domingo, 19 de julio de 2020

Edith Mora Ordóñez. Entrevista a Enrique Servín Herrera

Entrevista a Enrique Servín Herrera

Por Edith Mora Ordóñez


La entrevista tuvo lugar en su oficina, en el sótano del Teatro de los Héroes, donde se alojaba parte del que fue el Instituto Chihuahuense de la Cultura. Este texto inédito es un trabajo universitario,  presentado en una asignatura de la licenciatura en letras españolas de la Universidad Autónoma de Chihuahua, en el año 2004.



“Si realmente la poesía se te da, si tú puedes hacer poesía, con eso estás recibiendo el más grande de los premios que te pueda dar la literatura”.


A quién no le gusta leer poesía. Aunque pareciera aburrida, aunque fuera compleja, siempre hemos repetido un verso, nos ha emocionado alguna frase, alguna palabra se nos ha quedado grabada para resucitarla en el momento menos esperado. Sería muy interesante conocer lo hay que detrás de ese universo de palabras.

Un hombre en una oficina pequeña, incrustada entre algunas otras, se sienta y trabaja en el escritorio, saluda a sus compañeros, comparte una sonrisa y conversa. En la pared, carteles acerca de literatura, en el escritorio libros y carpetas, papeles, más papeles. Alto, delgado, moreno y de caballo lacio, negro, con un gesto amable, muy sereno, camina en su lugar de trabajo, imponiendo con su postura siempre, a primera vista, y provocando una sensación cómoda cuando su sencillez habla, con la voz clara, con el tono que cautiva. Refleja la tranquilidad de un personaje que no puede esconder un carácter fresco, y la medida de su inteligencia.

Enrique Servín es poeta, escritor, políglota, es chihuahuense. Nacido en el año 1958, cursó la licenciatura en derecho, fue merecedor del Premio Chihuahua de Literatura en 1994.

Servín: Aquel libro tenía el pésimo título de Elogio para los dedos y otros poemas, porque hay un poema allí que se llama “Elogio para los dedos”. Por supuesto, la experiencia de ganar un premio siempre es agradable, es un reconocimiento a tu trabajo, de alguna manera confirma que tus intereses no están suspensos en el vacío, sino que tienen una cierta razón de ser, que hay gente que los aprecia; tu trabajo tus intereses, tu pasión, la energía y el tiempo que le has dedicado a todo eso, y siempre es una experiencia interesante. Por otra parte, el premio conlleva dinero en efectivo y el dinero siempre te soluciona problemas de tipo práctico que no se pueden ignorar. Vivimos el mundo material lleno de necesidades de ese tipo, económico, y que te digan: “ahí te van cinco mil dólares”, claro que te caen del cielo. Es una buena experiencia, pero la gente no debe creer en un momento que el arte te va redituar reconocimiento y dinero; es muy difícil ganar premios, ganar reconocimientos, es muy difícil ganar dinero por la literatura. La literatura y el arte lo que te dan es la satisfacción de hacer algo bien hecho. El poeta debe conformarse, porque ya es un hecho suficiente con escribir poesía.

Edith: ¿Y cómo se hace un poeta? ¿Dónde nace la inquietud de leer y tomar la pluma?

Servín: Mi abuela y su hermana mayor, que funcionaba un poco como bisabuela (era veinte años mayor que mi abuela), eran muy buenas recitadoras. Mi abuela se ponía a lavar la ropa y cuando estaba lavando, estaba recitando. Entonces, me acuerdo de un poema que decía: “tienes seda, amante, morderé una vena de estas que me azulan el puño cual una armazón de luna y una copa llena de vino tendrás”. Entonces, se le escurría el jabón por las manos como si fuera la sangre, y nosotros nos asustábamos mucho. Existía la bohemia. En la sociedad era importante que la gente conociera poemas, se consideraba una señal de educación que la gente pudiera recitar algunos poemas, entonces a mí me tocaron esos recoletazos a través del personaje de mi abuela y de su hermana mayor. Y, como yo tenía buena memoria, se aprovechaban un poco de mí. Me ponían de perico a recitar frases célebres y poemas, y era como una especie de juego familiar. Entonces, llegaban los tíos y les decían: “mira: te va a decir una cosa Enrique (yo tenía cinco o seis años)”: “Estaré hasta la muerte en contra de lo que dices, pero defenderé con mi vida el derecho que tienes de decirlo”. “¿Quién dijo eso?”, me decían. “Voltaire”. “¿Y quién fue Voltaire?”. “Un filósofo francés”. “¡Ah!”, entonces todo mundo decía: “eres un espíritu viejo, estás reencarnado”, o alguna broma por el estilo. De esa manera estaban sembrando en mí, sin saberlo, el interés por la literatura. Ahora agradezco la oportunidad que tuve de nacer en esa familia medio loca.

