miércoles, 12 de enero de 2022

Beatriz, novela seriada 2016 (fragmento). Jesús Chávez Marín

 

Beatriz, novela seriada 2016 (fragmento)

 

 

Por Jesús Chávez Marín

 

 

1. Más vale una mala sombra que el resistidero del sol, le decía a Beatriz su propia madre como si todavía estuviéramos en el siglo 20, refiriéndose a su matrimonio en ruinas.
Una mala sombra. Eso era Santiago para ella desde hace muchos años, casi desde el principio. Primero la convenció de que dejara el banco dizque para que Allan tuviera una madre de tiempo completo, total, con lo que él sacaba en el taller tendrían de sobra para establecerse. Sí, como no, y también para sus borracheras.

A pesar de eso, todo iba bien, ella estaba feliz con su hijo, su hogar, y en aquel entonces Santiago se portaba más o menos, era cariñoso, le traía serenatas y era muy fiestero, aunque no la sacaba a ningún lado, porque no teníamos con quién dejar al bebé, se iba solo a todos lados, y hasta de viaje.

Pero a los tres años de casados, el taller se vino abajo. Él decía que la mecánica ya no dejaba, los nuevos carros eran de tecnología desechable, ya casi toda era plástico y electrónica. Pero lo que no decía es que él se había vuelto gastador y también flojo, llagaba tardísimo, entraba y salía, dejaba todo encargado con los ayudantes, con la secretaria, se llenó de deudas y los antiguos clientes ya no venían con tanta confianza como antes.

Parece un dicho muy mezquino, cuando la miseria entra por la puerta el amor sale por la ventana, y a lo mejor eso también tuvo que ver, no lo niego, decía ella, pero lo principal es que Santiago muy pronto dejó de ser príncipe y se volvió sapo, al revés de los cuentos. Engordó, se volvió desaliñado, al niño casi ni le hacía caso y conmigo ya nada más cumplía muy de vez en cuanto, pasaban meses y todo ya sin chiste, rápido y torpe.

[Este expediente de divorcio continuará].


 

 

 

 

2. Cuando perdió el taller, empezó a buscar trabajo pareciera que con ganas de no hallar ninguno; repartía solicitudes pero llegaba a las entrevistas con muchas ínfulas, quería que se la dieran de gerente, estaba acostumbrado a tener su propio negocio y a que los empleados le rindieran, no a que cualquier psicólogo industrial le hiciera preguntas pendejas, decía. Se inventó un currículum más o menos fidedigno tratando de sacarle lustre a sus estudios incompletos de ingeniería mecánica, pero en estos tiempos de maestrías de a peso y doctorados on line, resultaban ridículos los flamantes adjetivos de empresario micro. La muerte chiquita del desempleo lo humillaba, se volvió amargado y grosero.

A los pocos meses quedaron sin nada. Santiago vendió primero el terreno donde había tenido el taller, y eso les dio un respiro y pudieron pagar las deudas más grandes, pero se quedaron ensartados con las tarjetas hasta el tope. Luego fue malbaratando la escasa maquinaria; a precio de ahorcado fue soltando sus preciosas herramientas, una por una. Primero las había guardado con la esperanza de volver a establecerse, tardó en caerle el veinte de que la quiebra no tenía vuelta de hoja. En las empresas donde su currículum y sus pálidas solicitudes se sofocaban en los insondables archivos web del departamento de personal, le decían que después, quizá la semana que entra se abriría un proyecto, en fin, nosotros le hablamos.

Beatriz por su parte también se puso a buscar empleo, pero sin decirle nada a Santiago que se ponía verde nomás de mencionarle el asunto. A pesar de que su hogar ya estaba erizado de deudas y de que a veces ya no tenían para los recibos y del mandado ya todo lo surtía barato y escaso, su marido seguía en la necia de la mujer de su casa, del santo niño y su santa madre etcétera, como si todavía siguiera siendo el talibán de la mecánica nacional y no el mirador de ilusiones que se negaba a aceptar que el mundo había cambiado en pocos años. Ella consiguió trabajo muy pronto, aunque ya para nada le sirvió su impecable expediente en el banco, ese tren ya había partido pues el sistema bancario también ya era otro en este mundo global con cajeros automáticos y escaso personal. Un día antes fue cuando le anunció a su marido que al día siguiente iniciaba labores en Sellers, como coordinadora de cajeras. Aquel casi estalló en llamas, pero la vio tan decidida que renunció a ponerse del todo radical, se consoló pensando que sería un asunto temporal, y así se lo dijo a ella muy firme, para salvar su dignidad de macho alfa en declive.

[Este drama costumbrista continuará].

 

 

 

 

3. Por supuesto que él se quedó con el niño, odiaba las guarderías porque su mami odiaba las guarderías, claro, la señora muy chapada a la antigua pero no m’hijito, aquí ni me lo traigas, ya bastante tuve con criarlos a ustedes tres y mucha lata que me dieron buenos de vaquetones, por qué no tuve una mujercita, esa sí me hubiera ayudado siquiera a levantar un popote, los hombres buenos de atenidos, igualitos que su padre que Dios lo tenga en su santa gloria, pobrecito, hablo de su vida no de su muerte.

