sábado, 30 de mayo de 2020

Alberto Carlos. Fuimos tan malos

Arte de Alberto Carlos

Fuimos tan malos

Por Alberto Carlos

Los panegiristas a ultranza de lo español, como nuestro director, Lic. José Fuentes Mares, le buscan paliativos a las parrilladas de la inquisición española; los indigenistas de hueso colorado, como doña Eulalia Guzmán, le buscan atenuantes a la afición de nuestros indios, de antes del chiripazo de Colón, por abrir en canal a sus congéneres.
Ambos le escarban todo lo que pueden para ponerse los unos a los otros, como Dios puso al perico. El resto del mundo civilizado no desperdicia ocasión para ponernos en esos aspectos a nivel de trogloditas, total, que entre las buenas y las malas no damos una. Quedamos barridos y regados en la historia, pero vamos a ver: para empezar, no hay que ir muy lejos en el tiempo. Basta con recordar la matanza de millones de judíos, en tiempos de Hitler, en la civilizadísima Alemania; las purgas en la Rusia proletaria bajo los buenos oficios de papá Stalin; y las masacres de Hirosima y Nagasaki por los alegres güeros de Allende el Bravo, campeones del “mundo libre”. Claro que los métodos modernos son más técnicos que el acarreo de leña y el cuchillo de obsidiana, pero...
Si le metemos reversa al curso de la historia, veremos que nos dan el 15 y las malas en eso de sacrificar prójimos por angas o por mangas muchos pueblos civilizados a los que, si bien es cierto que los historiadores narran con desparpajo sus tarugadas, no les aplican los calificativos escatológicos que nos cuelgan a nosotros.
Durante la revolución francesa, en plena paz robesperiana y bajo el signo de la razón, la liberté, egalité y fraternité, el descabezadero con el invento del talentoso Mesieur Guillotín despachó más gente que el tabaquismo en nuestros días.
En la cuna de nuestra civilización (¡Ah, pa´cunita!) la Roma pagana, los paganos eran cristianos, los arrojaban como desayuno favorito de los leones y a modo de show para turistas en los caminos se veían crucificados, empalados y descuartizados, los cuales recibían el aplauso del respetable con mucho beneplácito.
En el cementerio de Ur, de la civilización sumeria, se descubrió que, cuando moría cualquier noble o influyente, masculino o femenino, se escabechaban a toda la servidumbre, damas de la corte y hasta unos cuántos familiares venidos a menos, para que el finado o finada no se fueran solitos al otro barrio. A los entierros iba más gente con los pies por delante que dolientes caminando. Esos sumerios más bien eran sumarios, por lo que se ve.
Los babilonios, los asirios y otros de por esos rumbos del Tigris y el Éufrates, gente piadosa, armaban carnicerías a diestra y siniestra, no solo en la guerra, sino masacrando a inocentes civiles de los pueblos conquistados y no se escapaban ni las gallinas.
La cuenta sería muy larga... Gengis Kan, la noche de San Bartolomé, los glutamatos, el colesterol (ya me salí del contexto) y qué sé yo. ¿Entonces, qué? Pues nada, lo que en el rico es alegría en el pobre es borrachera, ni más, pero ni menos.
Junio 1981




Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas, avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.

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