sábado, 31 de julio de 2021

Sigfrido Viguería Espinoza. Más que palabras onomatopeyas

 

utrora

Más que palabras onomatopeyas

 

 

Por Sigfrido Viguería Espinoza

 

 

Palabras,

más que palabras onomatopeyas.

Signos y señales que no entiendo.

Ensimismadas en la arborescencia del lenguaje.

Diapositivas que desconozco.

Del pensamiento

mímesis.

Dúctiles en la ira.

Lira.

Desplegadas en el océano.

Fábula.

Para el cronista historia.

Mito.

Palabras alargadas por el tiempo,

en la caja nemotécnica de Pandora

 

Sigfrido Viguería Espinoza. Escrito a las 12:23 p.m. el 23 abril 2003 en mi departamento de la Calle 32 en la Colonia Santa Rita, Chihuahua.







Sigfrido Viguería Espinoza es licenciado en letras españolas por la UACH, profesor de Literatura I y II en la Preparatoria Francisco Villa y asesor del Taller de Periodismo y Ecología, instructor de secundaria, modalidad abierta con el programa nacional SEDENA-SEP-INEA, profesor del Colegio Las Américas, a cargo de las materias Español y Ciencias Sociales, profesor de Literatura, Comunicación, Etimologías, Taller de Lectura y Redacción, Filosofía, Geografía, Individuo y Sociedad, reportero en la revista Nosotros, profesor de tiempo completo y coordinador de la Licenciatura en Intervención Educativa, en la Universidad Pedagógica Nacional 08B, Subsede Nuevo Casas Grandes. Publica constantemente ensayos y poemas en medios impresos y electrónicos.

Josías Vargas. Barreras etarias

 

haikús/ Josías

Barreras etarias

 

 

Por Josías Vargas

 

 

 

 

Deseo, morbo...

¿cómo diferenciarlos

en la mirada ?

    ( 26-6-19 )

 

 

 

 

Habiendo tantas

damas posibles

me frena el acoso.

    ( 5-6-19 )

 

 

 

 

Cuando las veo,

los ojos me delatan:

destilan babas.

    ( 17-5-19 )

 

 

 

 

¿Soplas el polvo ?

Así enmohecido, 

al fin te tendré.

     ( 21-4-19 )

 

 

 

 

Tan joven cual yo

jamás vi ningún ruco;

ni tan iluso.

    ( 15-4 19)

 







Josías Vargas escribió la pieza teatral Algunas cosas están colgadas. La estrenó en 1971 en el Paraninfo Universitario, donde fue director, actor y autor. En 2008 y 2009 produjo el programa de radio Los umbrales del paraíso, donde él mismo era el conductor, en el 1040 AM de la Cadena Radiorama, 70 emisiones de una hora. En 2008 compiló para el Gobierno del Estado, el Ichicult y el Congreso de Chihuahua una exposición póstuma de Francisco Reyes Acosta en la Torre Legisltativa. En 2018 publicó su libro Mexico siempre riel, México en el imaginario poético de Bob Dylan. Actualmente publica ensayos en el suplemento TragaLuz de El Heraldo de Chihuahua.

viernes, 30 de julio de 2021

Luis Fernando Rangel. Está jugando el Pachuca contra el San Luis

 

v/ lfr

Está jugando el Pachuca contra el San Luis

 

 

Por Luis Fernando Rangel

 

 

El gol, ese rayo de explosión y regocijo se ha transformado

en un momento de la duda, y es horrible.

Martín Caparrós

 

 

0:0

Aquella tarde el futbol importaba. Fue el sábado. Hugo estaba frente a un monitor viendo cómo su equipo favorito, desde hace un par de años cuando decidió que siempre sí le gustaba el fútbol y abandonó por completo cualquier otro deporte, arrancaba con todo el entusiasmo posible. Se sentían seguros, venían de una buena racha: cinco partidos sin perder. En la tribuna los ánimos estaban a tope. La afición, entusiasmada. El San Luis, que venía de perder dos partidos, no era favorito y distaba mucho de lo que el Pachuca podía hacer: un equipo acostumbrado a ganar de último momento en los partidos más difíciles y que siempre presumía a los mejores arqueros del futbol nacional.

