viernes, 10 de enero de 2025

Rugido digamos académico

 

Rugido digamos académico

 

Por Karly S. Aguirre

 

Un híbrido entre indignación y celos se apoderó del pecho de Antonia cuando se enteró de que el puesto de maestra de literatura en una universidad había sido ofrecido a una licenciada en periodismo, y no a ella, que llevaba años especializándose y formándose en la materia desde la preparatoria.

Antonia no tardó en revisar el plan de estudios de la licenciatura en periodismo y, efectivamente, no encontraba ninguna asignatura relacionada con la literatura. A pesar de esta evidente carencia, le habían otorgado el puesto a Saraí. Un conocido medio influyente le había ofrecido el puesto, los encargados de la universidad no tuvieron que hacer el trabajo de buscar a alguien competente.

El hecho de que Saraí aceptara el puesto sabiendo que no era su área, y ni siquiera estaba familiarizada, denotaba una falta de ética evidente. Muy probablemente solo había aceptado el cargo para poder vanagloriase con el prestigio que da ser docente de literatura, sin tener idea ni honor de lo que ello implicaba.

Para Antonia, Saraí representaba a esas personas que se aprovechan de la ignorancia colectiva, convenciendo a otros de que Filosofía y Letras es una carrera y no el nombre de la facultad, y por lo tanto importa un pepino si eres de filosofía, periodismo, lengua inglesa o letras españolas, porque todas son iguales en ese errado y limitado modo de pensar de personas que se tragan masticados los pensamientos para no tener que darse a la tarea pensar por sí mismos e investigar un poco.

Saraí tenía una pretensión mezquina al querer dominar un área solo para alimentar el ego y llenar el estómago, pues el dinero, sin duda, fue un motivante crucial para aceptar un puesto para el que no estaba preparada, sin importarle la calidad de su trabajo y cómo podría repercutir en las siguientes generaciones para quien ella sería la guía.

Antonia sentía que debía cargar con la vergüenza de que su Facultad perdiera seriedad ante los ojos de otros profesionistas, que ya de por sí no tomaban en serio las humanidades, mucho menos la literatura. No ayudaba mucho que cada semestre se hacía pública la convocatoria para recibir a estudiantes de otras carreras que no habían sido aceptados en sus respectivas facultades, mientras que aquellos realmente interesados en la literatura debían presentar un examen para poder ingresar. Su Facultad se había convertido en albergue de almas que desesperadamente trataban de no caer en el limbo académico.

Dentro de Antonia crecía un hambre insaciable de reconocimiento, validación y respeto para ella y sus colegas.

La literatura había sido su refugio desde que tenía memoria, desde antes de aprender a leer, cuando se perdía en los libros ilustrados para niños. La literatura le había salvado la vida y ahora debía enfrentar la amarga realidad de ver cómo una impostora le arrebataba su lugar con ayuda del nepotismo, ocupando el espacio que le correspondía a un verdadero profesionista de la literatura.

 


Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Escribe relatos y crónicas en redes sociales.

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