lunes, 30 de julio de 2018

Dolores Gómez Antillón. A través de la ventana

A través de la  ventana

Por Dolores Gómez Antillón

Hacía tiempo que éramos vecinos;  por mi jardín, a través de la ventana de mi estudio, veía perfectamente la ventana de su recámara, perdón, la recámara de Esteban al que, sin hablarnos, nunca conocía tan solo por observarlo. Sabía su rutina diaria, desde su hora de desayunar hasta su horario de clases, la hora de estudiar en casa. Él aspiraba a ser un crítico literario y yo estudiaba letras, éramos cercanos en las preferencias.
Los  lunes, miércoles y viernes tenía una rutina de ejercicio, a esas sesiones mi mirada inquisitiva no faltaba nunca. Tiene un cuerpo que cualquier joven le envidiaría, medía uno ochenta y seis de estatura, blanco, su pelo rubio y ojos claros. Su cuerpo musculoso y bien torneado me enamoraba.
Así pasaba el tiempo, él sin saber que yo existía y yo cada vez más pendiente de él.
Y cada vez más enamorada.
Me excitaba cuando lo veía haciendo su rutina de ejercicios e imaginaba tantas cosas que mi cabeza estaba llena de fantasía.
Llegó el día maravilloso que el destino me  guardaba. Me encontré con él al entrar a la Facultad, fue tal mi sorpresa que mis libros cayeron al suelo, no sé si fue por los nervios o fue a propósito pero inmediatamente  me incliné a recogerlos sin pensar que él me ayudaría con una sonrisa brillante y después me tomó de la mano para levantarme y preguntó si estaba…
―Rosario  ―contesté―, bien, sí, sí, muy  bien, gracias.
―De nada. ¿Qué le parece si vamos a la cafetería a tomar algo, yo soy Esteban Valles.
―Rosario, Rosario Alvarado.
―Bueno, al menos ya sabemos nuestros nombres, vamos.
Me tomó de la mano. Inusual pero ya lo había hecho dos veces.
Llegamos al café entre una gran algarabía, alegría innata de los jóvenes estudiantes que con una euforia celebraban la entrada de las vacaciones.
Esteban y yo pedimos una malteada de fresa y sonreíamos contentos.
Me acompañó a mi casa y se dio cuenta lo cercanos que vivíamos.
―¡Ah!, ¿tú eres la mujer que todos los días ve por la ventana?
Yo sorprendida y un tanto avergonzada le contesté:
―Ees la ventana de mi estudio y a veces te veo, es cierto, pero bueno , perdona, no creí que fueras tú.
―No te apenes, yo sabía que eras tú y deseaba encontrarme contigo y ya vez el destino me puso exactamente donde pudiera acercarme a ti. Bueno ya dejemos eso y qué te parece si mañana vamos a la presa, dicen que con tanta lluvia está  casi llena, ¿te gustaría?
―Claro que sí
―Entonces a las diez nos veremos.
Toda la noche se me fue en hornear un pastel de chocolate, un pastel de carne con jamón, tocino y nueces. Enfriar el vino  blanco espumoso y alistar el mantel, las servilletas y cubiertos que muy temprano acomodé en una canasta.
Llegó en un coche rojo, nos dimos los buenos día con un beso en los labios, cosa que él preparó y que no me sorprendió.
Abrió puerta  del carro y subí apresurada.
Él iba con pantalón blanco y camisa medio transparente, dejando ver sus brazos y su torso espectacular.
Yo llevaba unos pantalones de manta blancos de los que les dicen pescadores y una blusa delgada. Yo era una muchacha bastante alta, pelo rubio, ojos claros.
Nos dirigimos hacia unos árboles que estaban cerca del agua. Nos bañaba la brisa refrescante de lluvia. Puse el mantel con los manjares, abrí el vino que serví de inmediato; lo saboreamos con beneplácito despacio mirándonos a los ojos con amor. Sí, era el amor. Empezamos a comer el pastel de carne y luego el pastel de chocolate. Me felicitó por lo que había cocinado, le gustó mucho, me dijo.