A medio día llegó Beatriz cansadísima y en lugar de comidita preparada halló la casa de punta a punta el tiradero, óyeme, Santiago, ¿y qué hiciste todo el santo día?, no fuiste ni para alzar las camas. A mí no me hables en ese tono, mi reina, bájale de… pues con el Allan tengo para andar todo el día en friega. Pero si es un niño de dos años, duerme media mañana y no es nada latoso. Será contigo, porque a mí no me dejó ni respirar. ¿Y no hiciste nada de comer? Cómo crees, si no soy tu mayordomo, chiquita. Y de una vez te aviso que pasado mañana tengo entrevista en Motorola, a ver cómo le haces. Pues a ver cómo le haces tú, Santiago, porque no voy a faltar al trabajo a los tres días, me corren.
Pasaron tres meses entre el estira y afloja, Santiago se inició en los nuevos oficios de las labores del hogar y a veces hasta no lo hacía tan mal, aunque con su estilo pachorrudo, preparaba comida más o menos y algunos días la casa relumbraba de limpia; también seguía volanteando solicitudes de empleo, cada vez más desesperado.

A Beatriz la ascendieron muy pronto cuando vieron que era buenísima para la contabilidad, en un dos por tres puso al día un montón de cuentas que habían andado reborujadas durante años; esto le ahorró un montón de dinero a la empresa; arregló el departamento de crédito que había sido un margallate espantoso y lo afinó como reloj suizo, o como todo mundo dice de los relojes suizos, vaya usted a saber si será cierto. Además de su elegante diligencia, era notable el dinamismo de su figura curvilínea y espigada, su gran personalidad y la gracia con la que sabía mandar a las secretarias sin caerles gorda, cosa que en cualquier oficina es mucho mérito. Pues esa varita de nardo de tan precisa aritmética levantaría sin quererlo un torbellino de pasiones.

[Pero este rollototótotote, continuará].

 

 

 

 

4. Para Beatriz fue sorpresa grata el nuevo ambiente laboral, donde las mujeres eran respetadas. Ella se había desarrollado en el sector bancario, tan puritano y machista, donde a todas y aún a las que ocupaban puestos de dirección no faltaba el imbécil que las tratara de mijitas, mirreinas; hasta cobradores y mensajeros las consideraban territorio de conquista, nada más por la esencia femenina. En cambio ahora, qué diferencia; los asuntos de género se habían vuelto delicados; ay de aquel que se atreviera a dárselas de Casanova de oficina, le brincaban abismos por todos lados. En ese aspecto, era un mundo más justo; imperaban feministas sensatas y fuertes y también unas cuantas feminazis peludas y rabiosas.

Todo esto le había hecho evocar el oasis de sus 10 semestres en la universidad, cuando todos habían sido iguales en las aulas, las fiestas, los equipos de estudios; te trataban como amiga, o de vez en cuando alguno de ellos era tu pretendiente pero sin tanto dominio ni calentura, ante el peligro de ser considerado poco menos que un bruto o mono de otro circo.

Ya eran otros tiempos. Los compañeros de trabajo trataban a Beatriz con camaradería franca, aunque nunca faltaba el don Juan que insiste y sabe que quien persevera alcanza; Beatriz los bateaba graciosa y firme, a veces con una sola mirada; y cuando la insistencia era mucha los fulminaba con una frase burlona, aunque siempre amistosa y sin perder el estilo. Además de eficiente y de rápido pensamiento, Beatriz era hermosa; su melena de pelo oscuro, la cintura de luna nueva, los ojos caoba con luz de inteligencia, la gracia natural de su respiración y el buen gusto de su ropa de elegancia llana con su aroma de Chanel 5 alzaban un aura que todo mundo percibía, nadie podía dejar de mirarla cuando aparecía.

Pero había uno que además de mirarla también la contemplaba.

Adam Sellers tenía 39, andaba en el mediodía de su existencia; aunque los recientes años no siempre habían sido cenit luminoso, porque algunas nubes eclipsaban la plenitud. Su padre lo forjó como a una máquina de comercio; desde niño lo había educado más con la biblia del vendedor que con la biblia de a de veras, a pesar de que su religión anglicana había gobernado generaciones enteras de su familia. Se educó en Westminister School, donde su maestra de literatura Elvira Griffin le inculcó el gusto de leer, y estudió comercio en la Universidad de Oxford. El papá lo amonestaba cada vez que lo hallaba leyendo novelas o libros de poemas, no te llenes la cabeza de trapos, Adam, pura ilusión, papel picado; estudia libros de provecho, que te sirvan para ganarte la vida, no para andar en la luna, entiende. Pero los placeres arraigan con fuerza en el cuerpo, y el placer de la lectura es uno de los más encanijados. 

[Otras cositas bien cabronas habremos de conocer. Continuará].

