El matrimonio sagrado de Venus y Júpiter (en
el cielo y en Plotino)
Por Alejandro Martínez Gallardo
Leyendo a Plotino me encontré esta tarde con
un pasaje ampliamente discutido que hace a Afrodita (Venus) consorte de Zeus
(Júpiter). Plotino hace esta conexión en su tratado sobre Eros, que
célebremente empieza con la pregunta “¿Es el amor un dios, un daemon (espíritu
celestial) o un estado mental?” (El amor es en cierta manera los tres, pero es
un asunto complicado).
En el Banquete, Platón relata que
Eros es hijo de Poros (abundancia) y Penia (carencia), dos opuestos que también
representan la inteligencia y la materia. La unión ocurre luego de que Poros
bebiera un néctar, que Plotino llama “un vino aún no existente” y que identifica
con el logos seminal, que se derrama sobre el alma y le infunde un esplendor.
Ebrio de este vino espiritual, Poros concibe con Penia a Eros en el jardín de
Zeus, en la fiesta de Venus. Pero el amor, sabemos ‒al menos en su parte pura que mira hacia lo
celeste‒ existe desde la eternidad: el
jardín de Zeus no está en el tiempo, pero el tiempo es su imagen. Este es el
enigma que Plotino intenta resolver con su lúcida metafísica de la emanación.
El vínculo entre Afrodita (que Plotino deriva
de habros, ἁβρός, “delicada”), el alma, y Zeus, la luz del
intelecto, es inusual ‒pese a la larga lista
de amantes de Zeus‒ en parte porque Afrodita
es la hija de Zeus y Dione, según Homero en la Ilíada. Y en el
propio sistema de Plotino, Afrodita representa el Alma (psychē) que es
engendrada por la Inteligencia o Mente divina (nous), que en este ensayo
identifica con Zeus (en otros con Crono). De cualquier manera, Plotino, para
satisfacer su visión metafísica, a la vez de jerarquía y participación,
infiltra un matrimonio sagrado entre estos dos grandes dioses.
Mi fascinación por el pasaje no solo se debe
a la rareza de este connubio, obedece también a que, bajo el auspicio de Venus ‒quien es llamada “la dama que todo lo conecta” en
el himno órfico‒ mi mente empezó a hacer
conexiones. Plotino sostiene que “Afrodita es el alma de Zeus” y que los
“dioses representan los poderes intelectuales y las diosas sus almas”. El alma
en el sistema plotiniano es el principio de movimiento del cosmos, la vida, energía
y fuerza ordenadora que hace manifiesto el esplendor de la inteligencia divina
a través de las formas. Existe, en su parte superior o celeste, en una relación
erótica con la Mente, a la que contempla. Según Plotino, su identificación está
justificada “por sacerdotes y teólogos que consideran a Afrodita y a Hera una y
la misma y llaman a la estrella de Afrodita, la estrella de Hera” (constatado
en Del universo, de Pseudo-Aristóteles). La relación entre
Zeus y Hera es la relación de pareja arquetípica y según el fragmento órfico
163 es un “matrimonio sagrado” (hiero gamos) cuyo fruto es el cosmos. El
mismo Proclo asocia a Hera con el poder demiúrgico que procrea el mundo.
Esto me hizo pensar en otra pareja divina que
también produce y sustenta el universo con su unión, aunque bajo otro sistema
metafísico, la de Śiva y Śakti en el sistema del shaivismo trika de Cachemira.
En ese caso Śakti, vinculada con el aspecto dinámico de la conciencia (vimarśa)
y con la energía kuṇḍalinī, es literalmente el poder o la fuerza
que hace que se despliegue el deleite inherente que es la conciencia pura de
Shiva en la experiencia diferenciada del mundo como tal.
La analogía ciertamente no es perfecta, pero
es interesante que para Plotino los dioses masculinos son el intelecto y las
diosas el alma, que está ligada al poder de la manifestación, a lo que anima
las cosas. Aunque el nous, en el sistema plotiniano no es la
conciencia pura (esto es el Uno), es lo que más se le acerca. He aquí otra
similitud entre la filosofía neoplatónica y el tantra indio (sobre esto véase
el libro de Gregory Shaw: Hellenistic tantra).
Todo esto, además, ocurría después de que
este mismo día (12 de agosto de 2025), Venus y Júpiter se unían en perfecta
conjunción en la constelación del Cangrejo, donde Júpiter tiene su exaltación.
La BBC titulaba ayer una nota “Venus and Jupiter kissed in the dawn sky”. A la
luz de la interpretación de Plotino del nacimiento de Eros, me pareció una
sincronicidad llamativa, aunque no estoy seguro si muy auspiciosa.
Aunque Ficino considera a Júpiter y a Venus
dos de las tres gracias celestes y menciona que la interacción de Júpiter hace
que Venus, un tanto húmeda, se caliente y transmita con mejor temple los rayos
celestes, inteligibles, sobre nuestra esfera, al mismo tiempo una T cuadrada de
los dos maléficos, Marte y Saturno, enturbiaba la sizigia divina. El mismo
Saturno, tan sufrido y oneroso, justamente por su soledad, es también el
intelecto más alto en el sistema de Plotino (aunque en su ensayo sobre Eros
Zeus lo reemplaza).
De cualquier manera, el leer sobre la boda
metafísica de Venus y Júpiter en Plotino, mientras su equivalente material
ocurría en el cielo, me pareció, hasta cierto punto, un evento significativo. Precisamente
siguiendo la propia teoría de las correspondencias, uno de los fundamentos de
la magia, la astrología y la alquimia occidental, que tiene en Plotino a uno de
sus pilares. “El arte de los videntes”, dice, “es la lectura de la escritura de
la Naturaleza que revela el orden.” Todas las cosas conspiran entre sí y “las
correspondencias revelan la secuencia de las cosas al observador entrenado” son
“las correspondencias las que sostienen al universo”. “El alma”, había dicho
Aristóteles (con repetido eco de Plotino), “es todas las cosas”. Y en el alma
está el cielo: Júpiter y Venus, uniéndose eternamente en la luz suprasensible
que se derrama sobre el mundo sensible y engendra este mismo cosmos, con sus
estrellas y demonios, con su libre posibilidad de caer en el abismo de la
materia, olvidando que el amor es una escalera.
Alejandro Martínez Gallardo es maestro en estudios budistas por la Universidad de Katmandú. Traduce y estudia textos del budismo mahāyāna. Tiene también una predilección por la filosofía platónica, χαῖρε.
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