Servimos otra copa de vino y nos recargamos en un árbol que sirvió como cómplice de nuestros deseos, ya bastante excitados. Me tomó por el cuello, beso cuidadosamente mis labios, el cuello, las orejas, al mismo tiempo que yo hacía lo propio. Mis manos no aguantaban el deseo de tocar su hermoso cuerpo, besar su cara, sus ojos, besarlo entero. Los dos nos excitamos muchísimo y acostados en la arena nos desvestimos; sus labios besaron mis muslos y acarició mi intimidad. Abrí las piernas, la mariposa de mis labios apareció y el laberinto, camino a  la gloria, deseoso de sentir su cuerpo dentro del mío. Apasionado se fundió con la penetración placentera y deseosa de las sensaciones hermosas que con los orgasmos se manifestaron, un tras otro. Era el paraíso.
La gloria y la tarde oscurecida se iluminaron de luciénagas y estrellas: florecitas celestiales que alumbraban nuestros cuerpos en una atmósfera divina. Una luna de plata proyectaba nuestra doble silueta en la arena.
Nos quedamos  viendo el manto azul oscuro e infinito desde nuestro lecho de hierba, donde yo había soñado tantas veces hacer el amor.
Satisfechos y felices brindamos por nuestro encuentro sensual. Recorrimos con los pies descalzos la orilla de la presa, la fresca brisa mojaba nuestros rostros acalorados. Esteban parecía un dios.
Recogimos nuestras cosas y partimos, no sin antes tomarnos una foto en que nos besamos con pasión. Corrimos al carro y ya dentro nos abrazamos amorosamente, nos miramos con ojos sorprendidos , satisfechos partimos a nuestras casas.
Quedamos en vernos el día siguiente para comer, nos despedimos con un fuerte abrazo que rozó nuestra intimidad aún despierta, nos dimos un beso dijimos: hasta mañana entonces.
Yo no podía dormir porque seguía sintiendo su cuerpo ardiente junto a mí, después de darle muchas vueltas en mi mente, me quedé por fin dormida.
Desperté temprano para arreglarme y escoger la ropa que llevaría, escogí unas sandalias doradas, un vestido azul. El perfume La vie est bella.
Timbró muy puntual, eran las 12.00 y, oh sorpresa, él venía con unos jeans azules y camisa azul, lucía hermoso, sus ojos claros resaltaban más el marco de  cara, él también estaba sorprendido y se le veía la felicidad.
Sonreímos, caminamos tomados de la manos hasta su carro.
Había escogido para comer un lugarcito acogedor y bello rumbo a  Delicias. Fue una comida deliciosa y la charla como si nos conociéramos de tiempo atrás. Nos fuimos a pasear por la ciudad, llegamos hasta una alameda con su riachuelo al que metimos las piernas, abrazados nos dimos un beso y yo saqué de la bolsa una botella de vino y un par de copas, degustamos lentamente una y luego otra y ya encendida la llama del deseo empezamos por la piel bajo la ropa siguiendo cada parte de nuestro cuerpo, tocamos nuestra intimidad, besamos nuestros muslos, nuestros pechos, la cara, nos besamos apasionadamente y después sus manos llegaron al cuenco del placer. Separé  las piernas y me penetró con tantas ganas que sentí cómo nos fundíamos en una sola alma, la fragancia húmeda de su semen dentro de mí hizo que nuestros ríos se juntaran en un orgasmo en el que todos los sentidos se unieran en un grito de placer  y pasión. Siguieron los orgasmos y de pronto vi que se iluminaba una estrella que con una luz muy brillante que estremeció mi cuerpo  en una entrega hermosa, placentera, el clímax sucedía en destellos de colores. Puedo decir que me transportó a las puertas del cielo.
Perdimos un tanto la noción del espacio y al recobrarla estábamos en la orilla de la alameda deslumbrados ante la luna menguada e infinidad de estrellitas florecidas.
Volvimos a nuestras casas felices y agradecidos por la dicha de haber nacido.




