Metafísica
salvaje
Por Guadalupe Ángeles
Por
descabellado que parezca, sostengo que los seres humanos somos eternos. Me
explico. Por supuesto no me refiero al cuerpo presente sobre la superficie del
mundo. Es el pensamiento el que nos hace inaccesibles a la nada. De acuerdo, no
tengo manera de probar esta escandalosa mentira. Sin embargo, si inicia
usted una caminata, tome el tiempo de cada uno de los pensamientos que se le
vienen a la mente, y si ha padecido insomnio, y decide hacer caso al cuerpo,
verá, si lo observa detenidamente, que no hay tiempo real para explicar su
desasosiego.
Cierre los
ojos. Escuche el sonido de su respiración. No me refiero a abstracciones o
quizá son ellas precisamente la piedra de toque de estas disquisiciones
alocadas.
Si frente al
rostro amado se clama por verdaderas eternidades, al padecer dolores intensos
se agradece la inútil tarea de no contar el tiempo, hacerlo, multiplicaría su
padecimiento. Esa es la clave.
Hemos
convenido en cortar el tiempo, en fragmentarlo en unidades reconocibles (“una
ronda son tres cigarros”, “un porro compartido es un paseo al paraíso”). De esa
manera nos atrevemos a dormir por las noches, a aceptar que solo para acallar
la incertidumbre nos sometemos a soñar, porque el sueño es otra manera de estar
dentro de nosotros ¿somos de alguna otra manera más nosotros, más de nosotros,
que en esas películas que no dirigimos y sin embargo nos pertenecen por entero?
Diseñamos
definiciones para afianzarnos en la tierra, ninguna negación nos hará más
dueños de nosotros mismos que aceptar la sutileza de este despeñarnos sin
remedio. Ojalá fuéramos capaces de veras de aceptar nuestra eternidad. Da
demasiado miedo.
Seguro le habrán dicho: “tú eliges, minuto a minuto”, es verdad, y para
salvaguardar nuestra frágil salud mental, olvidamos. Olvidamos lo que sabemos.
Decimos que es muy bello vivir. Pero ante la perspectiva de no morir un
silencio enorme nos cubre, echamos en falta el movimiento. Estatuas de sal sin
posibilidad de provocar ninguna lluvia, vamos por las calles sintiendo en los
hombros la nieve imaginaria que no obstante serlo, nos congela.
Peco de iconoclasta ya sé. Verdaderamente lamento romper ilusiones varias. No
tengo ni he tenido nunca pudor ante lo avasallante, soy un animal demasiado
salvaje para lanzarme contra lo imposible, cierro lentamente los belfos, toco
la tierra con la frente y le doy a cada parte de mi cuerpo su silencio, el
temblor de mi alma habrá de instalarse en cada una de mis células y así, nave
nodriza de mi pensamiento, esta máquina de huesos nervios y asombros que soy
aprenderá, de algún modo, a callarse lo indecible. Por mi propio bien.
Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005) y Raptos (2009). Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.
Leer a Guadalupe Ángeles es asomarse al corazón del poema. Al infinito.
ResponderEliminar