miércoles, 27 de junio de 2018

Renée Nevárez Rascón

Acerca de Árboles en mi memoria libro de Martha Estela Torres Torres


Por Renée Nevárez Rascón  


El libro de cuentos Árboles en mi memoria de Martha Estela Torres Torres es de una profusión y diversidad tan rebullidas como ciertamente son los árboles de la primavera, infinitos en la sorprendente repetición de sus patrones fractales, y a la vez distintos unos de otros en sus corvaduras.
Nos asombra en primera instancia la imaginación de la cuentista y su generosidad para contar historias que van desde la inocencia de un niño hasta la más aterradora visión diabólica.
En este tipo de relatos, oscuros o de suspenso, Martha Estela se percibe cómoda y sustanciosa literariamente. Crea una atmósfera minuciosa en la estética de su relato con la que envuelve al lector para que ningún cabo quede sin resolver. No permite la sombra de la duda, nos lo da todo, lo aclara todo; su lectura es diáfana, aunque muchas veces la conclusión se revela distinta a la lógica y al sentido común.
Sus personajes son hombres y mujeres de una psicología definida y profunda, sin datos que nos distraigan. Aún si el cuento es narrado a manera de diálogos, las razones y sentencias que los propios personajes muestran como una carta abierta pueden ser identificados plenamente por el lector.
El relato así narrado es vertiginoso en la pluma de Martha Estela, pues abre un horizonte rápido a partir del cual somos capaces de comprender la fórmula del cuento y el espíritu con el que fue concebido.
Tal como la rauda escritura de Margarite Yourcenar, Martha Estela empieza como un potro que cabalga y no descansa hasta que llega, y no nos permite descansar.
El cuento “Punta diamante” que es un diálogo sin guiones ni comillas, es un claro ejemplo.
En dicho relato la autora escribe en un lenguaje absolutamente coloquial hasta el delirio; delirio en el denso ambiente de la trama y delirio en el lenguaje de sus protagonistas. Este delirio de alguna u otra manera nos acompaña durante el resto de la lectura.
Esta autora nos recuerda en ocasiones a algunos grandes talentosos delirantes como Henrich Böll en su libro Opiniones de un payaso en el cual delira a través de un monólogo sin fin en el que no perdemos ni una sola de sus líneas, donde el escritor nos arrastra emocionalmente a su infierno personal y también a su gloria literaria: el único factor de triunfo en la obra doliente.
Martha Estela recoge de García Márquez el perfil atormentado y lleno de misterio, de magia y de sombras del pasado de sus personajes. Cualquiera de las historias que ella relata, leyendas horribles o románticas podrían ser el argumento para un Cien años de soledad o un La cándida Eréndira y su abuela desalmada, pero ella lo condensa y así, hechos una acordeón conceptual, nos entrega el sumum de sus causas.
Algunos de los universos de esta autora son irreales y sin embargo cercanos a nosotros; tal vez sean las mismas leyendas o fantasías, ya sea por el aire de su lenguaje netamente chihuahuense, por las calles, los paisajes, los objetos familiares o las personalidades iguales a las que diariamente vemos en nuestros propios universos.
Así, nos topamos de frente con su cuento “Estilismo y expresión”, que detalla, a partir de un diálogo ininterrumpido las banalidades que es posible escuchar en una estética desde la vanidad personal hasta las terribles noticias de nuestra situación social.
La peluquera y la clienta se internan verbalmente en el aciago mundo del narcotráfico, empezando por la esperpéntica, protozóica y desquiciada moda narco. Las imposibles botas de pico tan grande como el ego del que las porta, las camisas de arrebatadas tonalidades, los cinturones como una evocación del triunfo que, por más que nos lo impongan, jamás será reconocido.
Esto nos conduce a una importante reflexión, planteada entre líneas por la escritora: ¿Acaso Chihuahua ha sucumbido también finalmente a los encantos del realismo mágico?
