jueves, 4 de diciembre de 2014

Erasmo Fabio Vázquez Villegas

[Foto: Chávez, 1990].



Gato amatista


Por Erasmo Fabio Vázquez Villegas


No puedes ser más lindo al acariciar, arañar y juguetear con tu esfera de tela rosada, por los aires.

La ciudad nunca está lo suficientemente sola, es parecido a lo que se siente cuando camina por un pasillo muy largo a oscuras.

Ese rasgueteo tierno de la tela con tus patitas de color rosa, que provoca que la tela rebote hasta llegar a eclipsar la luz del sol que revela ese color atractivo azul de tus ojos con pupila afilada. ¡Ahí vas! Persiguiendo la luna rosada que dejaste caer por el pavimento.

Dos cuerpos rosados que van de un lugar a otro en una ciudad largamente desolada. Tú no logras alcanzar esa esfera, amiga tuya, único recuerdo de tu hogar, rueda con mayor velocidad hasta que la pierdes de vista. Un maullido joven dejaste salir al no saber en dónde quedó tu compañera. Tres pestañeos y dos talladas de pata en tu linda cara te prepararon para pedalear, cabalgar a lo largo de la ciudad.

Ves la ciudad desde lo más alto de una calle que va en bajada. El sol alumbra tu lomo y una sombra con orejas puntiagudas se pinta en los edificios grises de la ciudad. La sombra es tierna, delgada y de apariencia aterciopelada. Esa sombra coincide sus ojos con los tuyos en forma de luz. Parpadeas para ver que la sombra sigue tu juego de luces.

Frunces el seño y miras un brillo rosado en el extremo de tu ojo derecho, lo ubicas de inmediato. Con un maullido corto y satisfecho te despides de tu clon oscuro, y vas cabalgando en picada mientras sientes el viento jugar con tu pelaje, hasta llegar a la casa a donde debes de ir.

Llegaste, y arañaste la puerta de madera. Te asustaste al ver que se derrumbó la puerta con el menor toque. Estaba oscuro, y no había ruido, ni olor alguno. Maullaste en forma de pregunta, volumen bajo, como si pensaras que había alguien y no quisieras interrumpir su sueño.

Pisaste poco a poco hasta entrar en la casa, tus pasos rechinaban el suelo de madera. Tu gatunidad te permitió juguetear tus pasos en las sombras para buscar tu compañera y salir rápidamente de la mejor callada manera posible.

Todo parecía ser un pasillo enorme mientras zigzagueabas en la cantera que era la casa, de vez en cuando notabas con tus ojos azules las puertas entreabiertas de la casa, muchos cuartos con camas destendidas, libreros vacíos, tenías miedo, pero seguiste a tu paso callado.

A pesar de que juraste sentir una mirada en tu lomo, y volteaste para maullar quién estaba ahí, seguiste buscando tu compañera hasta el final del pasillo. Te acercaste la moviste con tu naricita, y sacudiste los pocos insectos que se le habían subido. La cargaste con una mordida suave, volteaste y alguien estaba ahí, una sombra de dos patas, con ojos cuadrados de color amarillo.

Alzó su puño y corriste con un maullido de terror, cargando a tu compañera, pasando por debajo de la sombra, apenas esquivando su golpe que agrietó la madera.

La sombra de ojos amarillos volteó y rugió de tal manera que sacudió el lugar y muchos lamentos sonaron y cada vez aumentaban de volumen. Volteaste por temor, y viste más de diez sombras con ojos amarillos, no tuviste tiempo de ver la forma de las sombras, iban a toda velocidad y querían ir a por ti.

Zigzagueando entre las sombras que aparecían en tu camino corriste hasta ver la luz de la entrada. ¡Llegaste con tu compañera al final! Un lamento de la sombra original se intensificó y alzó su puño de nueva cuenta, pero se quemó con la luz del sol.

Estabas sudado, frío, cansado, te recostaste en tu compañera, no rodó, como si aceptara tu esfuerzo por salvarlo de las sombras. Un descanso para el gatito héroe.

Abriste los ojos y para tu sorpresa la casa de las sombras ya no estaba ahí. Asustado volteas a ver a donde apoyaste tu cabecita con un maullido corto y consternado. Ahí estaba, tu compañera, la esfera de tela.

Aliviado, la cargaste y juntos cabalgaron al pavimento para jugar otro poco. Al rodar tu compañera, un ruido muy fuerte se escuchó a tus espaldas. Volteas y ves un muro que no estaba ahí. Recuerdas haber visto la ciudad desde lo alto de esa calle y no había ningún muro.