Edith: De pronto se escucha su voz hablando en francés, en italiano, en inglés, en español y en más idiomas, mientras nos habla de la manera en que ha aprendido estas lenguas, las cuales iniciaron en su vida a muy temprana edad.

Servín: Cuando yo tenía como unos seis o siete años, unos italianos se cambiaron enseguida de la casa de mis papás. Por una coincidencia, unos primos de ellos se cambiaron enseguida de la casa de mi abuela, que fueron las dos casas en las que yo pasé mi infancia. Pasamos fin de semana en casa de mi abuela y luego el resto de la semana en casa de mis papás, y en ambas casas los vecinos eran italianos. En una de ellas el viejito era un hombre de esos típicos europeos que habían vivido entre guerras y entre naciones y entre fronteras que se movían. Hablaba muchos idiomas: cinco idiomas que manejaba muy bien, pero como estaba muy viejito, los mezclaba. A sus nietos les hablaba una mezcla de italiano, de francés, de inglés, español, y era fascinante oír y descifrar lo que el abuelito decía en compañía de mis amigos italianos. Entonces, estos juegos de la infancia con ellos, que eran bilingües, se me hacían muy interesantes. Ahí está el germen de ese interés por los idiomas. Después tuve la oportunidad de conocer con ellos el italiano, y me pasé del italiano a otros idiomas, en parte porque muchos de los métodos que se conseguían para estudiar el italiano estaban en inglés, un idioma que yo no conocía.

Edith: Enrique recuerda lo que le sucedía cuando cursaba los idiomas básicos en su fase de estudiante, pues comenta que nunca estudió los idiomas en las escuelas, con excepción de los estudios que se llevan en la primaria y en la secundaria, más bien de inglés.

Servín: Son absolutamente inútiles. En la secundaria yo reprobaba inmisericordemente las clases de inglés, pero ahora me consuela saber que los maestros sabían menos de inglés que yo. En tercero de secundaria pasé la prueba final de inglés porque le regalé una tortuga viva a mi maestra: la corrupción somos todos. (Entonces, se ríe).

Edith: Es un hombre dedicado a la literatura; sin embargo, realizó la licenciatura en derecho en la UACH. Nos señala que mentiría si nos dijera que en esta etapa tenía interés por la literatura.

Servín: Yo estaba en contacto con este ambiente en el que las señoras recitaban poesía y me ponían a mí a repetir frases célebres; no implicaba eso un interés por la literatura, y menos a esa edad. A mí lo que me interesaba eran las lagartijas y las pelotas, el futbol y los boumerangs; pero ese es el germen de lo que después se desarrolló. Cuando yo terminé la preparatoria sentía que mis intereses iban más por el lado de la lingüística que por el lado de la literatura, y me fui a la Ciudad de México a estudiar lingüística. Pero la Ciudad de México me derrotó, por mi carácter, más que nada, porque la Ciudad de México es una mina de oportunidades para el que las conquiste. Pero yo llegué, busqué trabajo en dos semanas, la ciudad se me hizo inmensa, muy agresiva, y mejor me devolví. Como iba a perder el año, un amigo me dijo: “inscríbete en Derecho, si no te gusta te sales y te metes a otra cosa, a Letras o a lo que quieras”. Me metí a Derecho y, entonces, el primer año me gustó. Y ahora veo que fue un error, porque realmente yo desde segundo o tercer año sabía que el derecho no me interesaba y, por disciplina, quise terminar la carrera. Conforme va pasando el tiempo y te das cuenta de que la vida es una cosa tan frágil y tan perentoria, dices: “seis años no los tiras pero ni de chiste”. No hubiera tomado la misma decisión ahora.