 

 

 

 

5. Cuando la miró por primera vez, no lo podía creer. Adam era hombre de mundo, un empresario fuerte; el negocio que su padre había iniciado en 1939 en las exóticas tierras de América, huyendo de la lluvia de bombas nazis que caía sobre Londres, Adam lo había multiplicado por 15, aplicando el conocimiento profundo, casi científico, de las estrategias novedosas del comercio y la tecnología de las comunicaciones, en las que siempre anduvo al día. Era viajero constante y gozoso por el mundo, conocía ciudades de oriente y occidente; o sea, lo que les quiero decir, es que no era un hombre fácil de impresionar. Diez años antes había decidido radicar en Chihuahua donde estaba la tienda de su padre, y trabajó con él empezando desde abajo, como luego se dice, acomodando la bodega, persiguiendo a los clientes morosos, llevando el kardex del inventario. Nunca quiso ostentar ante su padre su flamante título de comerciante graduado en Oxford ni los tres años en los que trabajó como ejecutivo junior en el Alpha Bank London.

Todo eso resplandeció en el éter: esa mujer nació en su mirada para siempre; se quedó en éxtasis 10 minutos cuando desde el enorme ventanal de su amplia oficina, a través de un cristal donde puede verse el panorama entero de la tienda matriz sin que nadie pueda atisbar hacia el interior, miró a Beatriz caminar por un pasillo, luego ella se detuvo a consultar unos asuntos en el departamento de juguetería. Para Adam fue como subir al Monte Tabor de su existencia. Con un escalofrío sintió la instantánea revelación de que esa aparición había estado en su mente desde los sueños más antiguos que pudiera recordar, que el rostro mirado desde lejos en el marco de una cabellera recogida con broche de plata era la visión que latía en el centro de su cuerpo, que el movimiento de sus manos era el ritmo exacto de su corazón.

Adam Sellers era un hombre estable, en ninguna etapa de su vida había sido lo que pudiera llamarse un mujeriego. A pesar de que había leído un mar de novelas, la figura del don Juan le parecía ridícula y lastimosa. Claro que en la universidad había sido un joven normal en sus relaciones digamos sentimentales, no era ningún puritano a pesar de la formación estoica con que sus padres lo habían criado. Desde el primer semestre conoció a Gwyn, y durante dos años fueron novios formales y dichosos. La familia de ella cambió radicalmente de residencia, se fueron a vivir a Chile, donde el padre consiguió la concesión para una mina de cobre. Le dolió que se fuera, anduvo seis meses por la calle de la amargura pues todo mundo sabe que la partida de quienes amamos es igual a su muerte, así que ese tiempo de luto fue un viudo sobrio y sentimental. 

Luego de ese noviazgo tan significativo como lo es para muchas personas el mito del primer amor, y luego de su tiempo de duelo, anduvo de la ceca a la meca, y pudiéramos decir que le dio vuelísimo a la hilacha con un montón de universitarias y alguna que otra profesora. Cuando se graduó y empezó a trabajar, se portó a la altura del ambiente entre militar y religioso de los bancos en aquellos tiempos, y mucho más en Londres donde la rigidez y la elegancia suelen ser estrategia de negocios. Aún así, Adam tuvo un discreto romance con una prima suya que tenía impecable figura de súper modelo, o poquito más. Fue una pasión intensa y secreta de los dos, y durante el año y medio que duró, muchas veces se plantearon la posibilidad remota de salir juntos del closet y cruzar el lindero de la consanguinidad en forma oficial, como con tanto regocijo, viajes y aposentos lo cruzaron tantas veces. Aunque nunca establecieron un compromiso civil, fue muy trascendente para ambos su amistad, arraigada en tres factores: la lealtad, la verdad y la confianza. 

[Y vienen otros episodios. Continuará].

 

 

 

 

6. A veinte mil leguas de imaginar los laberintos alternos de iluminación y oscuridad que había provocado en el mexicanizado magnate, Beatriz vivía en esa temporada muy ajena a cualquier idea de galantería ni romance. Sus preocupaciones eran otras, apremiantes y concretas, las de zurcir tantos hilos rotos que habían quedado luego de la derrota económica de su familia. Cada mes se venía encima la consabida avalancha de recibos luz agua gas teléfono cable etcétera, y el más pesado de todos, el abono de la casa que habían comprado tres años antes mediante un anticipo de la tercera parte y mensualidades que en aquel tiempo fueron cómodas y ahora resultaban una espada de Damocles dispuesta para caer de punta sobre sus cabezas. 

Santiago se portó bien los primeros meses, atendía la casa y cuidaba al niño con alguna morigerada abnegación que Beatriz no le conocía; algunas tardes salía discretamente a reunirse con sus amigos los borrachotes de siempre, y regresaba disimulado y silencioso; no tenía dinero para andar en la vagancia con el gusto de antes, pero ya se sabe que para los vicios nunca faltan recursos ni convites. Beatriz le tuvo algún cariño en esos días en que lucharon juntos contra la adversidad, pero ya no era lo mismo. Cuando en una pareja se rompe la voluntad de la mujer, es como cuando se quiebra una taza de porcelana, se podrán levantar del piso los añicos, unirlos con pegamento y reconstruir el rompecabezas, pero desde el ángulo que mires, la taza jamás será la misma.

Beatriz andaba con el corazón en pausa; a sus 31 años había perdido las ilusiones del amor; una madurez delante de sus años oscilaba con la pura mente. Por eso recuperó con rapidez sus antiguas capacidades profesionales y se encarriló en los sistemas nuevos de la contabilidad digital. Al principio no era muy alto su salario, porque el siglo 21 avanza con nóminas miserables y grandes cargas de trabajo dentro de las empresas, mientras afuera hay una masa de recursos humanos que busca con desesperación integrarse a la planta productiva global que irradia desde las grandes capitales del mundo. A pesar de eso, Sellers de México tenía sistemas ágiles para regular las relaciones laborales; muy pronto fue percibido el múltiple talento de aquella mujer, y le llegó su primer ascenso dotado al doble de su salario anterior.