Reducidos por causa de la pobreza, la ignorancia o la desesperanza surgen por ejemplo los héroes enmascarados de la calle con su filosofía del desastre y la derrota sublimadas; surge la santa muerte como una anticonsuelo después de que se han agotado las oraciones y la imaginación de la fantasía religiosa que en los mexicanos es indispensable. Ellos trasladan ese mismo fervor, pero a la oscuridad. Tal vez allí se sienten a sus anchas, merced a esa vieja  propensión inquebrantable por la negrura.
Los personajes de este cuento, a la vez gracioso y aterrador, nos hablan de una situación que podría ocurrir en cualquier lugar de nuestra ciudad, en la que se ha terminado el reino de la cordura para entrar en del cucaracherío moral de quienes ordenan a punta de terror y violencia, impunemente.
En este cuento observamos hasta dónde un diálogo como ése, hablar de la realidad tal como es, sin tapujos, tal como nosotros mismos la pensamos a diario, nos puede en un momento destruir. Las temibles consecuencias. Nos vemos reflejados en aquella clienta y aquella peluquera porque es una realidad, un lenguaje y un sitio comunes en el que nos vemos las caras cada día.
No sopesamos ya el bien y el mal sino para protegernos de ambos por igual; Martha Estela sugiere que este es el realismo mágico en el que nos hemos visto envueltos sin querer, realismo en el que los personajes disparatados, ofensivos y grotescos triunfan (como es el caso de la película Salvando al soldado Brian) y nosotros, después de la hecatombe como sucede en la película La rosa púrpura del Cairo de Woody Allen nos sentamos a aplaudir, hipnotizados por el carisma del personaje sin importar su calidad moral, sus valores o sus frutos.
Historias cercanas y peligrosas como esta o de crítica por el detrimento en el que han caído nuestras preferencias nos mueven algo por dentro, la toda junta humanidad que somos: el ningunero aplaudiendo el sinsentido y la desvergüenza, y nos dejan desnudos del alma frente el espejo que entre todos conformamos, anigunándonos, escondidos detrás los unos de los otros.
En otro de sus cuentos, “La lámpara de Aristo”, la escritora nos enfrenta con otra realidad, producto del cucaracherío político que nos asola: es la realidad de los maestros universitarios, aquellos que con maestrías, doctorados y cientos de exámenes por revisar cada semana, aceptan los contratos temporales que no les permiten obtener antigüedad en tanto no consigan un “tiempo completo”. A 70 pesos la hora de clase, estos maestros ganan menos que un empleado de la limpieza, quien además sí tiene servicio médico.
Aristo es uno de esos seres “culturales” a los que es fácil demorar el pago por misteriosas y divinas providencias burocráticas. La cultura en esta ciudad, sin duda, no es un negocio rentable, es lo que piensa la mujer de Aristóteles.
En sus propias palabras se pregunta: “Por qué será que la cultura y la educación que promueve la justicia y el sueldo igualitario entre hombres y mujeres nos tiene a nosotros tan pobres?” Ella no entiende ni el amor de Aristo por la cultura ni al resto de la humanidad que la minimiza. “Los políticos piensan”, asegura ella, “que todo lo creemos, que tenemos una rayita y una ruedita en la frente, pero aunque somos pobres, todavía pensamos y sabemos cómo se mueve el mundo y cómo son algunos que se rebelan a los de arriba, porque no les dejaron el puesto que les ofrecieron y luego los asilencian con candidaturas, lanzando a sus señoras de la cocina a la presidencia… Y no hablo de equidad de género”, continúa diciendo ella, “ese pa´ mí que ya es una lucha de poder, hablo de la equidad de vida, de correspondencia en las cosas simples.”
De este modo ocurre en Chihuahua donde es difícil subsistir todo el mundo, y más para los “seres culturales”. En un lugar donde la cultura es el último pececito en la cadena alimenticia, estas palabras adquieren un peso real por sí mismas.
Existe en nuestra sociedad un grave problema cultural y artístico que repercutirá en todo lo demás. Sin la sensibilidad, la creatividad, la locura, la visión y la comprensión de un “ser cultural”,  corremos el peligro de la sin conciencia y la ceguera. La cultura no tendría por qué ser un lujo, sino una forma de preservar nuestro vínculo como humanidad que se ha trascendido a sí misma a través de las eras, y sin embargo continúa haciéndose las mismas preguntas.
