lunes, 4 de mayo de 2020

Fernando Suárez Estrada. Su cuento Indito ojo azul

Laguna de Bustillos. Foto Fernando Suárez Estrada

Indito ojo azul

Por Fernando Suárez Estrada

De aquella gigantesca puerta de roble, con spring pintado de rosa, escapaba hacia la calle un olor a pan de levadura menonita endulzado con pinole tarahumara. Era la casa donde vivía el niño-indio-ojos-de-cielo, de nombre Jesús, que iba conmigo en tercero de primaria. Nos sentábamos juntos en una tambaleante banca verde.  Era veinticuatro de diciembre y caían plumas de nieve  del color del dulce y manso atardecer pueblerino.
El indio me invitó a pasar y, en la sala con paredes de adobe desnudo, a un lado del majestuoso nacimiento –que doña Inés Fehr, mamá de mi amigo, había instalado para recordar el nacimiento del niño Jesús–, su padre, el tarahumara Jacinto Barrancas, explicaba al azorado don Abraham Plett, su suegro, que dos días antes una paloma blanca tocó con su pico la ventana de la cocina, llena de aromas agradables, y entregó a Inés, en la palma de su blanca y encallecida mano izquierda, un mensaje en fino papel de china, que apretaba en sus patitas, y que traía desde más allá de las nubes y las estrellas.
No se entendía qué decía pero el dibujo de esos signos indicaba claramente que una ancha falda blanca de olanes, que servía de cuna, y un amplio y sobrio pantalón de pechera menonita, abrazaban a un cuerpecito de recién nacido que en su carita mostraba una amplia sonrisa de ojos y labios.
Así pues, en concordancia con aquel dibujo caído del cielo, en el portal del nacimiento, de un metro de altura, dos muñecos, moldeados con papel de estraza y engrudo, pintados con aromáticos colores de aceite, representaban a María la tarahumara y a José el menonita, padres del niño Dios de Cuauhtémoc, Chihuahua.  Luego, el nacimiento abría paso a una cascada que bajaba por entre pinos lustrosos y piedras blancas hasta formar una laguna muy parecida al legendario  hueco acuoso e hipnotizante de los dinosaurios voladores, que es como conocen las madres y padres fantasiosos a la Laguna de Bustillos, poblada en sus arboledas ribereñas, también, con monitos de manadas de bisontes y mamuts, y que es la que en la vida real se localiza allá, rumbo a un volcancillo petrificado que llaman El Picacho y que fascina a sus curiosos exploradores por las piedras volcánicas que, en forma asombrosa, no deja de regalar una y otra vez y siempre en interminable lava de mil colores de turquesa, oro y fuego.
Con toda la ingenuidad del mundo, pregunté:
―Entonces, mi amigo indio ojo azul, ¿es el niño Jesús de todos los años?
Nadie me supo responder.
Volteamos a ver a Jesusito y este, sin saber qué pasaba, dijo:
―Yo solo sé que vivo en este palomar que está bendecido por el Dios de mis morenos y mis colorados.
Lágrimas. Lágrimas de un uniforme color cristalino se dejaron invadir por el parpadeo suave de las velas que iluminaban ese rincón del universo.





Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.

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