sábado, 11 de julio de 2020

Fernando Suárez Estrada. Colosales obras de teatro, a la luz de lámparas de petróleo, en San Antonio de Arenales

Belisario Chávez Ochoa

Colosales obras de teatro, a la luz de lámparas de petróleo, en San Antonio de Arenales

Por Fernando Suárez Estrada

In memoriam
Señores Luisa Quezada Ramírez y Belisario Chávez Ochoa.

A las familias de ayer, hoy y siempre, de almas sencillas y corazones gigantes, del Ejido Cuauhtémoc, antes Ejido San Antonio de Arenales.

A los cuauhtemenses de espíritu, aliento y viveza.

Con todo respeto.

Lunes 23 de febrero de 1925. ¡Frío-cala-huesos!  ¡Aplausos-calienta-conciencias!
La pequeña Arminda, con una canastita llena de estacas, ayudaba a su padre, soñador y servicial líder, Belisario Chávez Ochoa, a colocar aquellas en las justas medidas que un ingeniero de nombre Daniel Rico fijaba, en forma precisa, mediante mojoneras de piedras bañadas en cal, asignadas de acuerdo a dimensiones establecidas por una cinta métrica de tela, alrededor del recién aprobado Ejido San Antonio de Arenales, ¡para mucho orgullo el primero en el Estado de Chihuahua!, cuya dotación presidencial de más de cuatro mil seiscientas hectáreas se ordenó seis meses antes, o sea, el 28 de agosto de 1924.
Todo se hacía en perfecto orden y al respecto vigilaba también los trabajos técnicos del líder agrarista y su hermosa hija Arminda un supervisor de la Comisión Nacional Agraria, ingeniero Enrique M. Soria, quien tenía el encargo del presidente Álvaro Obregón de mediar entre los intereses de la justicia, buscada por los lugareños, y las propuestas que ofrecían los hacendados en liquidación –Casa Zuloaga Hermanos–, por conducto de su abogado Guillermo Porras Mendoza, concentrado este en las circunstancias de imperantes cambios nacionales, en las vanguardistas normas agrarias y en el razonamiento sensato con las familias campesinas.
―¡Arminda, mira quién apareció:  Tu amiga la pastorcita acompañada de sus inseparables y bulliciosos dinosaurios voladores!
Los recién llegados fueron recibidos con abrazos y besos y se ofrecieron inmediatamente a ayudar a Armindita y a su padre en la ubicación de estacas, conscientes que era un trabajo que urgía y que se requerían manos y alas revoloteadoras extras para avanzar más rápido.
Los ingenieros se atragantaron con la bebida de pinole que disfrutaban en ese momento, al ver y oír los aplausos de aquellos aletones fulgurantes. Y en un gesto amistoso –sonrisas forzadas de por medio–, ofrecieron a los recién llegados sorbos de ese atole espumoso y dulce.
Todo mundo paladeó lo servido en sendos tarritos de barro con dibujos ¡de dinosaurio!
―Bueno, compadres. Les encargo a mi niña ―dijo don Belisario a los quetzalcoatlus recién caídos del cielo y a los ingenieros despeñados, al parecer, desde las faldas de los volcanes del centro del país―. Ahora debo ir con mi esposa Luisa para ayudarle a colocar lámparas de petróleo en nuestra bodega y montar escenarios para dos obras teatrales que prometió exhibir y dirigir en el rancho para sorprender a los ejidatarios con los pensamientos de progreso y justicia que escribió don Ricardo Flores Magón en 1916, y que se llaman Tierra y Libertad y Las Víboras. El 30 de diciembre de ese año –aclaró carraspeando– se estrenó la primera en Los Ángeles, California, donde estaba exiliado el artista revolucionario, y luego se dramatizaría en el puerto de Tampico, en septiembre de 1917, en nuestro país.
―¡Ah! ―subrayó por último don Belisario―. Y al rato que empiece a pardear la tarde, allá los espero! ¡A todos! ―indicó señalando en forma directa a los boquiabiertos personajes alados.

