viernes, 15 de mayo de 2020

Heriberto Ramírez Luján. Su relato Shilakil


Shilakil

Por Heriberto Ramírez Luján

Estaban plantados en el escenario blandiendo sus instrumentos con una maestría inusitada, sus barbas y greñas crecidas les daban toda la apariencia hippiesca de la época. Alguien había entrado en una de las clases de la prepa nocturna para invitarnos a ese baile de tardeada en el salón Capri, con el debut del grupo Shilakil.
Para muchos de nosotros fue una experiencia sorprendente, primero porque su imagen estrafalaria contrastaba con un entorno rústico y rural, segundo porque su música rockera nos parecía muy al día, además de ser músicos de alta escuela. Taro Gutiérrez en el sintetizador. Se rumoraba había estudiado en un conservatorio de Los Ángeles, lo mismo que Tirso, su hermano, a cargo de la batería, aunque este había desertado, ambos hijos de una familia musical de abolengo. En el requinto estaba Pepe Vidal, de barbas memorables, hijo de un médico reconocido en el pueblo y estudiado en la Universidad de Sul Ross de Alpine. Y el ilustre Santana, sin ninguna credencial académica, pero con un alma y un cuerpo consagrados al bajo.
Nos sentíamos arañado el corazón de la contracultura americana, apenas transitando la segunda mitad de una década de grandes cambios. El contraste de su repertorio era entre deslumbrante y alucinado, iba desde cumbias como La múcura, El gorrioncillo, La mula bronca o Popotitos, El último beso, Venus, Long train running, Long cool woman in a black dress, Vehicle o Samba pa’ ti. Su versión de Contrabando y traición era apantallante, pues el Neca reproducía los balazos y el sonido de la sirena en el sintetizador.
Como suele suceder, con el paso del tiempo su alineación fue cambiando, a los teclados llegó el Neca Arroyo y a la batería Mario El Veladoras. Hicieron una gira por varias ciudades del Estado anunciados como El sonido Santana de la frontera, dado su amplio repertorio basado en este músico. Lo cierto era que ponían a bailar a todo mundo con el desquiciado frenesí setentoso. También intentaron armar su propio Woodstock en la presa Tarahumara, pero se frustró pues se fundió algún artefacto del equipo al usar corriente de planta eléctrica. Para hacerse de equipo más potente aceptaron tocar en el V-29, un burdel cuyo propietario era un conocido narco, y en efecto, sus decibeles aumentaron pero la gente dejó de contratarlos para quinceañeras y bodas. La avalancha de narco corridos sepultó en el olvido bandas con tintes rocanroleros como Los Socks, Los patinadores, La Nave 11, Max 5, entre otros.




Heriberto Ramírez Luján, filósofo mexicano, redacta la lógica con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de su estética. Y de su gran estilo.

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