Edith: Gracias al conocimiento de los idiomas ha realizado varias traducciones de poemas. Nos menciona que considera la más lograda aquella hecha a un poema de Anna Akhmatova, que se llama “Tercera elegía boreal”.

Servín: Tal vez porque es un poema muy intenso, muy importante, es un gran poema y por eso me gusta haberlo traducido. No tanto porque en sí la traducción tenga méritos.

Edith: Y nos involucra un poco mientras hace comparaciones entre lenguajes, para decirnos cuáles de los idiomas que maneja le agradan más.

Servín: Todos los idiomas son hermosos a su manera. El que tú como hablante de una lengua determinada, por ejemplo, en mi caso, el idioma español como lengua materna, encuentres intereses específicos en una lengua extranjera, o en una segunda lengua, depende de la naturaleza de tu propia lengua. Por ejemplo, para mí, el portugués es un idioma poco intrigante, poco misterioso. ¿Por qué?, porque es un calcado del español con muy pocas diferencias estructurales, léxicas, etc. Lo que sí me gusta es la pronunciación portuguesa, porque sí cambia mucho a la del español. Pero para mí, hablante de español, las lenguas caucasianas, las lenguas del Cáucaso, me parecen fascinantes. El georgiano me parece una especie de lengua total, en donde todo es absolutamente fascinante, diferente, exótico: la pronunciación, los altos glotálicos que tienen, unas consonantes que parece que están explotando cada vez que las pronuncias, las combinaciones que puedes lograr, el hecho de que es un idioma que no tiene acento en la palabra, sino en la frase, por lo tanto, le dan una ductilidad muy extraña, como suena el idioma, su gramática tan diferente a la del español, su manera de manejar los tiempos en el pasado, donde cambia todo el sistema de conjugación y de declinación. En fin, me parece un idioma apasionante; pero, insisto, por el hecho de que yo hablo español. No hay idiomas más bellos que otros, ni mejores que otros, ni más difíciles que otros; lo que hay es diferencias entre los idiomas y, dependiendo del idioma que tú hables, vas a percibir el resto de los idiomas.

Edith: Es muy probable que un personaje que maneja tales experiencias pueda compartir alguna anécdota.

Servín: Una vez llegué a una tienda que decía “Tíbet”, y luego decía “libros, música, etc.” Y dije: qué raro que se llame Tíbet, a lo mejor tiene temas esotéricos, o sobre religiones orientales, por ejemplo budismo tibetano, y de casualidad tendrá algún libro tibetano o de poesía tibetana. Entonces llegué, me metí; pero empecé a ver los libros un poco decepcionado, porque era una tienda naturista. Entonces, el dueño me dijo: “¿buscaba algo en especial?” “Pues, de casualidad entré a ver si había libros en tibetano”. “¿Le interesa el tibetano?”. “Sí, me interesaría mucho aprender tibetano”. “¡Ah!”, me dice: “pues no tengo libros en tibetano, pero le voy a recomendar a la persona idónea. Él es un especialista en sánscrito y en tibetano, y seguramente él le va a dar libros, diccionarios, cassettes, y todo lo que usted quiera”. Le dije: “¿dónde vive él?” “Vive aquí en Chihuahua”. Exclamé: “¡Un especialista en sánscrito y en tibetano aquí en Chihuahua, qué maravilla!, deme inmediatamente su teléfono y dirección”. “Como no, mire, aquí se lo voy a apuntar”. Entonces sacó una libretita y empezó a anotar ahí el teléfono y la dirección. Me dio el papelito que decía: Enrique Servín. Le dije: “este hombre es un impostor y no habla ni sánscrito, ni tibetano”. Me dice: “¿le consta?”.“Por supuesto que me consta”. “¿Lo conoce?”.“Creo conocerlo, soy yo”. Entonces, me dice: “o sea, ¿tú eres él?, ¿él es tú?, ¿tú eres Enrique Servín?”

Edith: Hay lugares que Enrique Servín ha visitado, donde practica los idiomas. Dice que le gusta mucho ir a Los Ángeles, por ser una zona políglota y multicultural.

