lunes, 3 de enero de 2022

Coralillo, o caminar adherido a la vida. Margarita Aguilar Urbán

 

Coralillo, o caminar adherido a la vida

 

 

Por Margarita Aguilar Urbán

 

 

Jesús Chávez Marín me dio a leer el primer libro de poesía chihuahuense que conocí en mis años de estancia en esa amada ciudad. En los ochenta yo empezaba a deslumbrarme con inusitados paisajes y con nuevas formas de expresión. Las palabras de Rogelio Treviño resonaron con su Lámpara de la piedra en mi sensibilidad de curiosa lectora. También comencé a conocer las crónicas de Chávez Marín, su escritura mordaz, su agilidad narrativa y una capacidad intuitiva que le permitía descubrir los avatares del mundo literario local. Este año, en un nuevo acto de generosidad, me hizo llegar su poemario Coralillo, editado en 2001 por Aster Editorial y reeditado por Aldea Global en 2020.

La primera característica que advierte el lector es que el volumen está fincado en el concepto del transcurrir cíclico del tiempo. La estructura es elocuente en este sentido: el libro está dividido en cinco partes de las cuales cuatro corresponden a las estaciones del año.

La otra sección, localizada como un respiro intermedio entre las demás, está integrada por treinta haikús, escritos cuidadosamente, donde la voz poética celebra los momentos de contemplación del mundo, respetando la inclusión de los kigo o palabras ligadas a elementos estacionales identificables.

Podría decirse que este apartado es el corazón del poemario, es el lugar donde la palabra manifiesta con más claridad su necesidad de alcanzar el instante poético, donde se desembaraza de ataduras ornamentales innecesarias y encuentra la mirada inocente del entorno.

 

Flor delicada:

Bien comprendí la fuerza

de tu perfume.    (p. 52)

 

 

Tren fantasma

en medio de la nieve:

tu silueta.  (p. 60)

 

 

Además, esta parte representa la invitación del poeta para que el lector registre sus propios textos en los espacios en blanco proporcionados para este fin, “como se escribe y dibuja en un cuaderno personal”, advierte el autor en una de las primeras páginas.

El resto del libro se presenta como la gran metáfora del viaje a través del tiempo, la travesía de la vida marcada por el nacimiento, muerte y renovación de la naturaleza, a la cual está integrado el ser humano. Cada estación es un parada, una galería que muestra cuadros significativos de la existencia, recinto al que se accede a través del conjuro de un par de haikús.

La voz poética busca expresarse con palabras desnudas. Navega en un mar de crestas irregulares privilegiando la confesión y la espontaneidad. Entonces brilla la preciada joya de la autenticidad para entregar al lector la revelación de las emociones íntimas del individuo que avanza en el camino azaroso de la vida.

La primavera se presenta como la estación de “las mujeres que nacieron en abril”, que, a la manera de las tres Gracias de Botticelli, derraman encanto, belleza y fertilidad. El poema “Abril” es una celebración de la condición femenina en un tiempo mítico.

El verano es la época de las pasiones frenéticas, de los personajes animalizados cuyos pasos “suenan como presagio de violencia” (p. 21), del miedo infantil por el regreso del lobo, del amor que arrasa “…con furia / los libros y los muebles de mi casa” (p. 25), de los celos, la compasión y la venganza justiciera:

 

El alba del sol habrá de enfrentarlo

en algún lugar lejano.

Allá habrá de vaciarse su destino

de paria ilegal y desterrado. (p. 35).

 

En el otoño habitan la nostalgia y la memoria. Los sucesos se miran a través de la “niebla del alba”. Mápula se erige como el lugar primigenio donde se encuentra la madre. Los recuerdos son historias enmarcadas en entornos rurales o urbanos. En esta estación aparece, también, el canto a “la mujer elemental” y a la plenitud del amor:

 

… besé la higuera en mi patio

para que los frutos

fueran dulces. (p. 83)

 

 

Por último, el invierno se asocia a situaciones de muerte, abandono o fracaso. Los seres avanzan marchitos en “la noche doliente de aleteos / la noche polvorienta, / quebrantada” (p. 103). El hombre insomne es torturado por las moscas, diminutas Erinias:

 

¿Qué anuncian estas brujas oscuras

con su danza vulgar?

Basura soy del tiempo, o lo parezco,

y son ellas ruido de esta pequeña muerte. (p. 108)

 

El poemario recorre caminos reconocibles para el lector porque dice las verdades de la condición humana. Su andar animoso en busca del amor y la belleza, su conciencia del fracaso y de la miseria, la inminencia de su muerte.  Entre tropiezos y pérdidas, no obstante, asoma la esperanza del renacimiento.  Anne Carson, en Decreación, escribió: “No importa qué se diga del tiempo, la vida va en una sola dirección, / es un hecho, y resplandece”.  Así sucede en la obra de Chávez Marín, Coralillo, este ofidio de colores brillantes que transita bien adherido a la tierra y a la vida.

 

Chávez Marín, Jesús: Coralillo. Editorial Aldea Global, México, 2020. Segunda edición. (Primera edición en Aster Ediciones, 2001).

 

Diciembre 2021

 

 





Margarita Aguilar Urbán es investigadora de arte, escritora y profesora de lengua y literatura. Escribió los poemarios Como estación de tren (1988) y Algodón en el corazón (poesía infantil, 2012). Está incluida en los volúmenes Voces de tierra (1994), Campos ignotos (1998) y Taller Literario Pablo Ochoa (2009). Como investigadora recopiló las memorias del artista tarahumara Erasmo Palma en el libro Donde cantan los pájaros chuyacos (1992, reedición 2016). Su obra Aurora Reyes. Alma de montaña, editada por el Instituto Chihuahuense de la Cultura, fue considerada el mejor libro del 2011 por el suplemento Día siete de El Universal y por la página de crítica literaria Salón de Letras.

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