Dolores Gómez Antillón es licenciada en letras españolas con maestría en educación por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, de la que después llegó a ser directora. Ha publicado los libros Rocío de historias cuentistas de Filosofía y Letras, Apuntes para la Historia del Hospital Central Universitario y Voces de viajeros.

jueves, 26 de julio de 2018

Federico Corral Vallejo. Sinestesias nocturnas en las córneas de la noche

En la foto con otras dos personas Yobany de José García Medina y Federico Corral Vallejo
Tintanueva
Sinestesias nocturnas en las córneas de la noche de Yobany de José García Medina, Premio Nacional de Poesía Rogelio Treviño 2017


Por Federico Corral Vallejo


Empezaré diciendo que Sótanos del insomnio es un libro de prosemas muy bien logrados, porque sin querer queriendo, evoca y demuestra aquella frase de Octavio Paz, para quien: “Todo cuanto el poeta escribe está soterrado en sus miedos, más aún cuando se da cuenta de que todo libro de poemas es en el fondo un diario…” tal cita se vislumbra en el devenir de esta obra, que ha sido acreedora en la cuarta emisión del Premio Nacional de Poesía Rogelio Treviño 2017. En Sótanos del insomnio encontramos los posibles lectores un rompecabezas de emociones detrás del armario, donde las cicatrices del alma se escriben con una goma de borrar indeleble. Sobre todo cuando el pasado ha querido borrar evidencias, marcas y registros. Más allá de estos hallazgos vivenciales el autor utiliza los recursos retóricos de manera precisa y logra vestir de gala a las palabras, para así poder desgajarse y entregarnos el zumo de sus letras que extrae de su corazón nocturno; porque es la noche un punto importante es los XXIII trenos que conforman el poemario:

Tus ojos son la antesala de mi insomnio […] pesan como dos noches sonámbulas caminando sobre mi cara. (Canto III)

Me atrevería a decir que abre y cierra esta obra por demás poética con instancias nocturnas:

Prometo despreocuparme del tamaño de los sueños, arrinconar las miradas precoces, matar de hambre los infortunios del tiempo […] mientras yo, en esta hermosa vida de mierda, miro la tuya. Como quien mira sus sótanos del insomnio… (Canto XXIII)

Muchos son los ojos que convergen en esas miradas versiles que en ocasiones observan fijamente, en otras a duermevela y hasta de reojo; son tantos ojos los que se entrelazan en sus versos donde al parecer también la verdad se inventa, así es como Yobany de José nos plantea un croquis literario donde su pluma se convierte en ARGOS pues letra a letra se agiganta y alarga a tal grado su mirada que nos da cátedra de guardián efectivo de los vocablos y al parecer no se duerme en sus laurales.
Cuántas veces el poeta se regodea en las 7, 8, 9 o 10 metáforas de las que hizo hincapié Jorge Luis Borges en su ensayo sobre Arte Poética y de ahí nomás no sale. García Medina como dije en el párrafo anterior nos observa y se deja observar:
Ardes en los ojos y en la sed a ratos; arrullas y desparasitas la calma. (Canto I)
***
Algo de ti, que no conozco, se pone a inventar infartos a la mitad de mis ojos... (Canto II)
***
Tengo un dolor de madera que adorna la repisa de mis ojos… (Canto VII)
***
En tus ojos cabalgan las diez plagas y el remedio para domar su golpe... (Canto XI)
***
Cierto es que mis ojos vomitan la noche, tela anoréxica de luz… (Canto XIV)

Y así podríamos irnos escudriñando los rincones, las orillas, los silencios y las líneas de estos XXIII cantos donde lo mismo nos observan o nos sueñan, nos lloran o nos vomitan, a grado tal que nos hipnotizan las miradas de Sótanos del insomnio, ¿y cómo no hablar de ojos con este título?
La poesía, generalmente nos invita a salvar el mundo sin importarle que estemos a punto del suicidio. Porque la poesía tiende a ser catártica; magia que engendra versos en el vientre de la página en blanco. Este esplendor lo tiene no solo a bien saber sino dominado la pluma, el intelecto y la sensibilidad de Yobany de José, cuyo numen es sin duda un universo surtidor de imágenes:

Si algún día amanezco con la soledad rechinándome en los dientes y vacío de fuerza para enjugarme sus quejidos, deberían por precaución no hablarme de frente. Piénsenlo como una transgresión al canon odOntológico y no como una desgana, o como un parir silencios por el hocico. Ahora bien, si decido contradecirme y me pongo a hacer gárgaras hasta por los ojos, pido por favor un kit completo para el suicidio, color verde, quiero resaltar mis ojos.

Otros elementos que se encuentran dentro de las páginas de Sótanos del insomnio son: como ya dijimos la noche, y los ojos… están de modo audible y visible: la luz y el silencio, el fuego y el hambre, la voz y el deseo; de los cuales se desprenden campos semánticos que ayudan a darle forma y fondo, sentido y estilo a estos Sótanos del insomnio. Esta serie de conjunciones hacen pirotecnia con las palabras cazadas a mitad del viento. De ahí es que surge el campo más apto para formular las sinestesias donde olfato, gusto, vista, oído y tacto nos presentan un desfile de sinestesias en los prosemas de Yobany de José.

Deseo encontrarme con tu mirada al doblar con mis manos cualquier esquina y frotar mi voz en tus ojos para enmohecer ese brillo que traigo atorado en las retinas. Canto XX

***

Supongo que también las manos piensan, arrastran las fibras del calor hasta derramarlas en el suelo, como las cosas a las sombras o como tus piernas a mi boca…Canto XIX

Pero qué es una sinestesia, sino el arte que refiere el uso de elementos artísticos que involucran a diferentes sentidos conjuntamente. La sinestesia es esa figura retórica que consiste en mezclar sensaciones de sentidos distintos como acotamos antes, referidos a la audición, visión, gusto, olfato, tacto omezclar dichas sensaciones con sentimientos como: tristeza, alegría, amor, ira, etcétera, veamos este otro ejemplo.

Envejecido, como cuando tus dedos se ponen a chupar el agua o como cuando me obligo a llorar y tú metes la puntita de tus pies en el charco de mis ojos. Canto XVI

La sinestesia fue muy utilizada en el Simbolismo y el Modernismo, hoy día es una figura retórica de poco uso en la literatura, sin embargo cuando se utiliza del modo correcto como es el caso, le da a la creación literaria un plus que hace que el posible lector se profundice en los mares sinestésicos que nos llevan tajantemente a la corriente que va a la mar de las metáforas.

Mi sangre trae el automático, la cosquilla del tacto desmenuzada, el aceite hecho caldo, lumbre, racimos de plástico… Canto XIII

***

Mi nombre dilata las esquinas de tus piernas, ni siquiera el espiral de tus dedos puede ahorcar su eco; como si mi lengua llegara tarde a tu sed… Canto V
***

Tus yemas lamen los poros de mi hambre con un filo de caricia, que corta sin herir; que esculpe una hemorragia fingida donde remojo la punta de mis penas. Canto IV

Cabe acotar que la sinestesia no es una figura propiamente de la poesía, también se da en la música, en la pintura… Si bien Sótanos del insomnio es un poemario temático construido en prosa, es casi redondo, y digo casi porque quiero señalar dos puntos que desde mi perspectiva crítica hacen que de una u otra manera no llegue a la redondez: por un lado, tenemos el prosema o Canto XXI que desde esta nueva lectura siento que rompen con el sentido y la temática y por otro lado el uso de la comparación con el “como”. Si bien el “como” nos lleva a la genética de la metáfora, el exceso hace que de pronto decaiga al lugar común, el cual si bien no está peleado con los buenos versos y ellos abundan y engalanan este poemario que tuvo a bien ser elegido de manera unánime por los jurados dictaminadores del Premio Nacional de Poesía Rogelio Treviño 2017.
Enhorabuena Yobany de José García Medina.
Ciudad de México 2018.