Aunque habían perdido toda esperanza de que Santiago consiguiera trabajo a corto plazo, a pesar de que había bajado las expectativas con las que iniciara el calvario de su desempleo, se fueron haciendo a la idea de que las cosas habían cambiado. Ahora Santiago se portaba cariñoso con ella, lo que nunca, y ella procuraba no herirlo tanto con su indiferencia inevitable. 

[Continuará. A la misma hora y por este mismo celular].

 

 

 

 

7. Qué voy a hacer con esto, se preguntaba Adam. Era hombre de análisis exhaustivos y decisiones atinadas, pero en los asuntos del amor no hay lógica que valga ni límites finitos. Además ¿esto era un problema de amor o solo una mente encandilada, la suya, ante la presencia de una mujer hermosa y radiante? No lo sabía de cierto, pero ya era demasiado tiempo de contemplación, de vivir entre el encanto y el aturdimiento.
Como también era hombre de acción, luego de dos eternos meses de divagaciones mandó llamar a Jesús Gutiérrez, su gerente de investigación crediticia. ¿Para qué soy bueno, señor? Gutiérrez, lo mandé llamar porque quiero encargarle un asunto discreto y personal. El cual conoceremos en otro capítulo. 

(Uf, qué importante, diría Pepita). Continuará.

 

 

 

 

8. Cuando terminó de leer la última línea en la página 7 del informe que Gutiérrez le había entregado a primera hora de la mañana, tres días después del delicado encargo, Adam Sellers ya lo sabía todo acerca de Beatriz Rosía. El sucinto relato de la investigación traía varios anexos: fotos, estados de cuenta, documentos civiles y de identidad, registro público de la propiedad, la hipoteca de una casa, antecedentes familiares, nada escapaba a la curiosidad metódica y profesional de Jesús Gutiérrez, y mucho menos en este asunto que le había encomendado en persona el presidente de la compañía.

En cuanto echó a andar la mañana firmando documentos, respondiendo con ágiles y breves frases los pesados asuntos que Alicia, su asistente, le hacía llegar hasta el vértice de su autoridad, volvió al documento y ocupó el resto del día en el análisis de cada nota, cada imagen, cada sonido, todos los elementos, los trascedentes y los sencillos, pues sabía que en cada uno hallaría atisbos de significación.

Le pareció feliz coincidencia que el apellido de su amada fuera Rosía, como el nombre de la protagonista de un extenso poema épico de Neruda, y hasta se tomó el tiempo de buscarlo en Google y leer un fragmento. ¿Dijo en su monólogo interior en forma automática las palabras "el apellido de su amada"? Aquí se requiere una precisión: no su amada, todavía no, sino el foco de su atención; no se conformaría con cultivar un vaporoso amor platónico, presentía que esto habría de ser inicio y origen de algo que todavía no lograba comprender.

Para afinar su concentración, repasaba el susodicho poema: Rhodo, pétreo patriarca, la vio sin verla, era Rosía, hija casárea, labradora. Ancha de pechos, breve de boca y ojos, salía a buscar agua y era un cántaro; salía a lavar la ropa y volvía pura; cruzaba por la nieve y era nieve; era estática como el ventisquero, invisible y fragante era Rosía Raíz. Rhodo la destinó, sin saberlo, al silencio. Era el cerco glacial de la naturaleza. De Aysén al sur de la Patagonia infligió las desoladas cláusulas del invierno terrestre. La cabeza de Rhodo vivía en la bruma, de cicatriz en cicatriz volcánica, sin cesar a caballo persiguiendo el olor, la distancia, la paz de las praderas. Y fue allí donde ella se apareció desnuda entre nieves y llamas, entre guerra y rocío, como si bajo el techo del huracán se encendiera un vuelo de halcones perdidos en el frío y uno de ellos cayera contra el pecho de Rhodo y en él hubiera estallado el alba.
Cuando dieron las 7 de la tarde, Adam Seller había tomado varias decisiones. 

[Y como ustedes saben, continuará].

 

 

 

 

9. Los maridos son como el mamey, es raro el que sale bueno, le dijo su mami a Beatriz, quien además era su tocaya, porque ya se imaginaba para qué la había invitado a desayunar en el restaurante de Liberpool en Plaza del Sol. Ay Chapis, bien que me conoces. Pues claro, eres mi hija y te sé leer hasta el pensamiento. Te he visto afligida en estos días y no es difícil adivinarte, si a ti en la cara se te nota todo, eres como el agua cristalina, tus ojitos no saben guardar secretos.

