha.
En el análisis de mi ponencia en Salamanca establecí una conexión entre el control del caballo por parte de Miguel en la charreada y su deseo de controlar a las mujeres de su vida –algo que la misma Regina observa en la novela– para demostrar que el machismo del protagonista, que él trata sin éxito de superar, impide una relación satisfactoria entre los protagonistas.
En la ponencia rastreaba los orígenes de la charreada en las antiguas corridas de toros para explicar cómo desde sus inicios este tipo de eventos llevan implícita la idea del control y dominio del otro, considerado como lo no civilizado. [2] Tras de repensar en la relación de ambos protagonistas, para escribir este texto, me di cuenta que otro factor conectado con el fracaso del romance entre Miguel y Regina, y que también es típico del patriarcado, es la subordinación de la protagonista al profesor de preparatoria, subordinación que puede verse alegorizada en la escena de la charreada en la del caballo al charro. En cuanto a los protagonistas, el factor más importante de la desigualdad de su relación es su diferente nivel de educación y el estatus profesional y social que esto conlleva. Mientras que Miguel tiene una licenciatura y está escribiendo una tesis de maestría, Regina solamente terminó su preparatoria y se certificó como ayudante de maestra. Por tanto, si Miguel tiene un puesto de profesor de historia en la escuela donde ambos trabajan, Regina es únicamente asistente de otros profesores. Dicha circunstancia, añadida al estatus indocumentado de Regina en su pasado, como trabajadora del campo, provocan que se sienta inferior a Miguel.
Por si esto fuera poco, existe también una diferencia de edad importante, ya que Miguel es un hombre de treinta años y, en contraste, Regina tiene cincuenta. El estatus subordinado de Regina hacia Miguel se intensifica cuando este le ayuda a buscar a su hermano, al que ha secuestrado una banda de narcotraficantes y que es obligado a trabajar en un laboratorio clandestino de drogas. La autora de la novela satiriza (o romantiza, según sea la lectura que se haga de la novela) la dependencia de Regina en Miguel cuando la protagonista declara que su enamorado es como el arcángel bíblico ya que la ha acompañado en la peligrosa búsqueda de su hermano a la casa de los narcotraficantes. La identificación de Miguel con el arcángel, así como los otros nombres de algunos de los personajes de la novela (Gabriel, Rafael, Uriel) explican el título Los Guardianes.
Mientras se mantiene la relación de dependencia por parte de Regina hacia Miguel, la posibilidad de un final feliz parece ser factible. Sin embargo, cuando secuestran a la ex esposa del protagonista, Miguel no puede superar la sospecha de que Gabriel, sobrino de Regina, esté involucrado en el secuestro y se aleja de esta. En el final de la novela las consecuencias de la violencia relacionada con el mundo del narcotráfico alejan definitivamente a los protagonistas a pesar de los esfuerzos de Miguel por recuperar a Regina.
En The Guardians Castillo muestra que el estereotipo del charro como protector de las mujeres resulta anacrónico no solo por la ideología patriarcal que subyace a dicho personaje mítico, sino porque en un contexto brutal de narcotráfico, tráfico de personas y de órganos humanos, ni los mitos ni las leyendas –por vigentes que sean culturalmente y por mucho que nos enamoren– pueden enfrentar la violencia de este “inter-estado” llamado la frontera México-americana.
  

[1] La primera mención de la palabra “charro” aparece en el año de 1729 en el Diccionario de autoridades el cual lo define como un individuo sin educación ni refinamiento proveniente de un lugar pequeño y sin prestigio. En 1817 la definición se vuelve más específica cuando se le describe como  “un villano de la tierra de Salamanca, una persona rústica como los villanos suelen ser”. En cuanto al significado etimológico de “rústico” que se le da a la palabra "charro", quizás provenga del vascuence "Txar", palabra que significa campesino.

[2] En sus orígenes más remotos, la charreada consistía en domar toros a caballo y durante el tiempo de la Reconquista las pinturas mostraban caras de moros en las cabezas de los animales, mientras que el rostro del jinete representaba a un rey español. Dicho sentido alegórico de civilizar al otro, está también presente en el mito fundacional de Hércules, según el cual su décimo trabajo de penitencia consistió en derrotar al monstruo Gerión, rey tiránico y usurpador en lo que hoy es la región de España, robándole sus vacas rojas y matándolo. Hércules se quedó a civilizar a los descendientes de Gerión y este mito se fusionó luego con leyendas católicas como la del apóstol Jacobo, conocido como el apóstol Santiago en España, quien, según la tradición llegó a Galicia a predicar el evangelio. En la actualidad las asociaciones de charros han preservado la idea del impulso evangelizador y civilizador de los charros y la charreada a través de sus leyendas donde el toro es dominado por un misionero o algún santo católicos.











María Esther Quintana Millamoto estudió letras españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua, tiene maestría y doctorado en letras hispánicas por la Universidad de California Berkeley. Entre sus obra publicado están los libros Los pícaros, bufones y cronistas de Maluco: la novela de los descubridores fue publicado por Linardi y Risso en Montevideo Uruguay en 2008; Madres e hijas melancólicas en las novelas de crecimiento de autoras latinas, publicada en la colección Benjamin Franklin de la Universidad de Alcalá España.También ha publicado ensayos críticos en revistas arbitradas en México, Cuba, España y Estados Unidos. Actualmente es profesora en el departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Texas.

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