Federico Corral Vallejo. Parral Chihuahua, 1969. Poeta, ensayista, crítico y editor. Entre sus obras editadas destacan: Desprovisto de equipaje, A capella 440 y Cartografía de una casa. Su obra ha sido traducida al inglés, francés y portugués; y editada en Estados Unidos, Cuba, España, Argentina, Perú, Brasil, Puerto Rico y México. Dirige Tintanueva Ediciones desde 1997.

martes, 24 de julio de 2018

Carmen Julia Holguín Chaparro. Señora Santana

Señora Santana


Por Carmen Julia Holguín Chaparro


Para Miguel Esteban


Señora Santana,
¿por qué llora el niño?
Por una manzana
que se le ha perdido…


Pero el niño no llora
ni se duerme con la nana
que le canta su abuela.
Le gusta oírla,
arrullarse sin cerrar los ojos,
jugar a que es un bebito
y que el mundo
cabe en ese pedazo de cama,
en esa mano de arrugas
que le palmea la espalda
suavecito
mientras le dice
que   arriba del cielo
hay un agujero
por donde se asoma
Calzones de Cuero…
Y entonces viene la risa,
porque quién sabe cómo
se imagina el niño a ese personaje
extraño del que habla
aquel canto.
Ella le dice que se vaya
mucho al demonio
porque ella sí tiene sueño
y se voltea para dormir.

Él se queda despierto y divertido,
saboreando la manzana
perdida
y el eco de la voz
de Cachetana




Carmen Julia Holguín Chaparro es doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Nuevo México. Al lado de su trabajo académico, escribe cuento y poesía. Ha participado en encuentros de escritores en distintas partes de México, Estados Unidos y Argentina; hay textos suyos en antologías y revistas de México, Estados Unidos, España y Uruguay. Tiene dos libros de poemas: A tu prójimo amarás (2008) y El que tenga oídos… (2014).

