jueves, 11 de septiembre de 2014

borunda





Ese día te quemé el cabello.



Por Gabriel Borunda



La luz resplandece en las tinieblas,
y las tinieblas no la dominaron.
Juan (Evangelio)



―Esa noche ocurrió algo extraño, no sé si tu lo sentiste o no, yo sí, y me desconcertó. ―Doy un sorbo a mi café y me quedo viendo sus ojos, busco un atisbo de aquella noche de diciembre, alguna nota de aquel canto machacón que acompañaba nuestro paso cansino por las calles del barrio.

Ella me mira agazapada tras el vapor del chocolate y los ruidos del niño jugando “carritos” sobre las duelas del piso.

―No lo sé, yo sentí algo extraño desde muchos días antes, cuando jugábamos en la plaza y me caí sobre ti y quedamos abrazados en el suelo y ni las carcajadas de los demás me sacaron de ese estado de perplejidad.

Ella recordó las prohibiciones de tocar y dejarse tocar por un muchacho. No pudo evitar ponerse roja.

―Sí, pero esa noche, hubo algo nuevo, tú tenías un olor que nunca había sentido, que me intrigaba y me extasiaba, no era bueno ni malo. Supe que ese olor nada más yo lo percibía.

Vio al niño.

―Es mi nieto, tiene cuatro años, nació de mi hija menor, Ursula, que me sigue atosigando por ese nombre, es difícil decirle que tú me enseñaste a bucear en Los cien años de soledad.

Las manos enguantadas estaban cubiertas por un redondel de cartón que impedía que la cera derretida cayera sobre los guantes o sobre las manos desnudas en algunos casos. Mal seguíamos el paso y el canto de quienes cargaban los peregrinos.

Sonrió, el recuerdo le inundo la cara, los ojos rieron más que su boca, Volteó y me espetó: ya menso, me sacas el tenis. Las risas, oídas por la catequista provocó el regaño ¡Es él! Recordó cuando lanzó la acusación y vio mis orejas a punto de partirse por el frío y el pellizco.

Ese día el agravio de la risa fue mayor que el jalón de orejas, lloré y no supe porque no era la primera vez que me jalaban las orejas y el frío no era tanto.

Ella se dejó llevar por la ternura de esas lágrimas derramadas hace 40 años y como entonces sintió algo dulce en la boca del estomago, un vahído que no producía nausea pero sí un sabor amargo y dulce y supo que jamás lo podría explicar.

Recuerdo bien su llanto porque era el mío, y nos sentimos idiotas y nos dio coraje, todos reían y nos odiamos como los heridos de la guerra que no saben por qué pelean pero saben de la obligación de odiar al enemigo.

El ora pro nobis subía por el aire presagiando el final de las piñatas en la casa de Doña Pachita, las luces de las velas vistas desde la azotea de la escuela, a la que algunos habían trepado por las higueras, eran un revoloteo de luciérnagas en pleno diciembre.

Pero yo, desde abajo, solo veía que él me veía y que ninguno atinaba a la coherencia, la catequista los bajó y de nuevo quedó atrás de mí en la procesión.

La observé y ella miró desde sus canas de cincuentona las mías y se rio como hacía cuarenta cuando caminábamos atrás de los peregrinos.

Ella sonrió, el viento frío del invierno se coló en el café mientras alguien abría la puerta. El niño se remolineó en el piso.

Recordé que al llegar con Pachita los de atrás empujaron y con mi vela le quemé el pelo, eso no era nuevo, sucedía cada año en las posadas, pero ella esperaba que yo no fuera.

Vivió el grito y el olor a pelos chamuscados y tomó la determinación: nunca lo besaría.

―¿Sabes yo nunca supe si era amor lo que sentía? Pero tenía muchas ganas de darte un beso, es un beso que se fue.

Antes de levantar al nieto, sonrió con coquetería luego preguntó:

―¿Crees que se vería mal si nos besamos hoy en la posada?

―No creo, yo soy divorciado. Y tú, viuda.






Gabriel Borunda Olivas es licenciado en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua y maestro en filosofía por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Entre sus libros publicados hay estos: Asesinato en la biblioteca, Para empezar a escribir y La lectura de los jóvenes en Chihuahua.

1 comentario:

  1. Este cuentista es un clásico de Chihuahua, su reflexión siempre sabia está construida con un caudal muy vasto de información, una ternura maravillosa y la ironía más certera que se ha visto por estos lugares.

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