Este “Gutierritos” de Martha Estela que todos hemos conocido alguna vez, o que todos los escritores hemos sido alguna vez, nos muestra el otro lado de la moneda política que se gasta hoy en día en nuestro país. Es el pececito, la insignificante abeja que, si se extingue, como asegura Albert Einstein, provocaría la extinción de todo lo demás.
En la segunda parte de este libro encontramos historias propiamente novelescas. Algunos relatos contienen posibilidades sustanciosas, situaciones y personajes que serían dignos de una atención más detallada. Sin embargo la cuentista nos deja satisfechos en cada uno, con su justa dosis, aunque imaginamos que podrían ser incluso el guión de una película. EL libro es una constante lente en la que es fácil imaginar una pantalla con los sitios, situaciones y personas que la autora describe.
Tenemos, por citar solo uno de los ejemplos, el cuento de “Margarita,” en el que claramente podemos ver a la camarguense Elsa Aguirre, a Arturo de Córdoba y a Ramón Gay interpretando los papeles estelares. Nos encontramos después con “Radiante”, el cuento de una mujer que, obsesionada con la belleza y la juventud, toma baños de luna fría. Andrea Palma, con su lánguida belleza blanca, sería esta mujer.
Tal vez Martha Estela, en otro enfoque, ya fuera del cine, hace un guiño en este relato a ciertos atormentados seres que se han convertido en sus propios enemigos, hombres y mujeres incapaces de aceptarse a ellos mismos. Acuden entonces a los remedios más extraños, y en lamentables ocasiones, definitivos. Sin embargo ellos jamás se darán jamás su aprobación. Este, señala entre líneas la escritora, es otro de los grandes males de la sociedad.
Martha Estela toma de su entorno todo lo que de él chorrea y lo reparte en este libro. Hay historias reales, fantásticas, horridas, historias cotidianas, leyendas, pesadillas, visiones que hemos tenido, hemos escuchado o hemos soñado alguna vez.
En el cuento “El filo del miedo”, la autora nos recuerda indefectiblemente a Jorge Luis Borges cuando habla del destino real de un cuchillo, implícito en su sola concepción. El cuchillo busca o espera la muerte, ese es su destino, dice Borges, y no puede sustraerse de él. Con la bárbara intención del filo, el cuchillo no intuye otra cosa, no sabría cómo hacerlo si pudiera intuir. Cada cosa posee un destino, cada uno de nosotros, también. Estamos hechos del filo de un cuchillo, del ala de una mosca o del sépalo de una flor. Todos acabamos siendo lo que somos en algún momento, nos delata un penacho invisible que cuenta nuestras historias secretas que pensamos que lo son porque no las nombramos. El caso es que ellas son el perfume de ser que otros aspiran hasta en los detalles más simples, en una sola mirada.
El protagonista de este cuento busca venganza: “Desde aquel día se me quedaron los Rodríguez guardados en el alma como brasa ardiente que me quemaba a todas horas, nomás pensaba cómo diablos hacerlos pagar lo que le hicieron a mi padre. Me ponía a pensar dónde le dolería más a Fabián para vengar la afrenta que le hicieron a mi pobre viejo; lo más fácil era pensar en su familia, pero era injusto irme contra inocentes, por eso desistí un tiempo. Pero cada vez que veía las cicatrices de mi padre, me volvían a despertar la rabia dormida”.
Tal es la historia de este cuento desgarrador que fácilmente podría convertirse en una novela dramática al estilo de Isabel Allende o de Ángeles Mastreta. Martha Estela es generosa con su arte como probablemente lo es en su vida. Entrega la riqueza de su conocimiento, es como una mano abierta donde hay un imposible lago que refleja todas las estrellas. Brinda todas sus estrellas, hasta la más ínfima, hasta la más remota; no se queda con nada en el sombrero, los conejos del mago corren por sus páginas como los pequeños conejos peludos y blancos que salían de la garganta de Julio Cortázar e inundaban su apartamento.