domingo, 22 de julio de 2018

Reyna Armendáriz González. Así la recuerdo

Así la recuerdo

Por Reyna Armendáriz González

Apenas el primer semestre en la Universidad. Apenas moviéndome entre el asombro violento de los camiones urbanos, que no conocía, y buscando trabajo para poder persistir en mi sueño de estudiar letras. Así, dispuesta a ir adelante a todo lo que da, incluso con el último aliento apostado a mi maltrecha salud, llegó el momento de los primeros exámenes.
Mi maestra, alta, de gesto adusto, que se hacía temer, nos repartió unas hojas largas, amarillas, escritas a máquina. En ese examen había kilos, toneladas de material de estudio, incluido el Mío Cid. Si te sabías todo y escribías como bólido, apenas te alcanzarían las dos horas para terminar. Yo vi el examen y –¡listo! pan duro pero comido– me dije. Al terminar, muy satisfecha, dejé mi examencito en el escritorio de la maestra y muy bien portadita di las gracias. Después de un buen rato salió otro compañero:
N´hombre, me faltó casi todo lo del Mío Cid. Las de la primera línea creo que sí me las supe, pero las de la línea del final, nada.
Y yo:
¿Línea del final?, ¿cuál línea del finaaal?
Pues en toda la parte del Mío Cid había dos líneas para responder la manera en que ocurrieron los acontecimientos, una grande al principio y otra muy chiquita al final. Cada una tenía dos reactivos.
Noooo-pue-de-ser. La del final era muy pequeña, se me hizo rara pero supuse que era un guión o algo así. Además las instrucciones no decían nada.
Sí, bueno. Yo supe porque la maestra lo comentó.
¡Pero comentó después de que yo salí! Déjame ver si puedo hacer algo, porque entonces son muchos los reactivos que dejé sin contestar, y yo aquí, tan oronda.
Entré de nuevo al salón y le comenté la situación a la maestra. Me miró por encima de los lentes muy seria y movió la cabeza:
Ya no le voy a prestar su examen.
Maestra, por favor, es que yo me sé todo eso ¿ve?, es solo que por error no lo contesté.
Volvió a mover la cabeza negativamente.
Ok, maestra, le propongo un trato. Hágame ahorita mismo un examen oral de todo. El Mío Cid completo, pregúnteme lo que sea, lo que quiera y verá que no miento ni se trata de un pretexto de nada.
Y claro, no podía faltar el “¡plis!” de la típica estudiante llorona que hasta ese momento no había sido. Ella movió nuevamente la cabeza:
No dijopero no se preocupe tanto, estuve viendo su examen y aún con todas esas que le faltaron llega muy bien al siete.
“¡No!, ¿un pinchi siete?” pensé “¿me receté hasta los calzones del Ruy Díaz de Vivar para un siete?”. Digo, no es que los números me importaran tanto, pero es que al Cid yo me lo había comido y disfrutado desde la secundaria. Me gustaba un chingo el señor ese, cosa que a mis compañeros no mucho. Más bien lo sufrieron.
No, maestra, pero es que no quiero un siete. En serio, pregúnteme lo que quiera.
Y la incólume señora, ya medio encabronada por la insistencia molesta de esta señorita impertinente, dio fin a la conversación con un golpe discreto de su mano sobre el escritorio:
Lo que debe hacer es seguir estudiando tan bien como dice que estudió para este examen. Mañana nos toca el tema tal, espero que todos vengan leídos ¿eh?, eso espero.
“Ni modo pues” pensé.
Al día siguiente nos sentamos todos muy despichaditos a esperar “el tema tal”.
¿Leyeron? preguntó.
Unos quedaron en silencio, otros dijimos un tímido “sí”.
¿A alguien le gustaría exponer el tema?
Silencio absoluto.
¿Reyna?
¡Chinnn! por más que me escondí. Y claro, había leído para el tema, y bien. Era solo que eso de estar frente a un público, aunque sean los puros zoquetillos de tu salón, siempre me ponía a cascabelear las rodillas.
Mmm…claro maestra y comencé a hablar.
No, no, no, pásele al frente.
¡Moles! ¿al frente? Ay Diosss… pero pasé. Al cabo de unos minutos me relajé. Expliqué, anoté en el pizarrón, me llevé toda la hora. Yo no sé si mi exposición fue ridícula como suelen ser las exposiciones de estudiantes. Lo que sé es que el grupo anotaba y a la maestra le gustó.
Muy bien, siéntese.
Y ahí va la ñoña muy contenta a su pupitre.
Después, cuando nos entregó los exámenes, yo estaba resignada a mi siete, pero encontré un diez grande, con crayola verde.
Pero si baja de nueve en los siguientes exámenes le voy a dejar el siete.
Nunca bajé del diez, pero eso no fue lo importante, porque ahora, después de tantos años, alguien como yo sabe que si una es introvertida y ranchera, si en la vida no le enseñaron a ser cabrona como todo el mundo, tanto pinchi diez no sirve para un carajo. Lo importante fue, pues, que a partir de aquél pequeño incidente con el examen yo gané en la maestra Dolores Gómez una mamá adoptiva, alguien en quien pude confiar, que me apoyó y me hizo sentir valorada siempre en medio de esta ciudad extraña, tan lejos de mi casa,  tan sola con mis sueños y mi salud de perro. A ella le debo también mis primeras publicaciones y hasta mi trabajo.
Por cierto, usted se parece mucho a una de mis hijas dijo una vez.
Desde entonces la maestra, que para muchos conservó un gesto adusto, para mí habló con la voz suave y la sonrisa dulce. Así la quiero y así la recuerdo.






Reyna Armendáriz González es licenciada en letras españolas y maestra en educación superior. Ha dirigido durante años columnas de poesía en El Heraldo de Chihuahua y en otros periódicos de Chihuahua. Sus textos están publicados en antologías y revistas literarias y en sus dos libros de poemas: Estuario: remotas estancias y Yace partido el puente de la niebla. Es profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua.