Desde la línea de
los tiros libres
Por Erbey Mendoza
Al número 9 de Los Halcones
I
A sport is a
sport is a sport
Un equipo deportivo puede ser una metáfora de lo que sea. Un amigo de la
universidad desarrolló la caprichosa habilidad de ofrecer, a quien lo pida, un speech
en el que puede relacionar cualquier cosa con el futbol en menos de un minuto.
En nuestras juergas universitarias se lo solicité alguna vez y lo escuché
hacerlo muchas otras veces con peculiar éxito. Para mí, un equipo es una
metáfora de la vida en sociedad. Si bien un jugador estrella hace la
diferencia, no puede hacerlo todo. El talento y la disciplina de un solo
individuo no pueden con el peso de su comunidad. De igual forma, hay jugadores
que, aunque pasan muchas veces desapercibidos, son indispensables para el
funcionamiento del equipo. A veces su aporte es a nivel defensivo, a veces es motivacional,
a veces ni siquiera queda claro, pero cuando no está, algo falta para jugar
mejor. Si abres bien los ojos, descubrirás que aprender a practicar un deporte
puede darte mucho más de lo que en realidad te da ese deporte.
II
La camiseta
Poder elegir es algo misterioso. La libertad muestra su lado oscuro. Es
como cuando te gusta el número 9 o el color azul: pareciera que en lugar de
elegirlos tú, el 9 y el azul te escogieron a ti. Un día, de pronto, ya le vas a
Los Lakers, al América, o a los rumanos en la gimnasia olímpica. Lo más fácil
es irle a los campeones, a los que ganan. Te sientes feliz de verlos subir otra
vez hasta volver a coronarse. Lo malo es que algún día dejan de ganar. Irle a
los que no ganan, o no han ganado, tiene un resultado distinto. La amargura de
la derrota te enseña a tener fe en las personas, a valorar la lealtad. Te
enseña también a callar. Y en el silencio aprendes a pensar y aprendes a
aprender.
III
Las faltas conscientes
Brian Doyle escribió una exquisita epifanía sobre las faltas en el
basquetbol (“the greatest of games” según sus propias palabras). En el deporte
ráfaga, dice, “puedes hacerle foul a alguien inconscientemente de
incontables maneras, por torpeza, por mala posición, por flojera, por
imprudencia, por menso, por cansancio”. Luego menciona que “Incluso puedes foulear
a alguien inconscientemente sin en realidad foulearlo”, es decir, cuando
el árbitro decide que fue falta, aunque no lo haya sido. Sin embargo, de lo que
no se habla mucho, dice Doyle, es de las faltas consientes, que
las hay “de todas las formas y tamaños y sabores”. De entre todas, mis
favoritas son aquellas que constituyen una forma de comunicación interpersonal
no verbal, compleja y, principalmente, tácita, a pesar de lo explícita de su
naturaleza: las faltas mensaje.
Hay faltas
mensaje, que son maneras sutiles y disimuladas de informar al oponente que no,
no puede andarse quedando a acampar en ese punto, y no, no puede estarte
aventando las manos y las muñecas y los brazos, y no, no puede andarte jalando
la camiseta, y sí, tú vas a dar vuelta en la esquina cuando te dé la gana
usando tu codo como palanca picuda si es necesario, y sí, tú vas a seguir
pasando por ese carril, aunque él finja y se tire al suelo con tanto drama que
la bolsa de valores se caiga junto con él, y sí, tú vas a seguirte quitando la
marca toda la tarde aunque se necesite un breve agarrón intenso en el punto del
pase cada una de las veces. (Brian Doyle, 2016. Traducción propia).
IV
La falta ofensiva
La falta consciente de quizá mayor complejidad es, precisamente, la que
Doyle omitió en su texto: el foul ofensivo. Por una parte, requiere
astucia, tacto, y una discreta, pero aguda habilidad de observación; por la
otra, exige valentía y unos reflejos velocísimos e igual de exactos. Hay que
saber observar y saber convertir en un instante la observación en acción e,
irónicamente, en inacción total. El foul ofensivo es una treta
perpetrada por un defensivo a la vez en contra y a favor de sí mismo. Es un
ejercicio que pone a prueba la concentración y la voluntad para recibir
estoicamente el ímpetu de quien trae el balón. Su astucia tiene algo de
cacería, pero también de acrobacia. Pero esta acrobacia se realiza doblemente a
ciegas: en una acrobacia en la que participan dos, ambos deben estar preparados
para la maniobra. El éxito de la falta ofensiva, en cambio, depende enteramente
de que el jugar ofensivo ignore la artimaña. Es como en una emboscada: tras el
engaño, el defensivo cae presa del ímpetu de su propio ataque, como en algunas
artes marciales. El mensaje de la falta ofensiva es de otro tipo: caíste.