Otro ruido fuerte sonó, despostillando migajas del muro con cada ruido. No puedes dejar de ver el muro, y ves como el ruido se hace más y más frecuente. Bajas tu carita con tu compañera para cargarlo con tu boca.

Otro ruido resuena y escuchas más migajas derrumbarse del muro, volteas con tu compañera en la boca y más ruidos suenan, un maullido entrecerrado pronuncias al cabalgar de nueva cuenta mientras más y más ruidos resuenan el muro. El maullido parecía el de un joven león que tenía la fuerza para escapar de sus problemas, y el ruido parecía desesperado hasta que finalmente parte del muro se colapsó, gritos de orgullo salieron y de ello, pisadas de las cuales huiste con gran fuerza.

“¡No lo dejen huir!” Lograste escuchar, no entendías las palabras, pero no volteaste, y seguiste. Las pisadas seguían cada vez más rápidas hasta alcanzar tu paso.

Un salto fuerte, escapando de dos patas de color arena sin casi nada de pelo. No entendías qué pasaba, si te descuidabas un poco sería el fin.

Zigzagueaste rápido para evitar pisotones de patas cubiertas de brillo, o cuero. Usaste todo lo que aprendiste para salvar a tu amiga. Pensaste en tu hogar, tus amigos felinos, tus amigos mayores, y tu compañera de tela. Fuiste agarrado por las patas de color arena.

“¡Lo atrapé! ¡Atrapé al gato amatista!”

Quisiste zafarte, pero dejaste caer a tu compañera. Lo perdiste de vista otra vez, y te volviste sumiso. Maullaste en forma de suplica, pidiendo que te dejen ir, pero así como tú no los entiendes, ellos no te entienden. Ellos eran raros, de dos patas, o cuatro patas, no estabas seguro, solo podías ver y maullar.

Empezaste a llorar, querías que te dejaran ir, no querías dejar a tu compañera otra vez.

“¡Seremos ricos, mamá! ¡Seremos muy ricos! ¡La leyenda del gato amatista era real!”

No entendiste nada.

Un brillo rosado te devolvió el color a tus ojos. El brillo te resplandecía y sentirte bien. Viste a tu compañera aparecer frente a ti sostenido en el aire, la criatura que te sostuvo te dejó caer, pero tus patas no tocaron el suelo. Todas las criaturas se asustaron y se fueron para jamás volver. Tu energía creció, y sentiste como tú y tu compañera se desvanecieron en un parpadeo de color rosa.

Están en el escenario negro con luces blancas, volviste a tu hogar. Viste de nuevo a tus amigos que estaban flotando, maullaste para saludarlos. Todos se acercaron flotando con su respectiva compañera y maullaron de igual manera. Te pidieron que los siguieras hasta llegar a con tus amigos mayores.

Un gato azul y una gata verde de mayor tamaño y compañeras más grandes se te acercaron y te acariciaron con la cabeza, ambos maullaron tiernamente aplaudiendo tu regreso. Recordaste tu misión, evaluaste un lugar de ese planeta de apariencia bella, de mares azules y tierras verdes.

Maullaste y dijiste que es un lugar con solo apariencia bella. Tus amigos mayores decidieron seguir con la labor de seguir iluminando el cielo con los poderes que ellos poseen. Ambos te recordaron la función de todos los gatos estelares:

Somos unas luces locas,
adornadas en telas negras.

Nuestros compañeras,
nos dan alma y vuelo.

Con esta confianza,
conferimos el sueño.

Perdonar, y guiar,
en la gran oscuridad.

Formamos aristas,
de flores a palomas.

Somos varios colores,
de violetas a verdes.

Somos la pista estrella,
de las galaxias bellas.

Musa del creador,
musa del destructor.

Nuestro poder inconcebible,
jamás imprescindible.

Cargamos con el peso,
de la vida y el hueso.

Míranos en el cielo,
somos la aurora en el hielo,
somos la chispa del trueno,
somos la vida después del fuego,
y alimentamos toda clase de sueños.

Y así, con esperanza de que podamos ser algún día, un león dios de las estrellas.



Erasmo Fabio Vázquez Villegas estudió en la Facultad de Filosofía y Letras el 2014 la carrera de lengua inglesa. Escribe novelas, y poemas. A veces, obras de teatro.


1 comentario:

  1. En este relato hay dos protagonistas: un gato que se pierde en las calles y regresa, y una conciencia que sueña y le dice al gato sus movimientos, como Virgilio en la penumbra.

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