Pues sí, pero esto es más serio de lo que lo que te imaginas. ¿Qué tan serio?, no me asustes. Es algo a lo que le he dado vueltas muchos días, y esta vez la verdad no se qué hacer. Ando pensando en divorciarme. Ave María Purísima, pero cómo, por qué. ¿Ya de plano se te volvió un mantenido el vaquetón de Santiago? No, mamá, no es eso; el pobre ha buscado trabajo por cielo mar y tierra, me consta, ¿pasas a creer que a sus 35 años ya está fuera del mercado del empleo? Es de no creerse, de veras. Además me ayuda en la casa, con el niño, en fin, con lo que yo gano ahi vamos saliendo y la verdad no lo considero atenido ni mucho menos. Entonces qué pasa, ¿ya volvió a las andadas

Tampoco es eso, bueno, sí, es una parte del problema pero no es todo; de vez en cuando se da sus escapadas y regresa hasta las chanclas, y otras se compra su botellota y entonces se la pasa haciéndole al borracho de buró, pero ya no tanto como antes, lejos, ni tiene con qué.

¿Entonces, m'hija? No me digas que anda con alguna fulana. Tampoco es eso, Chapis; no que yo sepa. Ay, Beatricita, entonces no te hagas ideas, como quiera que me la pongas, la han ido pasando; no, mi niña, cuida tu hogar, tu matrimonio; chueco o derecho allí tienes a tu marido y ya te he dicho, más vale mala sombra que ardiente resolana. Cuántas andan por ahí solas navegando con todo y criaturas sin ayuda ni compañía, un hombre en la casa te da un respeto. ¿Por qué andas con eso del divorcio? ¿Conociste a alguien del trabajo? No, como crees, ni tiempo ni ganas tengo de pensar en esas cosas, cómo se te ocurre. No, es algo que ni yo misma entiendo, no sé cómo podría explicártelo. Mira: lo que pasa es que ya no quiero a Santiago. Así de sencillo.

[Gulp, qué fuerte. Continuará].

 

 

 

 

10. Cambiar de vida no siempre es tan mala idea, pensaba Adam, aunque también sabía de conocidos suyos que improvisaron cataclismos totalizadores, arrasaron con todo persiguiendo un espejismo y luego se arrepintieron; quisieron regresar, reunir de nuevo todo lo que habían echado por la borda.

Él no haría eso, al contrario; emplearía completa su plataforma de partida en forma de recursos y estrategia para conseguir sus propósitos.
Tres decisiones había tomado.

La primera enfocar los ángulos de su contemplación por esa mujer desconocida; enfocarla con una visión esférica, lejana y cercana; saber los detalles de su persona y sus acciones, para saber más que ella misma qué la hacía tan especial y adorable. Porque estaba seguro de que no era un espejismo que le estuviera encandilando la mirada, sino una mujer concreta y verdadera. En esto sería útil la habilidad investigativa de Jesús Gutiérrez.

Segundo propósito: Alejar los obstáculos de su encuentro con ella, sobre todo el mayor de todos, el esposo. No sería difícil conseguir que le surgiera una magnífica oferta de trabajo en una próspera mina de cobre en la república de Chile, país situado literalmente en el fin del mundo.

Tercero: adueñarse completamente de ella, de su tiempo, su tierra. Conseguir que ella quisiera tomarlo a él como destino. Que juntos fueran a todas partes como entrar a otro planeta; a una región donde naciera su mirada, como si regresaran al Edén de donde en el origen otra pareja fue arrojada a filo de espada por un ángel. [Continuará].

 

 

 

 

11. Gwyn recibió un e mail de Adam. Le extrañó, porque siempre se comunicaban por el Messenger; desde que tuvieron la dolorosa ruptura de su noviazgo nunca dejaron de comunicarse, primero con el dolor y la esperanza de volver, luego con amistad serena y amorosa; ahora también como socios de varias acciones juntos, sobre todo en la financiera y banco integrados a Sellers de México, la cadena de súper tiendas sembradas por toda la república y algunas ciudades de Latinoamérica. Al morir su padre, Gwyn, hija única y para entonces una hábil abogada, había heredado tres minas de cobre y toda la fortuna familiar.

Querida Gwyn: Para pedirte una serie de favores respecto a un asunto personal que me interesa mucho. Antes que nada, quiero que la información y las acciones que se realicen en torno a esto sean manejadas en lestricta confidencialidad. Necesito que contrates con grandes ventajas económicas a un mexicano de 35 años que se llama Santiago Siqueiros; no se ha titulado en su grado de licenciatura, pero es un ingeniero mecánico muy capaz, durante varios años manejó su propio negocio con solvencia y luego quebró. Será un buen trabajador, te lo aseguro, pero aunque no lo fuera necesito que lo retengas en Chile por lo menos un año, y que le pagues mucho muy bien, por supuesto yo te cubriré su salario completo. También los gastos de su traslado en primera clase y su instancia allá, con lujos y privilegios los que se te ocurran. La única cláusula que le impondrás será la de que no puede llevarse a su familia a la República de Chile antes de un año, porque eso es política de la empresa o algún otro motivo más o menos de oficial verosimilitud. 

[Esta novela continuará. A la misma hora y en este mismo blog].

 

 

 

 

12. Tengo una sorpresa que no te la vas a creer: conseguí trabajo; nos iremos todos a vivir a Chile. Estás como operado del cerebro, jamás me iría al Polo Sur, es más, nunca me iría a ningún lado, lejos de la familia, de mi mamá. No digo que nos vamos a ir pronto, déjame explicarte. Por lo pronto tendría que irme solo; en unos meses vendré por ti y por Allan, cuando ya esté bien instalado. Uno de mis currículos fue a dar a una mina muy grande, me ofrecen un puesto en mantenimiento de maquinaria con sueldo de muchos dólares, de no creerse. Me acaba de llegar el contrato por correo electrónico.