*

Doña Luisa Quezada Ramírez, convencida de lo importante que era para el corazón de su pueblo la difusión de las causas justicieras, encendió los ánimos de los presentes y los alentó a participar en una –por lo pronto– de sus consentidas obras de teatro, escrita con mucha sencillez y pasión por su autor, diciéndoles que Belisario y ella también intervendrían y que todo lo que se tenía que hacer era, primero, quitarse lo chiviado; segundo, actuar con toda naturalidad y, tercero, echarle sentimiento del bueno a los sombrerazos, gritos y las lágrimas de pasión libertaria que la obra planteaba ante quienes la apreciarían.
―El teatro ―describía la entusiasta activista― es la mejor confidencia sentimental de la belleza y el dolor y siempre se hunde hasta la médula de cualquier alma dulce, cabal y justa.
Y frente a ella ¡había puras gentes d’esas, sí señor!
Ocho años después de haberse presentado aquellos melodramas vibrantes y justicieros en suelo patrio, ahora tocaba a la adorada Matria –tierra madre de todos– homenajearlos y encenderse con sus significados. Por lo pronto, se abriría el telón sanantoñito con Tierra y Libertad.
La bodega, que tenía en la parte del techo laminado dos piezas de plástico transparentes, que permitían la entrada de la luz del sol y de los rayos de luna hacia el interior, dejó ver a los ejidatarios, actores y espectadores, a dos dinosaurios voladores que suavemente movían sus alas y cachetes con el efecto de mantenerse flotando y atentos ante lo que vendría a continuación en aquel improvisado foro que tenían a la vista. Sus sonrisas y pestañeos alegraron a todos.
Y del desarrollo de
Tierra y Libertad se escucharon las voces de la indignación y del esperado y exigido reconocimiento decoroso al campesino:

MARCOS (Rascándose la cabeza). El administrador me dijo esta mañana que ya debo a la Hacienda doscientos treinta pesos, porque los ciento setenta y cinco que debía mi difunto padre me los han cargado a mí. (Escupe con rabia y grita). Rosa, esto es ya insoportable y tanta injusticia tiene que terminar.
ROSA (con convicción). Sí, tiene que terminar.

(En el transcurrir de la obra, sus impresionados asistentes murmuraban entre sí elogios a la excelsa dramatización de las escenas de luchas por la defensa de la dignidad campesina. ¡Y qué epílogo se les incrustó en las sienes!):

MARCOS (Se inclina y coloca la cabeza de Rosa sobre sus rodillas). (Con tristeza) ¡Está muerta! (La besa). ¡Ha dejado de ser esclava!  (La estrecha con ternura). Dentro de pocos minutos estaré contigo.

Los privilegios de la burguesía
aniquilemos con brazo tenaz.

No quede en pie el Estado y sus leyes
que siempre al pueblo feroz esclavizó.

La pastorcita Alma Rosa, que se sentó frente a actrices y demás ejecutantes, se sintió inspirada y en un receso emotivo se levantó y, con lágrimas en sus tornasolados ojos, encendidos por el reflejo de la llama de una lámpara de petróleo, dedicó a los presentes y a Flores Magón –el gigante opositor de la dictadura porfirista y el soñador de progreso y felicidad para los mexicanos, según uno de sus biógrafos modernos, Fernando Zertuche Muñoz–, el siguiente poema de su inspiración:

Por una vocación de rebeldía
ante la iniquidad de tu destino
yo camino contigo día tras día
yo camino contigo, campesino.

Yo sentí la potencia de la tierra
debajo de tus plantas y las mías,
y regué con mis manos las semillas
entre los surcos que delante abrías.

He esperado contigo la cosecha
de la revolución donde moriste
con una muerte inútil, contrahecha,
por las traiciones y por la ambición.

Domingos de rosario en la campiña
manos entrelazadas con cariño,
comisariados convocando a junta,
realización y paz, luz y respiro.

Porque todos los hombres sean contigo
en el logro gentil de otro destino,
porque todos los hombres de mi tierra
todos, sean tus hermanos, campesino.

Los ejidatarios y dinosauritos aplaudieron, satisfechos, decretándose un receso en aquella larga reunión de usufructuarios.
Luego ondearían sentimientos muy caladores en los corazones de todos: La intervención de los representantes de la Casa Zuloaga, primero, y del gobernador Jesús Antonio Almeida, al final, reconocerían la valía de los campesinos y vecinos de este rincón de arenales. Los primeros, además, plantearían soluciones e indemnizaciones pertinentes, respecto a las diferencias que se mantenían con los ahora sensibilizados ejidatarios, gracias al bendito teatro y a la sabiduría de doña Luisa, ofreciendo los viejos patriarcas donaciones de terrenos para viviendas, una presa, obras hidráulicas, la formación de una Colonia Agrícola y el apoyo a un justo deslinde para garantizar a todos, agraristas, menonitas recién llegados y hacendados, una paz armoniosa y duradera.
¡Buena lección floresmagonista, reconocieron todos, incorporando a los dinosauritos laguneros al júbilo. Estos recibieron las bendiciones y promesas de los presentes, para siempre convivir con el pueblo –su hermano–, por su perpetuo alborozo contagiante, brindando todos con atoles calientitos, servidos ahora en panzonas ollas de barro –para satisfacción de los reptiles– por el éxito obtenido en la cordial congregación de sanantoñitos!





Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.

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