Servín: Conviven más o menos de manera armoniosa los mexicanos, norteamericanos, anglonorteamericanos, de origen afro, japoneses, vietnamitas, cambodianos, árabes, israelitas, iraníes, samoanos, mucha gente de islas del Pacífico. Entonces, tú te puedes ir haciendo un recorrido por los barrios de Los Ángeles y es como si recorrieras el mundo en pequeño. Disfruto mucho esos lugares donde las culturas conviven sin llegar a desaparecer, que es lo que yo temo en el futuro. Los procesos de estandarización a los que nos está conduciendo la globalización económica van a desembocar también en procesos de globalización cultural muy graves, que van a representar una pérdida terrible para el patrimonio cultural lingüístico civilizatorio de la humanidad.

Edith: También debe de haber probado una variedad de platillos de distintas nacionalidades.

Servín: Me das en mi pata de palo: me gusta muchísimo la comida. Casi toda la comida me puede gustar en determinado momento. Me gusta la comida mexicana, pero no la comida mexicana común y corriente, es decir, a la que estamos acostumbrados a ver en los restaurantes, sino, más bien, la comida mexicana de ciertas regiones, por ejemplo, la comida de Oaxaca. Esos moles negros maravillosos, suntuosos, de colores casi fosforescentes; la comida yucateca que es muy sutil, muy compleja, se basa en juegos delicados de equilibrios y de contrastes muy fuerte; la comida árabe, específicamente la comida de la región que comprende Siria, Palestina, Líbano, es una comida muy sofisticada y muy rica. La comida iraní me gusta muchísimo, la comida de la India es fascinante, la comida japonesa también me gusta mucho, la comida etíope, que es muy poco conocida aquí, y que es una de las comidas yo creo más interesantes y sorpresivas que pueden haber.

Edith: ¿Cómo es la posición de un poeta ante la lectura? En una casa de dos habitaciones llenas de libros. Nos dice que leer es siempre incómodo, estando sentado, acostado, parado, o inclinado; pero comenta que, aunque el hecho físico de la lectura puede ser pesado, te lo compensa el viaje al que te hace propicio. Y nos habla del concepto que tiene acerca de los libros.

Servín: Me he acostumbrado a ver los libros también como objetos bellos, hermosos. Los forro; a veces, cuando veo que hay nubes, saco bolsas de plástico, los cargo con mi bolsa del doctor Chapatín, por eso me he ganado esa fama; pero es una fama bien merecida. Soy un maniático con los libros, no me gusta que la gente los toque, les doble las páginas, les deje las huellas con chocolate. Todas esas cosas me molestan.

Edith: Menciona que la literatura es vastísima, al igual que la poesía; que hay muchos autores que vale la pena leer: más de los que puede uno leer en el transcurso de su vida. A él le daría culpa nombrar unos pocos porque dejaría a otros fuera, sin embargo, nos indica autores como Sor Juana Inés de la Cruz, Omar Khayyam, poetas chinos, etc.
Imaginamos la forma en la que trabaja un poeta, pero nos gustaría acercarnos un poco a la realidad, o saber en qué momento decide que está terminado lo que ha escrito.

Servín: Cuando un poema no me gusta, ni lo acabo, ni lo doy por terminado, sencillamente lo desecho. Como ahora escribo por computadora, más bien pones borrar y ya, se va al espacio sideral. Es decir, cuando pongo punto final a un texto es porque en ese momento me gustó, pero conforme pasan los meses y vuelvo a releer lo que he escrito, me deja muy insatisfecho, no lo borro igual porque ya trabajé en él, ya lo escribí, y de alguna manera algo tienes que hacer con él que no sea borrarlo, pero por la misma razón he publicado poco, o casi  no he publicado. No tengo libros, he publicado en antologías y en revistas, porque soy demasiado crítico con lo que escribo.

Edith: Parte de su experiencia consiste en la coordinación de varios talleres literarios en el estado de Chihuahua, de los cuales surgieron poetas destacados. Cuenta que el más fructífero fue aquel que coordinó a finales de los noventas y que es un taller del que salió gente como Daniel Espartaco Sánchez, Gabriela Borunda…

Servín: Creo que fue un taller muy interesante, se dieron muchas condiciones favorables. Yo tenía mucho más vigor en aquel tiempo para transmitir quizá ese entusiasmo por la poesía, porque los talleres no sirven para que aprendas a escribir: los talleres sirven para que adquieras un entusiasmo por el tema, por el oficio, para que adquieras una pasión por la escritura, y creo que ese taller, en ese sentido, no fue infructuoso, se formó un grupo interesante, productivo.