El libro es un libro interminable. No parece que Martha Estela haya concluido con el punto final, sino que se “huelen” otros cocimientos literarios en él, muchas más historias de este Chihuahua nuestro, plagado de vientos arenosos, de auras altas y tristes en los días de vendaval, de gente con los ojos acechantes en la proximidad del peligro, pero gente casi toda buena que se levanta con los primeros fuegos del desierto y soporta en sus espaldas el poderoso rigor del septentrión.
Chihuahua de la sed, del sequío, del dolor sombroso por las cosas acalladas, por las llagas de sus muertas, por sus madres de profundas impotencias, de marchas por el centro de la ciudad ante los ojos de la gente que no las mira, madres que a nadie importan.
Ese Chihuahua de Martha Estela que todos conocemos, lenguaje que hablamos, desde su pan hasta su soledad de piedra dormida es el tema de su libro. Encontramos elementos familiares que enseguida nos imbuyen en la trama.
“Árboles en mi memoria”, el triste relato de un entrañable manzanero que ama sus árboles, que los alimenta incluso en sus sueños, que los recuerda como si al recordarlos los alimentara, es el cuento que da nombre al libro.
El manzanero, desconsolado por la injusticia que los intermediarios cometen con los campesinos, arremete en contra de su propia cosecha, arrancando con ella las alas de su espíritu, porque el hombre, aunque lo haya enterrado al fondo de un abismo de sin razones, de olvidos y de inconsciencia, sigue siendo el hijo de la tierra, y ese vínculo, que la tierra sabe, incluso por debajo del asfalto, nos reclama a cada momento. No es solamente la tierra, es la entera vida, el cosmos, el infinito que viene a buscarnos a cada momento por los ojos de las estrellas. EL manzanero nos recuerda que aún si acabamos con nuestro mundo, con nuestra tierra, subsistirán de algún modo los árboles en un rincón de nuestra memoria, el aire verde de sus hojas sopladas por la brisa, los paisajes, el vuelo del águila, La Natura que somos, el agua que somos. Siempre seremos llamados por ella, siempre existirá el anhelo del barro en nuestros pies.
Los relatos de Martha Estela son árboles en su memoria que han sobrevivido a la poda, árboles que ahora crecen en otros suelos de otras almas. No importa quién o cómo haya podado lo que tenemos, lo que soñamos; nadie podrá podar lo que sabemos y lo que somos: de eso no hay regreso, como tampoco se regresa del amor. Es un éxodo sin destino que, así como el alma del cuchillo quiere matar, el amor lleva en su esencia la pura pasión de ser, renacer, y vivir impecablemente en sí mismo como vive la tierra de la que somos los hijos pródigos, renegados, los hijos que se han ido de la casa materna pensando que era su pasado, como Borges lo expresa en alguna de sus reflexiones.
Pensé, dijo el escritor, que Argentina era mi pasado, pero Argentina resultó ser mi futuro. Allí regresó y su tierra, siempre fértil y fresca, lo esperaba. He ahí nuestro final, el antefinal del principio que es la muerte. Esto que la tierra representa en sus entrañas, y que llevamos en nuestro destino de venas y de agua, es también, en el círculo sagrado del todo, a pesar de la poda, nuestro principio vital.

Torres Torres, Martha Estela: Árboles en mi memoria. Editorial Secretaría de Cultura de Chihuahua, México, 2018.






Renée Nevarez Rascón empezó su profesión artística como cantante y compositora durante más de 10 años en Chihuahua, hasta que fue radicar en España por 17 años. Allá se dedicó a la literatura. Actualmente pertenece al grupo Ópera Siglo XIX y se dedica a la composición musical, la escritura, el canto y la enseñanza. Es autora del libro de poemas Marea del naufragio y su obra aparece en dos antologías, una poética en El Ateneo Blasco Ibáñez de Valencia en su colección Algo que decir y otra de narrativa para la que escribió el relato poético “Eres eco” con la Fundación Max Aúb de Segorbe en su colección Caminos de la palabra.

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