martes, 2 de septiembre de 2014

aniela



del día que me quedé sentada,
esperando



Por Aniela Rodríguez



A Titi, por supuesto




I

nunca me he sentido más sola que el día que mi abuela dijo que iba a cruzar la calle
en veinte años yo tendría que ayudarla y aprender a seguir sus huellas
y sería yo el jinete que guiaría sus pasos
ella sería el caballo negro
que todos los días amanece mudo en el retablo
y que aprendemos a querer
con un silencio
que no se dice
ni se enseña
mi abuela me enseñó el misterio del fuego y el poder de la alquimia
cuando yo no sabía contar ni siquiera hasta el siete
adecir how are you fine thank you
mi abuela sabía que cruzar las vías es más importante que quemar las naves
por eso arrancaba las etiquetas de mis suéteres
para que nadie supiera mi nombre
para que nadie me quitara la costumbre
de contar los rieles
y derramar mi helado
mientras el tren se asomaba con recelo a nuestras piernas
mientras los caballos como tropas
se quedaban mudos
cuando mi abuela cruzaba a trompicones
y levantaba la frente
para galopar con ellos

la cicatriz en su cerebro
está quedándose
tiesa

la siguen
a pasitos
los fantasmas
de mi infancia



II

alguien me dijo
que no tendría por qué esperar
que se cerraran nuestros ojos
como catacumbas
si de todos modos
por las manos
se nos están trepando los gusanos del miedo
y nos quedamos
poco a poco
como fantasmas partidos por la ausencia
como insectos devorando el cadáver de una fruta

alguien me dijo
que nos iríamos quedando sin nosotros mismos
yo
que no conocía la historia del fuego
arranqué de tus labios una postal de la ausencia
donde escribías
que no hay nada sin lo nuestro
y que la lluvia
estaba siendo una perra
yo esperé sentada

alguien me dijo que dejara de creer en la esperanza
y tomé una enciclopedia
ahí estaba escrito tu futuro
en negritas
y una anotación que prometía
un mapa al fondo de la Atlántida
y el tesoro escondido
en las minas de tus manos

porque me quedé esperando
con una lata entre las piernas
cuando alguien me dijo
que me levantara



III

nuestros miedos son dos cometas que intentamos hacer pasar por accidentes
y que se estrellaron hace tiempo
en el jardín de casa
tienen las rodillas hechas trizas
de tanto jugar al escondite
nuestros miedos son más débiles que larvas
no tienen la ferocidad del tiempo
no saben que a nosotros nos bendice la memoria
se estrellan fugaces en las paredes
dejan costras del color de la mentira
no se caen
aprenden a volverse rémoras
nuestros miedos tienen el silencio de una procesión infinita
por donde los marchantes
no recuerdan el nombre de su santo
y tienen que colgarse una estampita al cuello
para evitar perderse entre las trampas del olvido
nuestros miedos son dos brazos inmóviles
que rezan sin tener que pegarse al cielo
y que ríen y que lloran
han aprendido a comprender la calma
escuchan, impacientes, las esquelas anatómicas
y caen fulminados
ante el monumento
de nuestras cicatrices








Aniela Rodríguez estudió letras españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua y es estudiante de la maestría en letras modernas en la Universidad Iberoamericana. Premio Chihuahua de Literatura 2013; es cofundadora y coordinadora del área de difusión y medios del Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Jesus Gardea. Ha publicado su trabajo en revistas literarias mexicanas e internacionales. Tiene en prensa dos libros: El confeccionador de deseos e Insurgencia.

2 comentarios:

  1. La muerte es galaxia donde transitan estos versos de impresionante belleza, de irónica tristeza, de sonido abstracto que de tan bien redactado relumbra como una joya.

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