Esa tarde también importaban el amor, la patria y las apuestas. Estaba soleado y Hugo se limpiaba el sudor mientras se preparaba una cuba. El aire acondicionado estaba descompuesto. El comentarista del partido enumeraba a los jugadores y las posiciones a jugar. Hugo los veía y repasaba en la imaginación cada una de las jugadas de los partidos anteriores. Recordaba el magnífico gol que su delantero favorito colocó en la esquina de la portería en un tiro libre. La atajada maravillosa del portero donde, por un segundo, Hugo pensó que aquel hombre podía volar. El gol que al último minuto el mediocampista anotó tras recuperar el balón en un tiro al arco que hizo el otro equipo. Desde ahí corrió por toda la cancha, hasta que lo remató con un hermoso tiro que se filtró entre las piernas de los defensas y el arquero. Entonces Hugo pensó: ¿quién tiene más autoridad para juzgar lo hermoso de un gol?, ¿los comentaristas, los aficionados de la tribuna, los jugadores, los directores técnicos o los aficionados que lo ven por la televisión y se pueden jactar de las repeticiones de cada jugada?

En una cancha en el centro del país, lejos de la televisión, veintidós hombres corrían tras una pelota como Hugo lo hizo en sus mejores tiempos de futbolista de llano. En el otro extremo de la sala, sentados en un sillón, Luis y Silvia conversaban sobre las clases de francés que nunca terminaron; de ahí aprendieron a decir dos o tres frases que guardaban para el sexo.

Hugo apagó el televisor y se sentó a la mesa. Era el sexto día y se hizo el silencio. Se acomodó en la mesa, se recargó sobre sus codos para descansar el rostro y sopló para levantar el cabello que le caía sobre el rostro. Apostó la mitad de su quincena a que ganaba el Pachuca. Sin embargo, no quería ver el partido. Confiaría en la suerte. Mientras, el sol se filtraba por la ventana y rebotaba en todas las cosas como llenándolas de una luz más pura.

Silvia se incorporó. Su piel brillaba en un tono amarillo. Se acercó a la mesa, puso la mochila sobre la silla, con nerviosismo, y le habló a Luis para que se acercara. Luego sacó de la mochila dos chocolates en forma de Hello Kitty. Estaban envueltos en un celofán rectangular con restos de chocolate a los extremos.

Güey, ¿por qué Hello Kitty?

La pregunta quedó en el aire. Al igual que Luis, Hugo y Silvia se preguntaban lo mismo. Nunca entendieron el motivo por el cual los cárteles y los dílers comercializaban sus productos utilizando como distintivo a personajes animados. Sólo lo sabían. Crecieron con historias dignas de telenovelas: afuera de las escuelas daban dulces o tatuajes a los niños para introducirlos al mundo de las adicciones. Sin embargo, el mercado no estaba en los niños sino en los jóvenes nostálgicos. A estas alturas ya habían visto de todo: cocaína en bolsitas con etiquetas donde desfilaban los personajes de Dragon Ball, pastillas con formas de rostros de personajes de series como Los Simpson y Futurama o simulando cubos de Lego, y cuadros de LSD donde Los Caballeros del Zodiaco reclamaban el universo. Sin duda alguna, todo tiempo pasado fue mejor.

Dijo Sofía que estaban cabrones. ¿Quién le va a entrar primero? preguntó Silvia.

Yo respondió Hugo. Lo tomó para morderlo en la oreja. No quería que nadie escuchara.

Pues voy . Luis extendió la mano para tomarlo y mordió lo que faltaba del lado izquierdo del rostro.

Luego fue el turno de Silvia. Dos bocados más. Encendieron el televisor, sirvieron tres cubas y tiraron a la basura las bolsas de celofán. El sol estaba alto y la pelota rodaba por la cancha a miles de kilómetros de ahí.

 

0:1 (72’)

Luis interrumpió a Hugo mientras se lamentaban por el primer gol del San Luis. Silvia no paraba de reír. Luis se fastidió.

No chingues, acaban de pasar diez minutos desde que metieron gol dijo. Es más, ya casi se va a terminar el partido.

Güey, yo sentí que ya había pasado media hora.

Silvia todavía estaba riendo.

Yo sentí como si nomás hubieran pasado dos minutos respondió Hugo. Estaba confundido. Chistó. Tenía que pagar las cuentas y la quincena apenas le alcanzaba.

¿Qué pedo con el reloj? preguntó Luis tras un rato.

No sé, ¿qué pedo con el tiempo? preguntó Hugo.