Edith: Actualmente, Enrique Servín es jefe del Área de Etnias en el Instituto Chihuahuense de la Cultura, donde se encuentra realizando un proyecto sobre el cual nos ha platicado.

Servín: Las comunidades minoritarias del estado, o pueblos indígenas, son transmisores, de generación en generación, de un bagaje muy rico de cuentos, leyendas, narraciones, mitos que conforman una literatura, aunque la mayoría no lo perciba de esa manera. La gente cree que son pueblos sin literatura; tienen una literatura, pero no es una que se transmita a través de los libros y de la palabra escrita. Es una literatura que se trasmite a través de la memoria colectiva. Es muy interesante ver qué mantiene esos textos a través del tiempo y las generaciones, y ver cuáles son los cambios y por qué esos cambios logran incrustarse en los textos de una generación a otra. Eso es lo que yo estoy haciendo actualmente: registrar a través de las grabaciones y después a través de transcripciones, y a través de un análisis no tanto lingüístico como de tipo filológico, es decir, de tipo textual: ver los textos, qué dicen cuáles son las leyendas, qué mitos tratan, qué relación pueden indicarnos esos mitos en el contexto de las literaturas del noroeste mexicano, es decir, si hay mitos que los tarahumaras comparten con los yaquis, con los mayos, con los tepehuanes, apaches, que sé yo. El ver todas esas relaciones te puede indicar mucho sobre la historia de la tribu y sobre la ideología central de una cultura, porque un mito, un cuento de hadas, te dice muchísimo sobre la ideología medular de un grupo analizado a diferentes niveles. Entonces, lo que estoy haciendo ahorita son primero documentarlos, y luego analizar.

Edith: De sus metas y propósitos también nos ha hablado.

Servín: A lo largo de mi vida he sido muy malo para lograr mis metas, pero sí, por supuesto, hay cosas que sería importante que pudiera hacer en los años que siguen. Nunca sabes qué sigue, evidentemente la vida es frágil, no sabes cuánto tiempo vas a vivir, ni tampoco sabes cómo vas a vivir. A lo mejor al rato me cambio de ciudad o de trabajo, y cambian mis prioridades o mis metas. Por lo pronto, yo quisiera concluir este trabajo de recopilación de análisis de la tradición indígena, por lo menos a un nivel básico, es decir, pulir las diferentes etnias. Otra de mis metas sería la de terminar un par de libros que tengo pendientes, que tengo casi listos, casi completos, pero que les falta ser revisados y, después, ver la posibilidad de que se publiquen.

Edith: Nadie nos puede decir con mayor certeza cuál es la situación de la literatura y de la cultura en nuestro estado, si no es precisamente alguien que se encuentra en el medio, alguien que lo vive todos los días. Enrique Servín nos aporta su punto de vista.

Servín: La situación de la literatura en el estado de Chihuahua es muy ambigua. Si nos comparamos con lo que fue Chihuahua hace veinte años, estamos muy bien ahora, es decir, ahora hay fenómenos que no había antes. Tenemos gente que está escribiendo, bastante calidad en el área de la poesía, en el área de ensayo y en el área de novela. No tenemos politistas, por ejemplo, es una de nuestras grandes carencias; pero tenemos esos otros géneros en los que hemos destacado, y podemos llegar a destacar. También tenemos un sistema editorial incipiente, pero que ha estado funcionando. Ahora, la Universidad Autónoma de Chihuahua está publicando libros de literatura chihuahuense, el Instituto Chihuahuense de la Cultura tiene un sistema bastante desarrollado de publicación de libros de literatura chihuahuense, pero todo esto es relativo, es decir, está muy bien si lo comparamos a como estábamos antes; sin embargo, si nos comparamos con entidades donde el desarrollo literario tiene más tradición, como es el centro de la república, quizá el área de Monterrey, vemos que todavía falta mucho. Tenemos pocos escritores, tenemos carencias muy evidentes: no tenemos muy buenos cuentistas, son muy pocos, la gente que escribe cuentos es muy poca y no tenemos la misma calidad que tenemos en el área de la novela o en el área de poesía. Necesitamos consolidar esta actividad típica en el estado y, desafortunadamente, estamos viviendo una época muy poco propicia para que ese movimiento se desarrolle y siga prosperando o consolidándose. ¿Por qué?, por la situación económica y política que ha generado la crisis. La cultura no es un lujo, la cultura es la vida espiritual de una comunidad, la cultura te está expresando hacia dónde ha ido la experiencia interior de una comunidad, qué es lo que sueña, qué es lo que piensa, qué es lo que anhela, cuáles son las preocupaciones y cómo las maneja y procesa, emotiva e intelectualmente, toda una comunidad. La literatura es eso, y es también la expresión de eso, es decir, es la muestra de todo ese proceso. A mí no me dice mucho la conquista española, pero sí me dice mucho la poesía española, la arquitectura española o la poesía indígena. Ahí es donde yo realmente penetro en el espíritu de esos pueblos, no a través de en qué año llegaron y quién le disparó a quién. Eso no me dice mucho sobre su verdadera naturaleza como comunidades. Lo que me dice mucho es qué estaban escribiendo, cuáles eran sus preocupaciones. Por eso, no debemos pensar que la cultura es un lujo, es el reconocimiento de las esencias más íntimas y más santas del tránsito humano.

