La columna de Bety
Acudí al Cementerio el domingo
2 de noviembre, por ser Día de Muertos
Por Beatriz Aldana
Acudí al Cementerio el domingo
2 de noviembre, por ser Día de Muertos. Antes siempre lo hacía acompañada de mi
hijo David, pero ya van 18 años en que lo hago sola, como en la canción de
Marisela: Sola con mi soledad. Ya estando ahí dentro del Panteón de Dolores me
percaté en toda su dimensión, de que en el fondo de mí, en lo más recóndito de
mi ser, existe eso: Esa sensación de soledad, y recordé las palabras de mi
vecino y amigo de la infancia, Pepe Bonilla, allá en la Colonia Obrera, quien
me vio visitando a mi hermana que ahí vive.
De eso hace poco tiempo. Se
acercó a saludarme. Después del beso y el abrazo, me dijo:
―Creo
que soy de las pocas personas que perciben esa tristeza y profunda soledad que
se adivina en tu mirada; tus ojitos siempre están al borde de las lágrimas, así
te recuerdo y así permaneces.
Y es verdad. Convivo con
múltiples personas, estoy integrada a muchos ambientes de todo tipo; los más,
de diversión, y otros culturales, así como religiosos. Me precio de tener
amistades sinceras a las cuales estimo con todo mi corazón, tengo una persona a
la que quiero. Pero. Extrañamente, aunque conviva con todos ellos, permanece en
mí esa sensación de soledad, de estar con ellos y a la vez verme a mí misma
sola.
Así como el número uno de
alguien, pues no.
Cualquier persona que me
mire expresaría esto: Pues no parece que estés sola, siempre se te mira alegre,
sonriente. Pues sí, pero.
Alguna vez leí una
publicación que decía: "Entre más sonrías y rías, más estás tratando de
ocultar la tristeza".
Hay una personita, especial
para mí, que tuvo a bien hace un corto tiempo decirme cinco rarezas de mi modo
de ser. Haciendo un análisis y una introspeccion de ello, le concedí la razón,
y hasta admiré su percepción tan aguda. Eso fue precisamente el detonante para
dar en el clavo de por qué muy en mi yo interno siempre me siento totalmente
sola, aunque esté rodeada de tres o de mil personas. Tal vez, y sin culpar al
destino, que me privó de mi madre a una edad crucial para mí, sea esa la causa
de esa triste sensación de soledad en compañía.
Un especialista, un psicólogo,
me diría tal vez esto:
―No
Bety, no es soledad. Es una enorme inseguridad y una gran desconfianza de
entregar tus sentimientos y tu ser a cualquier otra persona. Y es por el hecho
de haber perdido a tan temprana edad a quien te sujetaba de su mano y te abría
sus brazos para darte seguridad. No es soledad, es un miedo profundo de volver
a perder lo más querido de tu vida: tu señora madre.
Pues sí, más claro ni el
agua.
Beatriz Aldana es contadora y siempre ha trabajado en la industria y en corporativos comerciales. Gran lectora, escribe y produce crónicas de video en sus dos blogs de Facebook, además de La columna de Bety en Estilo Mápula.
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