Entonces la sorpresa inundó el rostro de los dos. El chiste se presentó solo. Imaginaron la escena de dos poetas jóvenes hablando de poesía. En una esquina un poeta que nunca alcanzó la gloria pregunta la hora; en la otra, José Emilio Pacheco así, pachequísimo reclamándole: no me preguntes cómo pasa el tiempo.

No paraban de reír. Los tres compartían un humor simple. Simplísimo. ¿Qué más podían esperar? Crecieron viendo los programas de comedia de televisión abierta y a los comediantes de pastelazo. Hasta se les olvidó el primer gol del San Luis. El Pachuca bajó la guardia. Todo el primer tiempo estuvo al ataque y le llegaron varias oportunidades de gol, pero al arrancar el segundo tiempo se echó a la defensa.

¡No! gritó Hugo.

Pasaron otros diez minutos y el Pachuca se acercó a la portería del contrincante. No fue gol y nadie más volvió a hablar.

Ahora Luis y Silvia descansaban en un sillón. Luis pensaba en comprarse un automóvil clásico. Silvia soñaba con regresar a España y ser actriz profesional. Luis también pensaba que el cansancio de la vida de oficina lo iba a acabar. Ya no era el punk de las clonas y las caguamas. Era un hombre con responsabilidades. Contar cuántos maestros asistían a la universidad, cuántas horas trabajaban, llevar la nómina y ver, con tristeza, cómo su sueldo apenas le alcanzaba para sobrevivir.

Luis se acomodó en el sillón. Se sentía cansado pese a la levedad del cuerpo. Pensó: tengo que pagar la renta, pagar los servicios, llenar la alacena una frase que heredó de su padre, porque realmente nunca llenaba la alacena y guardar dinero para escaparme al cine. Hugo tenía que pagar una apuesta. El cabrón de Paco se lo chingó con dos mil pesos. El sol comenzaba a ocultarse y la pelota descansaba al fondo de la portería.

 

0:2 (90+2’)

Al final del partido cayó la tarde y también cayeron los ánimos. El sol ya no iluminaba todos los tejados, pero el día estuvo soleado, de eso no cabía duda. Lo repitió Luis cuando se puso las gafas de Hugo. También se puso los audífonos enormes de Silvia y le jugó al conductor de noticias al servicio del Estado.

El día estuvo soleado y el Pachuca perdió contra el San Luis.

Luis pensó en el Perro Bermúdez. En la pelota al fondo del fondo: ahí, donde las arañas tejen su nido; donde los topos tienen su madriguera. El Pachuca no anotó ningún golazo, como en partidos anteriores.

respondió Hugo. Apenas se escuchó. Había algo amargo en su voz. Silvia lo notó, pero no quiso preguntar el motivo. Luis solo sentía cómo el peso le regresaba al cuerpo.

Bueno dijo Silvia para romper la tensión, creo que es hora de irme. Tengo que volver a casa.

¿Te sientes bien? preguntó Hugo. Todos sabían que él no se sentía bien.

Silvia asintió con la cabeza. Salió de la casa. Se escuchó el ruido del motor y de nuevo el silencio. Ya era noche.

 

0:2 (Marcador final)

En el taxi de vuelta a casa, Luis escuchó el himno nacional. Su automóvil no funcionó y lo tuvo que dejar cerca de un parque a dos cuadras del centro de la ciudad. Estuvo esperando cerca de media hora por un taxi y cuando por fin se detuvo uno deseó seguir esperando un rato más. El chófer era gordo y llevaba una playera de la selección nacional de futbol casi a reventar. La barba le delineaba el rostro. En el estéreo sonaba una canción de un cantante norteño que se jactaba de ser el más chingón del mundo. El chófer bajó el volumen y le preguntó que para dónde iba. También le preguntó si le molestaba la música. Luis no respondió.

Las doce en punto. Ahora el chófer no preguntó nada y cuando el cantante entonó el recuerdo de gloria y el sepulcro de honor le subió el volumen a la radio para reafirmar el amor a su nación y mostrarle al mundo que su automóvil era una trinchera de la patria. En la guantera llevaba cuatro cigarrillos de mariguana, una bolsa con cincuenta gramos de yerba, una caja de pastillas de clonazepam, una pequeña caja de cigarros con quince tachas, diez envoltorios de cocaína y un sobre de papel con 15 mil pesos en efectivo. Su automóvil era una verdadera trinchera de la patria.