Edith: Siguió hablándonos de la crisis económica en la que vivimos, acerca de que solo unos cuantos somos beneficiados, puesto que la mayoría tenemos que sacrificar siempre algo.

Servín: Hay que reconocer que vivimos en una sociedad donde las humanidades no son remuneradas desde el punto de vista económico. Se ve con cierta desconfianza al escritor o al artista, al poeta; se hacen comentarios siempre burlescos al respecto. Por ejemplo, se dice: “hay más poetas que piedras”, lo cual es una idiotez. Se les hace mucho que unos cuarenta o cincuenta poetas publiquen poemas en una antología. No se dan cuenta, por ejemplo, de que en Chihuahua hay más asesinos, es decir, hay más gente pagando una condena por homicidio aquí en el Cereso local, que poetas que hayan publicado en una antología. En eso se fijan, es decir, hay  una especie de cultura de la anticultura. Vemos con desconfianza la cultura, la mayoría, todavía, en ciertos niveles, por supuesto.

Edith: Por eso, antes de despedirse con una de sus sonrisas y un apretón de manos, después de habernos permitido entrar en un pedacito de su mundo, también realizó un último comentario para alentar a aquellos que se encuentran transitando en el camino de las letras y las artes.

Servín: Una persona interesada en las Humanidades no debe fijarse en esto, ni en la desventaja económica, ni en que va a tener que luchar un poco a contracorriente. La ventaja primordial y la recompensa primordial que te dan las Humanidades es la de acceder a ellas, es su compensación. ¿Por qué?, porque implican calidad de vida. La calidad de vida no te la da solamente el dinero, la calidad de vida te la pueden dar mil otros factores. Tú puedes tener mucho dinero, pero si vives en un ambiente agitado, inseguro, tensionado, deprimente, no hay calidad de vida. Las Humanidades te dan calidad de vida, el acceso a la poesía es acceder a una de las formas de felicidad, como dice Borges, es una forma de felicidad que está allí, que es accesible para el que quiera llegar. No es que sea elitista, es elitista en el sentido de que requiere que tú te acerques a ella, ella no va a llegar a ti: tú eres el que te tienes que acercar hacia ella, aprender sus códigos, manejarlos, y una vez que ya te acostumbraste a ese lenguaje, vas a ver que reditúa y que va a significar algo importante en tu vida.
 Año 2004




 
Edith Mora Ordóñez escritora, investigadora y profesora de literatura, es doctora en literatura y comunicación por la Universidad de Sevilla, Programa Interdisciplinar en Estudios Culturales; licenciada en letras españolas y en ciencias de la información por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Fue ganadora ex aequo del XXVII Premio de Escritores Noveles de la Diputación de Jaén (2017). Es autora de los libros Las alas doradas de Bruno Schulz (Armas y Letras, 2016) y Lugares para huir de la oscuridad. Espacios absolutamente otros en torno a la guerra (Diputación Provincial de Jaén, 2018). También co-editora del libro Afpunmapu/ Fronteras/ Borderlands: Poéticas de la frontera Chile-México (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2015).

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