martes, 30 de septiembre de 2014

La inmortalidad sentencia de sufrimiento. Martha Estela Torres Torres

La inmortalidad sentencia de sufrimiento
           


Por Martha Estela Torres Torres



A los veinte años me sentía atractiva naturalmente; después, con el transcurso de los años, surgió un deseo persistente de conservar en lo posible mi juventud. Emprendí una lucha titánica contra el tiempo para evitar a toda costa el proceso de envejecimiento; activé las actitudes positivas y los ejercicios adecuados para sostener la tonificación de los músculos y la firmeza de la piel, rechacé toda clase de alimentos inútiles, mantuve una vigilancia estricta en la báscula, alcancé a nadar hasta cinco kilómetros diarios y después fui incrementando el entrenamiento con rutinas de pesas.

Evité el cigarro, el vino; en mi dieta no faltaron las vitaminas y los minerales. En esa batalla campal me sostuve mucho tiempo. Pero comprobé que la juventud no es eterna, y por más que se persista en el embate contra la naturaleza, son en vano los esfuerzos por conservar la fragancia de la piel y la sedosidad del cabello. Y aunque sé que todo cae bajo el peso gravitacional del tiempo, por momentos creía detener la lenta devastación de mi apariencia utilizando los artificios del maquillaje y del peinado.

Pero los días de sol están deshidratando mi silueta, así que ahora sostengo mi autoestima alimentando también la memoria y los sueños; no quiero caer en el juego sucio de las cirugías porque ese recurso reafirma la superficialidad de las sociedades posmodernas, crean la falsa expectativa de mantener las formas para siempre mediante una fuerte complicidad con el bisturí.

Muchas mujeres ahora viven presas de la depresión porque la falacia estética les ha secado el alma al comprobar decepcionadas que los efectos de la cirugía se evaporan más pronto de lo que les aseguraron. Cuando las mujeres alteran su estado físico establecen una competencia sin fin, primero se operan los párpados, después la papada, siguen con el estómago y otras partes del cuerpo; de esta manera se someten a una infructuosa batalla corporal arriesgándose a una falla médica y a padecer el dolor y las incomodidades propias de cualquier intervención quirúrgica, para ceder según el avance el tiempo, a una resignación dolorosa que las conducirá sin remedio a la depresión o al amargura cuando comprenden la infructuosidad de su intento.

Después de analizar todo esto es necesario fortalecer el espíritu, nutrir los buenos recuerdos y la voluntad para vivir con dignidad cada etapa de la existencia. No es benigno conservar la firmeza corporal si nuestros ideales se evaporan; no vale la pena esforzarnos por conservar la consistencia de la piel si nuestros sueños se desvanecen, es preferible cultivar las semillas de la sabiduría para entender el cíclico rítmico de la vida y disponernos a danzar el vals del universo alimentando la esperanza, porque la verdadera belleza y juventud radican en el alma y no en el celofán que nos envuelve; el valor de una persona se encuentra en los rasgos de generosidad que posee, en su calidad humana, en  la disposición para aceptar y tratar bien a los demás y buscar la paz que nace de la justicia y de la abundancia, como decía Vasconcelos.

Una mujer no debe apostar todo a su cuerpo ni creer que su valor estriba en las formas esculturales de su ser, ni en la perfección de su perfil, ni en la lozanía de la piel. Estos son atributos significativos que embellecen por un tiempo, pero si no se cultiva el espíritu, la belleza externa se evapora más rápido de los que pensamos.

La belleza y la juventud que verdaderamente persiste y se incrementa con el tiempo emerge de nuestro interior y se refleja en las actitudes y actos que nos reconfortarán cuando el ciclo de la vida decline sin remedio. Mientras tanto recordemos que la vida se intensifica y se concibe más plena en el nacimiento de una flor y en la refulgencia de una sonrisa, en el dulce aroma de los niños y la claridad del alba.

La naturaleza es sabia, no se equivoca en ningún proceso. Tenemos que reconocer que el género humano no está destinado a la inmortalidad porque entonces estaría condenado al sufrimiento y ni con supremo anhelo, ni con la magia más poderosa alcanzaría la muerte.

¿Quién no ha probado el sabor ocre del dolor y quién no ha padecido las quemaduras del quebranto? Ricos, pobres, locos, sabios, cultos e ignorantes, poderosos y humildes saben lo que significa el dolor, porque todos, en determinado momento hemos sentido en cuerpo o alma el filo de sus espadas: unos, hemos sufrido el engaño; otros, la enfermedad; varios, la pérdida de seres queridos; muchos, la desilusión; la mayoría, la mordedura de la incertidumbre y todos, sin duda, la soledad y la tristeza. Si fuera posible alcanzar la inmortalidad, estaríamos destinados también a sufrir eternamente. Yesto sería el peor castigo: sostener la vida sin resistencia corporal ni mental.

Al padecer dolor es fácil entender que la inmortalidad es la sentencia del sufrimiento, es la eterna flama que nos lanzaría a rodar eternamente como las piedras del génesis.

Recuerdo que en mi adolescencia soñaba ser poeta y bailarina de ballet, después, química y licenciada, ahora que sufro y compruebo cómo el sol y el tiempo se van deslizando por mi piel, quisiera volver a ser aquella niña que jugaba con mariposas azules e inventaba sueños.


Martha Estela Torres Torres estudió pedagogía en la Normal Superior de Querétaro, licenciatura en letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Chihuahua donde también cursó la maestría en humanidades. Está incluida en varias antologías de poemas como Agua lluvia de letras y Poetas del siglo XXI. Tiene publicados Hojas de magnolia y Arrecifes de sal, libros de poemas, y las novelas La ciudad de los siete puentes y Cinco damas y un alfil además del libro de ensayo Pasión literaria. Es compiladora de los libros Veinte años de taller literario Pablo Ochoa y Seis lustros de letras. Es editora de la UACH y da clases en la Facultad de Filosofía y Letras.

1 comentario:

  1. El estilo de esta autora es una mezcla de información y reflexión en una escritura que tiene mucho de poética, un puntito de sentimental y otro de dolorosa ironía.

    ResponderEliminar