Nunca volteé
Por Karly S.
Aguirre
Debí hacerlo. En la terminal de autobuses, lo supe:
Daniel me miraba desde su asiento, esperando que girara la cabeza, aunque fuera
un instante. Debí mirar atrás. Pero no quise.
Luché contra esa fuerza invisible, una inercia suave pero insistente, una voz
que me susurraba al oído: voltea, míralo. No lo hice. Seguí caminando.
Claro que lo notó. Me escribió por WhatsApp: “No
volteaste a verme.” y una carita triste al final.
Desde entonces, cada vez que entro a su perfil, el
karma parece servirme una sopa cada vez más fría. Primero, una fotografía cursi
y mal tomada con su nueva novia. Luego supe que se la llevó a vivir a casa de
su mamá. Eso me pareció vulgar, de mal gusto, así que durante mucho tiempo me
sentí afortunada de no haber sido yo, de no haber volteado esa tarde.
Pero seguí regresando a visitar su perfil, año tras
año, cada vez que fracasaba con un nuevo prospecto o alguna relación se venía
abajo, encontraba consuelo, o mejor dicho: tortura, en mirar su perfil. Fue así
como descubrí que se había casado por la iglesia con aquella novia. Había
fotografías de ellos haciendo cosas juntos, pequeñas rutinas compartidas: iban
al gimnasio, salían los domingos, cocinaban. Y hace un par de semanas, aún con
una chispa de esperanza, pensando que su matrimonio precoz habría fracasado,
como tantos que se casan antes de los treinta, supe que ahora tienen un hijo.
Debe tener muy buena estrella, o quizá algún tipo de
protección divina. Se libró de mí justo cuando yo era una versión indomable y
rota. Lo salvé. Lo salvé de mi yo promiscua, libertina, desbordada, incapaz de
ver el valor de un buen muchacho como él.
Yo estaba enamorada de Guillermo, un fuck boy
que estudiaba Filosofía. Me llevaba ocho años, era alto, blanco, guapo,
hermoso. Un dios del sexo. Todo con él era placer: hablar, mirarlo, estar
cerca, besarlo, cogérmelo. Era un incendio al que yo no quería sobrevivir.
Daniel, en cambio, tenía mi edad, teníamos diecinueve
años. Estudiaba Ingeniería. Tenía un cuerpo atlético, aunque no era muy alto,
su cuerpo torneado lo hacía parecerlo. Su nariz era grande y hablaba con cierto
tono gangoso. Le acepté un par de citas. En ambas, me invitó a su casa para
presentarme a sus primos, a sus amigos del barrio. En ambas lo rechacé. Nos
besamos una vez, durante toda una película en el cine, como adolescentes
torpes. Y sí, besaba bien, pero yo no podía dejar de pensar en Guillermo.
De regreso a casa, en un autobús lleno, Daniel
insistió en acompañarme. Íbamos de pie. En un momento se acercó y me besó. Y
odié ese beso.
Odié que los señores sentados nos miraran con morbo,
como si esperaran un segundo acto para excitarse. Sentía sus sucias intenciones
en sus miradas fijas y una sonrisa maliciosa que se esforzaban por ocultar. El
autobús apestaba, la incomodidad me recorría el cuerpo. Y no lo miré al
bajarme. No giré la cabeza. Aunque tal vez, en ese instante, una versión futura
de mí me rogaba que lo hiciera. Que él era un buen hombre con quien podría
formar un hogar y compartir de lleno una vida formada de pequeñas rutinas de
una vida llena de seguridad, amor y tranquilidad. Pero no lo hice. Y lo culpé.
Lo culpé por besarme en ese mugriento lugar. Lo culpé tanto que dejé de
hablarle. Fui cruel. Fui grosera cuando insistía en verme. Hasta que un día no
volvió más. Claro que me arrepentí, pero no fue de inmediato, fue con los años.
Cuando mi novio no quería ir a entrenar conmigo y yo
veía a Daniel y a su novia en esa foto en el gimnasio. Cuando mi novio se negó
a casarse conmigo, volví a la fotografía de la boda de Daniel. Cuando dos
novios distintos me dijeron que no querían tener hijos, y menos conmigo, solo
podía pensar en esa fotografía en el parque de Daniel con su familia. Daniel se
tituló como ingeniero, ahora gana bien. Ya no vive en casa de su mamá. Se nota
que es feliz y qué bueno.
Qué bueno que no volteé.
Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. En agosto de 2025 se graduó de la licenciatura en letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH y publica cuentos en redes sociales. Actualmente es editora en Estilo Mápula revista de literatura.
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