Luis Fernando Rangel es licenciado en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Actualmente es Jefe de Unidad Editorial en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH, donde es editor responsable de la revista Metamorfosis y conductor del programa radiofónico El Pensador en Radio Universidad. Es autor de los libros Hotel Sputnik, Conversación de dos gatos, Poemas para un Lugar Común, Dibujar el fin del mundo y Los líricamente desmadrados. En 2019 coordinó el taller de poesía y la antología No haremos obra perdurable. Recientemente obtuvo el IV Premio Nacional de Poesía Germán List Arzubide con la obra Corridos de caballos.

jueves, 29 de julio de 2021

Elvira Catalina Gutiérrez. Spleen

 

Spleen

 

 

Por Elvira Catalina Gutiérrez

 

 

Por un lado quiero que los días sean eternos

y por otro que acaben ya.

Aunque yo misma no me la crea

es ridículo que el mundo este aburrido.

Es el colmo estar aburrida.

Estoy aburrida.

Aunque hay tanto que hacer, libros que leer, tanto que aprender, amar y conversar. Tanto que viajar, descubrir, bailar, cantar, y tantos verbos más

¡no lo puedo creer!

Estoy aburrida.

 







Elvira Catalina Gutiérrez. Licenciada en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Tiene maestrías en educación y en periodismo. Es profesora de literatura en secundaria y trabaja en radio con un programa cultural. Es autora de un libro sobre el tema Juana de Ibarbourou y otro sobre educación literaria para niños, ambos inéditos. Durante varios años escribió periódicamente en la revista Exprés.

miércoles, 28 de julio de 2021

Karly S. Aguirre y Jesús Chávez Marín, al alimón. Las tardes en el Foxtrot


Las tardes en el Foxtrot

 

 

Por Karly S. Aguirre y Jesús Chávez Marín, al alimón

 

 

Reinaldo era paciente y metódico, parecía el vivo ejemplo de un hombre equilibrado y en muchas formas lo era, excepto porque el mayor de sus propósitos era conseguir el amor imposible de Luciana, la esposa de Enrique, el poderoso director de la empresa global donde Reinaldo era un modesto ingeniero, el más cumplido y puntual de la planta.

Luciana, era una muchacha acomodada que había tenido una vida llena de privilegios y uno de esos privilegios había sido su educación. Estudió Historia del arte en una escuela de renombre, era simpatiquísima y buena cocinera. Enrique, por otro lado, a pesar de sus cuantiosos estudios, era barbaján y soberbio.

Reinaldo la había conocido cuatro años antes, cuando todavía era soltera, en la primera fiesta de Navidad de Motorola a la que le tocó asistir. Ella era la directora de Recursos Humanos, la que había organizado el evento. Manejaba las relaciones públicas con soltura y calidez y al final decidió sentarse en la misma mesa donde estaba Reinaldo, pues le parecía atractiva su seriedad y la manera como él se manejaba en la vida, con pocas palabras y claridad de pensamiento. Él, por su parte, apenas podía creer su buena suerte de estar al lado de aquella hermosa mujer, que siempre le había parecido tan lejana y con la que ahora conversaba en tono de compañerismo y afecto navideño.

Así nació una bella amistad entre ellos dos. Reinaldo no sabía nada de arte y Luciana le fue enseñando poco a poco sobre aquel mundo que a él siempre le había parecido tan retorcido y lejano. Luciana lo invitaba a obras de teatro y a exposiciones; para ella era solo una salida con un amigo, para él eran citas.

Él disfrutaba con plenitud la compañía de la bella Luciana, su olor, su voz, la elocuencia de la conversación. Y eso era suficiente. Jamás se le ocurrió apropiársela con una declaración amorosa, pero en cambio siempre estaba dispuesto para ella, todo su tiempo y su pensamiento se los había dado en ofrenda a esa mujer a la que poco a poco iba queriendo con toda la naturalidad de los amores serenos, los que se cultivan en un jardín de libertad y cariño.

No tenía prisa en acelerar el paso de la relación que crecía entre ellos cada día, con cada mirada y cada sonrisa. Era como el aleteo de una mariposa, etéreo y natural el que nos hace disfrutar del momento, del ahora. Pero entonces sucedió lo impensable. Otro hombre apareció en la oficina y por consecuencia en la vida de Luciana. Reinaldo lo notó inmediatamente, Enrique posó sus ojos sobre ella desde el primer instante que la conoció.