Beatriz en esos días había tratando de buscar la forma de decirle de su propósito de divorciarse, pero todas las maneras de plantearlo le parecían crueles; en estos meses lo había visto tan frágil, tan derrotado, que sería como abandonar un barco que se hunde. Pero la verdad es que desde antes de que quebrara el taller ya había pensado ella en la separación; qué triste es ver cómo el amor que alguna vez fue el paraíso para dos cuerpos y tres almas se fuera desvaneciendo, pero ¿quién cambió? No fue ella. Santiago fue sacando una por una todas las maneras de su cretinez; como la vez que no regresó durante tres días completos y volvió muerto de risa como si pretendiera que ella le celebrara lo intenso de la parranda sin límites. O la vez que uno de sus amigos le dio en la torre al carro que usaba ella y nomás se le ocirrió decirle no te apures, mi cielo, el lunes voy y te saco otro de la agencia del color que gustes, sin darle una mínima disculpa por disponer de lo que a ella pertenecía y luego tardó tres meses en comprar otro automóvil "casi nuevo, mi amor" y así de necio pasándose la vida como si absolutamente todo le perteneciera, incluso ella.

Y aún así no se atrevía a decirle que se fuera, o que ella se iría. Para siempre. [Ya se va, no sabe a dónde. Continuará].

 

 

 

 

13. De Londres conversación en Messenger, dear cousin: todo eso que me cuentas es un monumental disparate y estás actuando como un robot acaudalado. En primer lugar, nadie es tan fascinante, ni siquiera yo ja ja ja. Hablas de la tipa esa como si fuera La Virgen de Guadalupe mídete, pareces adolescente; el hecho de que sepa contabilidad y trabaje como se deba la hace tan sexi como dices, hasta celos retro me dieron.

Adam le consultaba a su prima absolutamente todo, de los negocios y de la vida y del futuro; era sensata y aguda, y lo más importante es que entre ellos siempre mediaba la llana verdad, aunque doliera, como en este caso en que lo regañaba tirándole de filo al magnífico edificio sentimental que iba alzando con adoración y usando sin recato su poderío empresarial. Le contestó cualquier cosa, para darle pie a sus siguientes críticas, a pesar de que le calaban como el infierno.

Además la mujer es casada, ¿qué andas haciendo?, ¿de repente te volviste El Burlador de Sevilla con un montón de billetes? No, mi rey, ese no eres tú. Te propones conquistarla con estrategias y movidas económicas y no con cariño ni con el encanto que a ti te sobra; al contrario, te encierras tembloroso en tu oficinota y a ella le mandas espías, la vigilas, la acosas desde el gran silencio, le quieres cambiar el mundo antes de ni siquiera saludarla. Así no funcionamos las mujeres, y eso lo sabías muy bien antes de que fueras el autista de El Gran Capital.

Necesitarías estar en mis zapatos para entenderme, Liz, que la conocieras.
Pero es que ni tú la conoces. El hecho de que la hayas mandado investigar y hayas conseguido copias de sus cuentas no significa nada; con todo eso nada más te alejas, no te acercas ni una pulgada. No has hablado con ella ni media palabra, ni siquiera los asuntos de la oficina; me dices que los dos ascensos que ha tenido los ha ganado por sus propios méritos y que no tuviste nada que ver, y nada más te lo creo porque te conozco bien y se que no solías mezclar los negocios con la vida personal. Pero me extraña mucho que te hayas vuelto tan aislado y retraído con las mujeres. Hace años llevo diciéndote que haberte vuelto un workaholic no te iba a llevar a nada bueno.

Nada de eso, prima; solo un trabajador promedio, eso es lo que soy.

Levantarte a las 6 pensando en tus inversiones del día, luego sentarte a la computadora y mover una montaña de oro por el mundo, llegar a las 8 a la tienda a inspeccionar la llegada del personal desde tu búnker acorazado de cristal y así seguirle todo el día en ese plan hasta las 10 de la noche en tu casa, en las sucursales, en el automóvil, en el almuerzo, en las pantallas desde donde le hechas un vistazo a todas las tiendas en México y las de fuera, rebasan un poquito la jornada laboral de un ejecutivo promedio, Adam.
Ya nos desviamos del tema, esto ya lo hemos hablado.

Pues sí, manejas con habilidad y certeza tus negocios, pero te has ido olvidando de la vida real; hasta tu ética personal se ha ido opacando, querido. Por ejemplo en este asunto tienes un gran dilema: si con todo este aparato que has echado a andar no consiguieras tener a esa mujer que adoras, te frustrarías mucho y quedarías platónico un buen rato. Pero si en cambio la consiguieras, nadie te quitaría la idea de que es una zorra, puesto que se entregó contigo siendo mujer casada. ¿Cuál de los dos resultados prefieres, my beloved cousin? 

[Recórcholis, ruda conversación. Continuará].

