Doc
Por Carlos Gallegos
Esta es la historia de Doc, nuestro perro
inolvidable. Nuestro Chau Chau, a quien recordamos cada día.
Veo nítidamente aquella lejana tarde al salir
del PRI, cuando se lo compré a un niño que pasó ofreciéndolo en 150 pesos.
Nunca he hecho mejor gasto.
Lo puse en una caja de zapatos, y me lo llevé
en la parte trasera del Bocho negro que traía. Lo llevé como un regalo caro de
ese feliz día.
Fue un compañero fiel, un guardián feroz, un
enamorado precoz, un peleonero invencible que a los seis meses de edad hacía
correr a los dos pastores alemanes de Carlos Gutiérrez, del doble de su tamaño.
Un
jacalero irremediable.
También fue rencoroso. Cuando alguien le
jalaba la cola, le gruñía y lo quería morder, no se le olvidaba hasta que
recibía un regaño y, avergonzado, agachaba las orejas y se metía debajo de la
cama.
Creció más de lo habitual en los perros de su
raza, pues su menú fue el nuestro. Nunca probó una croqueta. Le encantaban los
huevos fritos.
Tenía la lengua morada. Era del color de un
león, tenía la melena de un león chico.
Su
mirada era amarilla, noble y expectante, como esperando una orden, como
diciendo: "Aquí estoy. Todo está bien. No pasa nada. Yo me encargo".
Ladeaba levemente la cabeza hacia la
izquierda, pues de muy pequeño, recién ingresado al clan familiar, sufrió un
ataque de parvovirus.
Nadie le enseñó y nunca se hizo dentro de la
casa. Cuando le daban ganas avisaba con un ladrido si andaba dentro, o arañaba
una ventana si andaba fuera.
En el barrio semi despoblado, en las tardes
se escuchaba el grito de Willy llamándolo a que recalara.
Don Mere, el velador, se dormía plácido y
profundo: sabía que Doc era el mejor velador del barrio.
De ADN caluroso, gozaba metiéndose al canal
que circundaba el caserío, salía embarrado de lodo, feliz, venteando una novia
de las varias que tenía.
Una mañana que andaba en su alberca, apreciando
su estampa, dos borrachos amanecidos se lo quisieron robar.
Batallaron para agarrarlo, por lo resbaloso
del lodo en que se había bañado, y lo siguieron hasta la casa.
Al escuchar sus ladridos y arañazos en la
puerta, salimos Carlos y yo.
Ya lo habían subido a la caja de una
camioneta, pero algo vieron en los ojos de Carlos, así como la pistola en mi
mano, y dejaron mansamente que lo bajáramos, alegando tartajosos: "Nos
deberían de agradecer: Lo trajimos porque dos borrachos se lo querían
llevar".
Una
vez que se cayó mi mamá, se quebró la cadera. Junto con Riky, de cinco años de
edad, permaneció dos horas abrazado a ellos a la espera de auxilio.
Un miércoles en la noche ladró lastimero un
buen rato en una esquina de la sala. Ladró y dijéramos que lloró. Al rato me
avisaron que mi mamá acababa de morir en Chihuahua.
Concluimos, como una gran verdad, que había
venido a despedirse y que él no quería que se fuera.
Se fue haciendo viejo, y como los de su raza
no viven mucho porque sufren tanto con el calor, un mal día lo vi entrar a la
cochera caminando con pasos inciertos, y de pronto cayó en estado pre agónico.
Cuando llegué a abrazarlo, alcanzó a mirarme
con su mirada amarilla, suspiró dos veces, se estiró y cerró sus ojos fieles.
Ahí mismo le guardamos unos minutos de un
luto, que perdura, que estará siempre en nosotros.
Al rato llegaron mis sobrinos Pancho y Óscar
Flores. Óscar empezó a tratarme un asunto, más Pancho lo interrumpió,
diciéndole: "Déjalo para después. ¿Que no ves cómo están?"
Seguramente cayó en la cuenta de la tristeza que estaba viendo: el asunto lo
dejó pendiente para siempre.
Lo depositamos en una caja de cartón, lo
subimos al reducido espacio trasero del Bocho negro, acondicionado como carroza.
Lo llevamos a sepultar a un terreno rumbo a Ortiz, antes de cruzar el río.
―Si
la hierba crece ¿no se nos perderá el lugar cuando le traigamos flores? ―preguntaron.
―No ―contesté con una gran verdad―. Donde sepultan un perro siempre nace un árbol.
Al año siguiente crecía un arbolito que hoy
da sombra.
Amigo: Siempre verás a tu perro en cada árbol
que veas en tu marcha.
Carlos Gallegos Pérez es licenciado en comunicación por la UNAM, licenciado en periodismo por la UACH. Fue coordinador de comunicación social de la UACH, así como también fue coordinador de comunicación social en Gobierno del Estado, ganador del Premio Chihuahua de Literatura y del Premio Nacional INBA Novela de Testimonio. Autor de varios libros, actualmente es cronista de Ciudad Delicias.

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