V
Versus
El oponente es un aliado. El inquebrantable pacto se sella con el primer
silbatazo. En sus ojos verás todos los motivos para derrotarte, para hacerte
fallar y caer. Tu trabajo es mostrarle tu mayor respeto, el cual consiste,
paradójicamente, en no tenerle piedad ni consideración. Es un amigo que a lo
largo del partido es, como en el himno nacional, un extraño enemigo.
VI
Desde la línea de los tiros libres
El físico británico Brian Cox ha dicho que solo hay una pregunta
interesante en la filosofía: ¿qué significado tiene vivir una vida frágil y
finita en un universo eterno e infinito? Los filósofos discreparán, pero tal
vez consientan en que, si bien no es la única, sí es la más interesante y, por
ello, la de mayor intriga. Y aunque intriga e interés no son equiparables, lo
que nos interesa en la intimidad, generalmente nos resulta intrigante.
Si es la más interesante (o la única, si se
quiere hacer equipo con Cox), es porque no tiene una respuesta única y
definitiva. Es, por así decirlo, un misterio, un asunto insondable. No faltará
quién encuentre vano plantearse una pregunta para la cual no hay respuesta.
Pero podemos ignorarlo, ya que es muy probable que también encuentre futilidad
en el arte. A él podemos responderle algo parecido a lo que respondió Borges a
la pregunta “¿para qué sirve la poesía”: “bueno, ¿para qué sirve la muerte? ¿para
qué sirve el sabor del café? ¿para qué sirve el universo? ¿para qué sirvo yo?
¿para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?”.
Así, en el basket, puede decirse que encestar desde la línea de los
tiros libres constituye un misterio. Uno menor, claro, sin mayor consecuencia
para los físicos como Cox o para la filosofía en general. Hay quien dice que no
hay misterio, que es pura cuestión de mecánica. Si fuera un simple asunto de
mecánica, otra habría sido la historia para un superatleta como Shaquille
O’Neal quien, a lo largo de su carrera en la NBA, metió apenas el 52.7 % de sus tiros. Ningún entrenamiento
especializado y ultrapersonalizado pudo ayudarlo en esto.
Claro está que hay que practicar y corregir
y seguir practicando. El valor de la técnica es axiomático. Lo dijo Alfonso
Reyes: “De aquí un
gran respeto a las técnicas, un consejo de practicarlas incesantemente en todos
los reposos de la acción –de la improvisación”. Solo así, un día “el milagro se
produce: al dejar caer el lápiz, brotan los planos exactos; al dejar caer la
pluma, corren los versos bien medidos”; al lanzar el balón, el porcentaje de
aciertos se eleva (aún si estamos hablando de un 52.7%).
VII
El balón en
el aire
Ezra va a
los tiros libres. Bota el balón un par de veces. Flexiona las rodillas, calcula
el ángulo de su brazo derecho. Respira hondo: toda la parafernalia de la
técnica ensayada tantas veces en medio de los gritos del coach. Se activa la catapulta: su mano derecha y la punta de sus
dedos dibujan, en la trayectoria de su mecánica, la perfecta silueta de una
cabeza de flamingo. El balón está en el aire. Mi esposa y yo contenemos el
aliento, inmersos en ese otro misterio que es ser padre y madre.
Erbey Mendoza es doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Es profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Entre sus publicaciones están La expedición punitiva: reporte del General Mayor John J. Pershing (traducción, UACH, 2014), dos poemarios: Entorno de los días, con Víctor Córdoba (ICHICULT, 2016), y El destino en un sombrero, con Norma Luz González (UACH, 2019), además de algunos artículos de investigación en revistas nacionales e internacionales. Actualmente es miembro del Cuerpo Académico Estudios Humanísticos de la Cultura, del Sistema Nacional de Investigadores, y de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios.
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