El Güero Chuy
Por Gabriel Borunda
―Verás, yo no tenía mucha fe en Dios, así
como tú.
―¿Y ahora de dónde tan rezandero, mi buen? Y
usted que se las come ardiendo con lo de la ciencia y esas cosas.
―Esto que te voy a platicar ocurrió cuando
yo entré a la haischool. Me inscribí en la de El Paso, que en esos tiempos solo
tenía alumnos blancos, o mexicanos hijos de políticos. Nosotros, los del
segundo barrio, no podíamos ir ahí.
―¡Chale!
―El caso es que me daban carrillón; me
decían el pachuco, una jainita se me acercó y empezamos a platicar, güera pero
muy buena onda, no era la que más rifaba, pero estaba bonita y me surtían un
día en la mañana y otro en la tarde por ella, pero yo nomás platicaba. ¿Quién
diría que terminaríamos casados?
―¿A poco es la gringuita que vive con usted?
―Esa mera.
―También camella de maestra ¿verdad?
―Sí, en el Comunity.
―Yo no era muy religioso, ni católico ni
cristiano, pero todos los días los compas del barrio me recibían bien madreado
y estaban alistando una madriza para los güeros de la escuela. Pero un par de
compas seminaristas, uno cristiano y otro católico, nos hacían rezarle a diario
al Güero Chuy. Una tarde al salir de la Public Library ya venía para el barrio cuándo
se me aprontan como quince güeros de la escuela y me reclaman que esté saliendo
con la Katy; ni pa’onde correr. En eso se para un Chevy de colores bien acá,
deslumbrantes, como si estuviera hecho con luz y se baja un cholo chingón, muy
Zootsuit, se apea, se mete las manos en los bolsillos y empieza a darle a la
cadena. Con él andaba un tal Pedro que ya quería tundir a los anglos, pero el
Güero lo para con un ademán. El Pedro había sacado un fierrón, tremendo
machete, los otros compitas que estaban en el Chevy ya le iban a brincar, pero
con un gesto el güero los calmó.
―Les dice a los anglos: lo que quieran con
este bato, aquí conmigo. Voltea a ver los otros del Chevy y les dice: los demás
no se van a meter, yo solo tengo para todos. Billy, el jefecillo y jugador de
futbol se le arranca y todos los demás también. ¡Nombre, mi chavo! El Güero a
puras patadas, trompones, los otros ni lo veían. Allí se quedaron madreados.
―Volvió al Chevy y lo puso a dar saltos. Luego
me dijo: “Usted nomás hábleme cuando me necesite, que para eso estoy, para
apalancar a los cholos y a los paisas”. Algo me dijo de los salmos pero ya no
lo recuerdo. Ya después me dijeron: ese cholo es Dios, el Güero Chuy, en el
confiamos, él nos cuida. Desde entonces creo en Dios.
―¿Y por qué no se ha ido del barrio, mi
buen?
―Porque ahí está el Güero Chuy y yo no me alejo
de él, ni la Katy ni mis hijos.
Gabriel Borunda escribe este relato que sucede en las orillas de Los Ángeles.
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