miércoles, 22 de julio de 2020

Fernando Suárez Estrada. Unas pastorcitas norteñas y don Francisco I. Madero


Unas pastorcitas norteñas y don Francisco I. Madero

Por Fernando Suárez Estrada

Las pastorcitas y el soñador Francisco I. Madero subieron al cráter del volcancillo vestido en rosas. Al ritmo de un sol naciente, había hecho erupción estilo arco iris arrojando a la Laguna de Bustillos millones de pétalos que se balanceaban en el viento como plumas fosforescentes.
“Algo anuncian”, se decían las niñas-trenzas-de-azabache y el azorado revolucionario, este con su herido brazo derecho en cabestrillo.
Al acompañar a las inocentes y dulces pastorcitas, el espiritista Madero intentaba alcanzar la comunicación mística con las almas rarámuris del cielo estrellado que, afirmaba, le hablarían, a través de los aullidos de los coyotes, sobre la mejor manera de luchar con sabiduría por la justicia y superación de todos sus hermanos mexicanos.
La pastorcita Alma Rosa sonrió y anunció con ternura a los presentes:
―La Esperanza, ese es el mensaje. Llegó la esperanza al corazón de nuestro México empobrecido e inquieto.
Ese dardo al corazón, la esperanza, impactó al hombrecito ojeroso aquel con barbas de apóstol.
Inspirada, la niña dedicó su canto –con acento de soldadera enamorada–, a la lava petrificada, a los dinosauritos voladores, al sol de los milagros diarios, a la luna de oro y sus hermanas las estrellas, al rizado oleaje lagunero, a las ardillas, a cerezos, álamos, gatuños, luciérnagas y demás seres vivos que la escuchaban.
Recitó ardorosamente:


En un lugar del camino
recobraré la esperanza,
en este mundo plural
que para todos alcanza.

Me iluminará la estirpe
de mis hijos y sus hijos
y las almas, luminarias,
de los amigos hermanos.

Hermanos negros, azules,
rojos, blancos, amarillos,
Mundo, familia sin fin,
cerros, valles, animales.

Me iluminará el recuerdo
de imágenes siempre amadas,
de almas grandes que pueblan
de grandes anhelos mi alma.

Porque mi destino humano
de razón determinada
solo termina con Dios
y Dios amor no termina.

El Dios hermano prendió
en un lugar del camino
las luces de la esperanza
que nunca se me perdió.


Y don Francisco Ignacio (o Ygnacio) Madero González, bajando a trompicones el rosado volcán, llegó agitado y sonriente a la elegante sala de la mansión Zuloaga, construida en lo que antes fue una cueva de oso, y platicó lo sucedido a su tío Alberto Madero Farías y a la esposa de este, María de la Luz Zuloaga Irigoity (una de las herederas de tal edén terrenal, junto con sus hermanos Martha, Carmen, María y Leonardo, rincón privilegiado por la naturaleza con la majestuosa presencia de aquel volcancillo sonrojado y de su musical laguna, arrullada siempre con los murmullos afectuosos de dinosaurios planeadores y mamuts).
Y en este venteado paraje se integraría formalmente el “primer ejército maderista, con dos mil hombres” y pastoras revolucionarias, sumándose a los mismos Pancho Villa y Pascual Orozco. (1)
En este paraíso, con la presencia e influencia del reformista Madero, “hasta los terratenientes eran villistas”. (2)
Y don Francisco conocía esta curiosa y original afinidad de sentimientos.  Doña María de la Luz “se acercaba  frecuentemente a Villa... a interceder por uno u otro sacerdote que había caído bajo la ira de Villa, y Pancho le contestaba: ‘Aunque no le tengo miedo al infierno, si le tengo miedo a sus reproches’...” (3)
Hacendados, los Madero y un revolucionario principiante experimentaron plena comunicación.
Y de todos es sabido, en estos valles, que Villa jamás molestó a los Zuloaga en su Hacienda ni fuera de ella, “lo que sí hizo con otros latifundios, como los de Terrazas, Luján, Creel o Cuilty”, debido al agradecimiento que profesó siempre al patriarca don Carlos, que en alguna ocasión que se le detuvo dentro de su gran propiedad no lo entregó “a las garras asesinas” de la acordada, con lo que le salvó la vida. (4)
Aquel don Alberto Madero tenía adoración por su esposa, y su talento lo llevó a ganarse la confianza de su familia, que lo nombró administrador de la Hacienda de Bustillos y, en su momento, dio cobijo, por dos semanas, a su sobrino Francisco I. Madero en tal lugar, donde se recuperaría de aquella herida sufrida en Casas Grandes el 6 de marzo de 1911, conocida por las pastorcitas esa  madrugada que volaron flores, ideas y sueños en el volcancito ranchero.
Según Máximo Castillo, nombrado por Madero “su jefe de escolta” tres semanas antes, es decir, el 11 de febrero de 1911, su quijotesco jefe decidió visitar “Ciudad Guerrero”, el primero de abril siguiente, donde pronunció un discurso y “lloró al presentársele un grupo de viudas enlutadas porque sus maridos habían muerto en Cerro Prieto, al comenzar la revolución. Volvimos a Bustillos y el día 10 (de abril) marchamos a Juárez...” (5)
Al regresar de Guerrero, don Panchito, como también se le conocía afablemente, se detuvo en San Antonio de Arenales a saludar a sus amigas pastorcitas, las que a coro le dijeron: “La esperanza nunca muere, señor. ¡Vivan sus sueños, viva su lucha por los débiles de México!”
Y, cargado de ánimos, al llegar a la Hacienda de Bustillos, ese mismo día su inspiración lo llevó a escribir el siguiente decreto, valorando la penosa situación de los trabajadores mexicanos:
“Art. 1o. Queda prohibido en la República imponer contribución alguna a toda clase de obreros y trabajadores del campo.
Art. 2o. Inmediatamente después del triunfo de la Revolución, el gobierno provisional enviará este decreto a todas las legislaturas de los estados”.  (6)
El defensor de la esperanza democrática, en alas de espíritus dinosaurescos, se elevó del Casco de ese foro hacendario y voló al lado de corazones ilusionados, a consumar la gesta heroica de liberar a México de la dictadura...


(1) Castro, Pedro: Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua. Crónica de su Fundación. UAM, México, 2000, pág. 22.
(2) Aboites, Luis: Norte precario. Colegio de México; expresión de don Victoriano Díaz, en su época Cronista del Municipio de Cuauhtémoc, edición 1995, pág. 133.
(3) Taibo II, Paco Ignacio: Pancho Villa. Editorial Planeta Mexicana, S. A. de C. V., 2006, pág. 250.
(4) Castro, Pedro. Op. Cit., pág. 23.
(5) Vargas Valdés, Jesús: Máximo Castillo y la Revolución en Chihuahua. Nueva Vizcaya Editores, Chihuahua, 2003, pp. 138, 145 y 146.
(6) Almada, Francisco R.: La Revolución en el Estado de Chihuahua, tomo I. Talleres Gráficos de la Nación, 1964, pág. 218.





Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.

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