 

 

 

 

14. La despedida de Santiago y Beatriz fue triste, pero no por la distancia territorial que se abría entre ellos, como pudiera pensarse, sino porque tres semanas antes ella por fin se había decidido a decirle que quería el divorcio. Fue una sorpresa terrible para él, quien se sentía tan seguro de que Beatriz era suya y le pertenecería para siempre, ni por aquí le pasaba que ella quisiera dejarlo, luego de haber superado juntos la quiebra; dejarlo a él que le había sido más fiel que San José de la Montaña cuando la mayoría de sus amigos tenía queridas y casas chicas hasta para aventar para arriba. A él que en sus buenos tiempos le dio todo, viajes al mar, casa bonita en San Felipe, carros casi del año. A él que era El Padre de Su Hijo, el abnegado y joven patriarca del hogar que los llevaba a La Deportiva los domingos y luego a comer unos tacos o algo; bueno, ya. Santiago se consideraba a sí mismo un modelo de virtudes conyugales, claro que con alguno que otro defectillo, nadie es perfecto; es cierto que se gastó grandes cantidades poniendo los mariachis a la menor provocación, pues estaba convencido de que cantaba a toda madre y se pasaba las horas en las cantinas desde temprano en la tarde por lo menos una vez por semana consumiendo grandes cantidades de tequila Herradura Blanco, y al cierre invariablemente procuraba seguirla en la casa de alguno de sus cuates o a dar serenatas a lo tarugo sintiéndose Jorge Negrete, una vez hasta se mandó hacer un traje de charro con un sastre de la Colonia Rosario que los hacía elegantísimos y con todo el rigor del estilo clásico. Ay qué tiempos aquellos y parece que ya se fueron para siempre, pensaba Santiago con gesto de ya ni modo, a otra cosa mariposa. Y ahora esto. El divorcio. Algo que jamás hubiera pensado que estuviera en su destino.

De pronto se puso a pensar que hacía tres meses que no tocaba a su mujer, y que además durante el último año muy pocas veces habían estado juntos en la cama. Eso le parecía natural, ella trabajaba mucho tratando de salvar el barco que se hundía y él ocupándose de ayudarla lo más que pudiera mientras conseguía trabajo; además lo desmoralizaba mucho no traer dinero a la casa, y que su mujer fuera la que aportara todo lo de los gastos; así a quién le van a dar ganas. Pero la vida sigue adelante, y por fin se llegó el día en que se iría a Chile. Dos días después de que le hicieran la propuesta de contrato, había mandado su decisión de aceptarla. No alcanzaba a comprender las razones por las que le había caído del cielo un trabajo tan fabuloso, sobre todo por el suelto altísimo que le estaban ofreciendo. Y como llevaba casi el año mandando solicitudes y currículos a todos lados sin que hubieran salido más que unas cuantas entrevistas desanimadas y sin esperanzas, aceptó irse a tan lejanas tierras, a pesar de que le dolía en el alma dejar a su mujer, a su hijo, sus amigos, sus padres, para buscar la vida allá en el sur del mundo. La noche anterior quiso despedirse de Beatriz como todo un amoroso macho conyugal, pero ella estaba fría y desdeñosa como un campo yermo. Ya te dije, Santiago, que lo que quiero es divorciarme. Quiero que te vaya bien en Chile, que halles para ti lo mejor, pero ya no quiero nada de esto entre nosotros, ni siquiera se me antoja, no insistas, déjame. No seas tan rigurosa, mi amor, vamos a darnos un tiempo, no tomes decisiones tan definitivas ahora que me voy, vamos a esperar a ver qué sucede. Ándale, siquiera un beso. No, Santiago, mejor ya duérmete; mañana tengo que llevarte muy temprano al aeropuerto. No, no. Ni siquiera se te ocurra, ya déjame en paz. 

[Y era como acariciar el aire. Continuará].

 

 

 

 

15. Aunque era muy aferrado en sus convicciones, la conversación con su prima le movió el tapete. Esa noche Adam no lograba conciliar el sueño y en su monólogo interior las razones de Liz se mezclaban con proyectos recientes y lejanos recuerdos. En algo tenía ella razón, se había vuelto un hombre tan racional y pragmático que parecía haber perdido los hilos y cauces del sentimiento; por eso lo que más le fascinó de Beatriz no fue su notable belleza, sino la gracia de su acción y el talento de su mente. Mirarla trabajar era para él una sorpresa diaria, y tenía ahora que reconocer la verdad de lo que su prima le había dicho: la contemplaba en el espejo de su propia laboriosidad, esa especie de vicio al que llamaba workaholismo. 

Cuando su madre le escribió desde México para pedirle que ayudara a su padre a manejar el negocio familiar, porque ya estaba muy anciano y no podía con la carga de la tienda, lo pensó mucho pues ya se había acostumbrado a vivir en Londres y en el banco su posición era importante, con buenas perspectivas de futuro. Pero pudo más el amor a sus padres; nadie lo podía creer cuando presentó su renuncia, quemó las naves y se fue radicar a una ciudad de provincia del lejano y exótico país a donde sus padres se habían ido en 1943, y se quedaron para siempre. El nació allá, pero al terminar la primaria ellos lo mandaron a Inglaterra, y prácticamente era en todo un ciudadano del Reino Unido cuando su madre le pidió regresar, lo que para él no era un simple regreso sino desarraigarse de su residencia completa.