Enrique llegó a la empresa contando ya con el título de director, pues su padre, quien se había retirado, le había cedido el puesto, como suele suceder en el México mágico del nepotismo. Enrique sin ningún esfuerzo había heredado el alto puesto en la empresa y ahora sin ningún esfuerzo había ganado la atención de Luciana.

Para cuando Reinaldo se dio cuenta ya era demasiado tarde, la verdad se vio lento. Luciana lo invitó un café en el Foxtrot para comentarle que andaba saliendo con Enrique: a Reinaldo ya no le cupo la menor duda que en lo que respecta a su amada él era solo un amigo cercano, el hombre de confianza, el amigo gay que tienen todas las bellas. Y eso que no era gay.

En el pasado Reinaldo había planeado confesarle su amor, pero aquel día Luciana comenzó a platicarle algo sobre su mejor amiga, Beatriz, quien era al igual que ella una mujer hermosa. Beatriz estaba decepcionada de Oscar, de quien ella pensaba  era su legítimo amigo pero solo se había acercado con la idea de conquistarla, y para las mujeres modernas esa era una gran ofensa, así que Beatriz no tuvo opción más que enviarlo al nuevo territorio internacional de la friendzone. Desde aquella charla Reinaldo temía ganarse un boleto todo incluido para aquella isla solitaria donde se envía a los pretendientes que se acercan con disfraz de amigo.

Ahora, pensando todas estas cosas, sabía que había que había quedado al margen de la mujer más hermosa del mundo y desde ese momento se hizo el propósito de tener a Luciana, que fuera suya aunque fuera por una sola vez. Primero vio cómo se precipitaban los hechos y cada acción era una flecha que destrozaba sus ilusiones: la petición de mano, la boda, la luna de miel, el primer embarazo. Durante todos esos meses él había iniciado las estrategias de su atrabiliario plan. Lo primero que se le ocurrió fue contratar a un detective carísimo para que investigara hasta el último detalle en la vida de Enrique, desde su nacimiento hasta el año que corre.

Para sorpresa de nadie, el detective descubrió una lista larga y detallada de nombres de mujeres con las que Enrique se divertía frecuentemente desde hacía varios años y lo seguía haciendo desde el inicio de los pocos años de casado. Reinaldo supo que debía informar a Luciana y así en venganza ella caería con facilidad en sus brazos.

Con torpeza inaudita así lo hizo: la citó para soltarle toda la sopa y fue entonces cuando la perdió para siempre:

Reinaldo, nunca pensé que fueras tan vil. Cómo no me di cuenta todos estos años de la clase de persona que eres. Por favor no me vuelvas a llamar ni a vigilar a mi marido, o me voy a ver en la necesidad de ponerte una denuncia. Y no vuelvas a dirigirme la palabra.

Luciana salió del Foxtrot con furiosa elegancia y Reinaldo se quedó de una pieza, chiflando en la loma.

 

The end.

 







Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia letras hispanoamericanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH y publica cuentos en redes sociales.

 Jesús Chávez Marín es autor de Nueve leyendas de Chihuahua, Tecomblates, El tren Chihuahua al pacífico, Diente de león y otros libros. Publica relatos en el periódico Enlagrilla, en Difusión Norte y crónicas en la revista Oserí. Coedita con Javier Chávez Bejarano la revista blog Estilo Mápula.

martes, 27 de julio de 2021

Andrés Espinosa Becerra. La verdadera melodía de Take Five

 

los martes

La verdadera melodía de Take Five

 

 

Por Andrés Espinosa Becerra

 

 

Morello en la batería inicia

junto con el piano,

los sigue el bajo de Wright,

fielmente Desmond destaca en el sax sus frases,

después de la enunciación

inicia esa variante del tema principal.

Una bella melodía.

Ta ta   tata  tata tata tata

la canturrea el pianista,

la señala,

justo en esas brevedades

se descarga

entonces

el cuarteto de Brubeck con Take Five.

 






Andrés Espinosa Becerra, Córdoba, Veracruz 1958, hizo estudios de literatura hispanoamericana. Tiene tres libros de poesía publicados: Quinteto para un pretérito (1996), en coautoría con otros autores; Los días que no duermen (2004) y Una casa con silencio y patio (2019). En 1996 gana el premio Cuauhtémoc de poesía con Domingo Siboney. Tiene algunos proyectos en espera de aparecer, como El ramalazo de los recuerdos y El árbol de los ciruelos.