domingo, 5 de julio de 2020

Fernando Suárez Estrada. Cuando los dinosauritos voladores se acariciaron las mejillas


Cuando los dinosauritos voladores se acariciaron las mejillas

Por Fernando Suárez Estrada

El sol se acostó a dormir sobre el colchón azul de la Laguna.
La luna, sentada en su jardín de estrellas, comenzó a iluminar el valle y un aleteo musical de dinosaurios se acercó a los alamitos de aquel manso arroyo.
Se acomodaron en el nido más alto y disfrutaron la brisa y el bullicio humano que los animó a perderse en miradas de ensueño y a acariciarse tiernamente sus cachetes ruborizados.

*

San Antonio de Arenales no dormía. El frío comenzaba a huir al levantarse las grandes fogatas de leñería de pinos hasta el cielo. 
Los rancheros agraristas sabían que al día siguiente los visitaría el gobernador y fedatario principal del estado, coronel Jesús Antonio Almeida, para oficializar constancia de clausura de los trabajos de la reunión de usufructuarios del Ejido San Antonio de Arenales, que habían iniciado tres días antes con la participación, durante su puntual y polémico desarrollo, de personajes que tuvieron siempre puesta su mira en el mejoramiento de la convivencia pacífica de familias pluriculturales y ejemplares de este rincón del universo.
Así, en el cálido salón de sesiones del Pueblo, a la luz de lámparas de petróleo y veladoras, siendo las veintiuna horas del día 23 de febrero de 1925 –según reseña la acta correspondiente–, habla el gobernador exaltando los hechos de aquel peregrinaje de sabidurías, habiendo comparecido también como testigos de honor a esa reunión de resplandores nocturnos el secretario particular del titular del Ejecutivo, Jesús Meraz; Anastacio Tena y Ventura Comadurán, mayores de las fuerzas del Estado; los diputados locales Jesús Prieto Becerra y José T. y Lozano; el ingeniero Enrique M. Soria, asesor técnico de la Comisión Nacional Agraria; los representantes legales de los herederos Zuloaga (Víctor Muñoz y el abogado Guillermo Porras Mendoza, quien en su momento fuera secretario particular del gobernador Enrique C. Creel y asesor jurídico del latifundista don Luis Terrazas. Por cierto, su sobrino, Guillermo Porras Muñoz, fue sacerdote e historiador con reconocimiento nacional. Este nacería en 1917, cinco años antes de la llegada de los menonitas); representantes de rancherías y pueblos vecinos (Delfín García, de las rancherías de Dolores y Ojo Caliente; Estanislao García, de la de Napavechic); don Pedro R. Quezada, presidente municipal (sic.). En realidad, don Pedro fue presidente de la Sección Municipal, y el pueblo formaba parte entonces del Municipio de Cusihuiriachi; los integrantes del mencionado Comité Particular Administrativo del Ejido San Antonio de Arenales, señores Belisario Chávez Ochoa, Pedro Baray Guevara (a la postre, primer presidente municipal de Cuauhtémoc), Romualdo R. Sánchez, Epigmenio Chávez, Fermín Ochoa y José Rodríguez, presidente, presidente suplente, primer vocal, segundo vocal, primer vocal suplente y segundo vocal suplente, respectivamente, y los jefes de los Campos Menonitas, que aparecen como presentes en el acto al inicio de la redacción del documento sin mencionarse sus nombres en el mismo.
Queda claro que todos trabajaron por la meta de lograr un sabio deslinde del pueblo para salvaguardar la integridad de las propiedades comunales y jacales privados, las llanuras que garantizaban leche, carne y dividendos a los hacendados y las tierras coloradas vendidas por la Casa Zuloaga a los laboriosos agricultores de mezclilla hasta los hombros, que serían germinadas, tarde o temprano, con los lustrosos maizales y las doradas avenas que proyectaron plantar los bonachones menonitas, desde tiempo atrás, en sus sueños canadienses una vez que se establecieran en el México quijotesco y fraterno.
El pinole, machacado y endulzado con azúcar morena, por las mágicas manos de las tarahumaras de endiosadora belleza atlante, compañeras y esposas de muchos enamorados agraristas, de algunos idealistas señoritos de Bustillos y ¡también de deslumbrados menonitas!, estaba casi en su punto para ser paladeado.
Sin duda, ese día de pactos básicos quedaría grabado en la memoria de la Matria hermosa donde todos cabían.
¡Y en la propia historia de la humanidad y sus valores excelsos!
Aquellas parejas suspiraban, hipnotizadas por las cenizas rojas de las hogueras, y se acariciaban las mejillas con suavidad y ternura.

*

Una quisquillosa inquietud, sin embargo, se hizo presente en ese valle pinolero: ¿Y si alguna debilidad se atravesaba en el camino de todos y echaba abajo las ilusiones de vivir en paz y armonía?
Entonces, dos vocecitas platicadoras y alegres se dejaron percibir entre ramas y alboroto.
¡Era Dios, sonriente, acompañado y tomado de la mano de la india pecosita Alma Rosa!
Aquel descalzo ojos indianos, ahora con koyera en su cabeza, pantalón de pechera y mirada angelical, le cedió la palabra a la niña y ésta canturreó:

... repentinamente,
los enamorados –sin explicación
o con argumentos–,
sin ningún sentido
vuelven a caer
uno en brazos del otro
llenos de ilusión.

Dios alamito, Dios dinosaurio, Dios arroyito, Dios tarahumara, Dios menonita, Dios de las capillas, Dios de las tormentas, Dios pluricultural, Dios de los deslindes, Dios de las montañas, Dios de los vientos, Dios de las estrellas, Dios...  acarició los cachetes de la pastorcita y esta los de Él.
La sosobra que flotaba en el aire terminó cuando el Dios de todos dejó ver lo que sucedía dentro de su mismo pecho:
Su corazón piadoso y su alma de sedantes brazos se acariciaron sus respectivos cachetes, lo que comunicó paz y confianza a los presentes, dejándoles el ejemplo de lo que significan la sencillez y la sabiduría para convivir en armonía consigo mismos y con la humanidad.
El fruto de las mutuas caricias de mejillas externas e internas dejó valiosa herencia y un dulce sabor al terruño.
Los ecos de aquella Asamblea popular siguen animando los latidos de los corazones de todos los sanantoñitos.
Y nadie olvida lo que subrayó el gobernador Almeida, como himno a esta tierra, al magnificar en su sensible intervención arbitral que ¡nunca! había conocido la realización de tantas concesiones para alcanzar el sueño de vivir en auténtica concordia social y espiritual.
Una vez asimilada la lección, el alto funcionario cinceló con suavidad, hacia arriba y hacia abajo, sus cachetes mofletudos y luego se los pellizcó, sacudiéndolos, como símbolo de reconocimiento a ese pueblo de luz.
El silbato del tren, igualmente, pidió pinole tradicional sanantoñito a los dinosauritos voladores para llevarlo a todas las parejas del mundo como mensaje acariciador y rociador de mejillas.





Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.

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