De esto habían pasado ya 10 años. Sus padres lo introdujeron en su círculo social; en la fiesta de inauguración de una planta industrial, celebrada en el Casino de Chihuahua, conoció a Carolina Terrazas, hija de un magnate local, y empezaron a salir. Al año se casaron, y fueron felices algunos años. Pero luego varias dificultades empezaron a desmoronar el paraíso conyugal. A Carolina cada vez le parecía más pesado convivir con un hombre tan indiferente a la vida social, era difícil arrastrarlo a las numerosas bodas, bautizos, exposiciones a las que ella tanto le gustaba ir, siempre vestida con elegancia y luciendo aparatosas joyas. Él en cambio era un hombre muy aburrido, se levantaba a las seis de la mañana y se acostaba a las 10 de la noche totalmente agotado. No le gustaban las fiestas, ni las cenas íntimas, ni parecían simpatizarle sus amistades, aunque se mostraba afectuoso y educado con la familia. Tampoco iban de viaje tan seguido como a ella le hubiera gustado, pues pensaba que era indispensable en todos los negocios donde se iba involucrando; hay que decirlo, su empeño producía fabulosos resultados y de la casi modesta tienda de su padre había llegado a tener una cadena comercial muy importante. Pero la vida está en otra parte, pensaba ella. 

Para qué quería tanto dinero su marido si no lo disfrutaban juntos; cuántas veces ella había tratado de convencerlo de que el trabajo debería tener límites razonables, en fin, había que trabajar para vivir y no vivir para trabajar. Cuando vio que no podía llevarlo a su mundo, a su ambiente, a su manera de pensar, empezó a hacer sus propios planes, por lo pronto a viajar sola por el mundo. Adam nunca le puso reparos económicos, podía irse a París o a Moscú; podía comprare la ropa que quisiera y las joyas que le gustaran, porque tampoco pudiera decirse que fuera una gastadora compulsiva ni mucho menos, al contrario, era muy razonable en el manejo del dinero.
Pero fueron esos viajes el inicio de su distanciamiento. 

[Qué cosas tan taciturnas. Continuará].

 

 

 

 

16. No, Isabel. No era casado sino divorciado. Dos años antes, Adam había recibido su sentencia de divorcio, luego de un proceso legal más complicado que la proclamación de las leyes de Reforma, y a pesar de todo hasta la fecha conservaba una buena relación con Carolina, a la que no deja de reconocerle cierta razón en el conflicto, a pesar de que ella se había dedicado a ponerle los cuernos por todos los lugares turísticos de Europa y América. 

Todo fue que se decidiera la primera vez para que ella supiera lo fácil que es ir a la cama con un sujeto desconocido y sofisticado. Casi es un ritual que al atardecer vayan llegando hombres y mujeres a los bares de los hoteles de lujo donde se hospedan los turistas acaudalados; acomodarse en la barra ella sola con un Martini es casi una invitación. 

―Buenas tardes, ¿me permite acompañarla? ―dijo el hombre en inglés, el típico lugar común para abrir conversación. 

―No estoy sola, espero a unas amigas ―respondió Carolina un poco áspera pero con una gran sonrisa, ya que el francés era guapo, delgado y distinguido.

Estaban en un gran hotel de la Riviera francesa; ella había pasado tres días allí y francamente ya se aburría, a pesar del lujo, del mar y de tantos hombres guapos que se miraban por allí, aunque la mayor parte de ellos iban acompañados. Pero la abstinencia sexual de casi cuatro meses ya empezaba a hacer sus efectos, casi podía verse a simple vista que Carolina necesitaba un arreglo. 

―Pues mientras que llegan sus amigas, le invito una copa.

Era evidente que aquel hombre tan galante no era muy imaginativo para sus diálogos de seducción, pero ni modo; a ver qué pasa si le sigo un rato la corriente, pensaba la viajera internacional.

―Como puede usted ver, copa ya tengo. Pero siéntese un rato, si gusta; y dígame, ¿por qué tiene tanto interés en qué esté aquí sola y en invitarme?

―¿De verdad quiere que se lo diga? 

―Sí, claro, dígamelo ―ya un poco impaciente y brusca. 

―Pues mire, desde que la vi en el mar hace dos horas me fascinaron sus ojos azules y su pelo que parecía tejido con los rayos del sol.

―Ay que galante, casi nunca me han dicho ese tipo de cosas. Pero ya tengo que irme, así que me despido. Adiós.

A pesar de la belleza de aquel hombre, Carolina se fastidió a los tres minutos de la cursilería espantosa con que la miraba, y aunque había estado a gusto en el bar, prefirió salir disparada de allí. Al caminar hacia el vestíbulo, la tomó del brazo un hombre alto y moreno, de larga melena risada, que la miró bañándola en la clara mirada de sus ojos verdes. Carolina pasó de inmediato del temor al placer con el contacto de aquellas manos que tocaban sus hombros. 

―Acompáñame a un lugar a donde quiero llevarte, no te vas a arrepentir.

―Está bien, vamos ―dijo Carolina, casi temblando.

 

(Este fue el inicio de otras tantas aventuras. Continuará).

 






Chávez es editor de Estilo Mápula, publica relatos en el periódico Enlagrilla y en las revistas Oserí y Difusión Norte.

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