lunes, 19 de julio de 2021

Luis Kimball. Arras

 

Arras

 

 

Por Luis Kimball

 

 

Toca turno a este libro escrito por el arquitecto Mario Arras, quien ganó la virtud de ser integrado en el catálogo de autores de Monterrey, y logró entre sus discípulos y discípulas escritores tan notables como Mario Lugo. Pero homenajes los hubo en vida y recordamos que los disfrutó.

 

De la ausencia/ es/ saber llevar el tesón/ al asilo del tiempo/ pespuntando/ el anhelo de existir (p. 36).

 

El poemario está lleno de ausencias, de la palabra ausencia, que ya sería la del alma del escritor. Apenas es posible dirimir dos mujeres sin peso específico, menos el nombre.

 

Suavemente la lluvia/ cuelga su silencio/ en las ramas/ de los árboles desnudos (p. 81).

 

Escribe para quitar cosas, para callar el paisaje, aunque es por él que llega exactamente este paisaje calcando del natural solamente esos detalles que llevan a nuestra mollera el hecho de que moriremos, destacando para ello cosas simples que han sido y seguirán siendo lo mismo sin nosotros.

 

Como pájaro lánguido/ el tiempo/ va regando por la noche/ insomnio en las azoteas (p. 82).

 

Es un libro delgado. Al ver que eran 90 páginas de este autor que solo se me había presentado en ediciones minúsculas pensé que no lo sería tanto; pero es que el prólogo, del también arquitecto y escritor Ramón Antonio Armendáriz, da hasta la página 30. Nada de qué quejarse: el autor es consistente hasta en su brevedad. Hubo un escritor Mario Arras: hubo un estilo breve.

 

Entre dedos invisibles/ guarda su celo/ el rocío (pág. 64).

 

Uno alcanza a entrever por la rendija de los versos al hombre que fue, el que debía ser como dictaban mediados del siglo pasado; pero algo más: siempre experimentando, no en la comodidad de la voz amaestrada:

 

La sombra del sueño/ crece contenida/ en las orillas del infinito (p. 51).

 

La cantidad de abstracciones que emplea suele ser un error pero no lo es en su caso; su ecuación es: [(sujeto aliterado) (antítesis) (oxímoron)] y con ella habla de la infinitud del hombre fundiéndose en la orilla desenmarcada de su vista, como la llevan los niños, amantes, borrachos, soñadores o moribundos.

 Concuerdo con el prologuista: “...tiende lazos tanto con el clasicismo español como con el modernismo y el romanticismo”. Guardo el resto del generoso prólogo al lector y me explayo sobre lo que buscaba en este libro y lo hallado.

No hallé en general una poesía del todo madura, pero sí su fruto: el poema. No logré entender qué de ella pueda llamarse contemporáneo; calculo que cabría completa antes de 1940; hay hallazgos originales, pero nada que no hubiera podido encontrar, por ejemplo, Xavier Villaurrutia hasta el mismo año; solo en ese sentido, podría parecerse al estilo predominante en la revista Contemporáneos, predominantemente modernista; en ese sentido, intentará preguntarse todo por una primera vez, medirse con todo y sacar las proporciones:

 

Asolar la voz de las fechas/ vencida por todas partes,/ alcanzar los linderos del polvo (/.../) asistir a la siega de los hombres/ carentes de rostro […] (p. 35).

 

Las virtudes de la poética en Asilo al tiempo, entiendo, pertenecen al hombre formado, necesariamente maduro y obsesivo para recaer en inquietudes que le aquejan desde edades núbiles. Con el tejumbre racionalista y cienticista con que el poeta se entregaba a la reflexión sobre los elementos constitutivos del ser y su razón: el pie a la poética existencialista, tan lleno de preguntas, como de certidumbres insaciables: podrían y debían ser inmediatamente respondidas: de ahí el ultraísmo; mire el dinamismo cuajado, casi el mismo Boccionni:

 

Porque en estos rumores/ anduvimos las calles/ lentamente oscurece la tierra/ y la nieve repite/ la oquedad de la lluvia (p. 49).

 

Se encuentran paisajes tan llenos de nadie, pero definidos en el ángulo de las preposiciones, que recuerdan a De Chirico:

 

Repletos de trance/ los minutos han llegado al cuarto/ con su ruido/ cansados de enterrar los segundos/ hartos de sucesos (p. 39).

 

No sé qué buscará otro lector en un libro de Mario Arras. Yo algo pequeño, una cierta llave que abra el pequeño libro. La encuentro:

 

Ahora/  solo queda/ caminar sin noches ni premura,/ sin deslumbramiento/ de cielos (/.../)/ Ahora/  solo resta/ darle/ asilo al tiempo (p. 42). 

 

Dándole asilo al tiempo, al que queda, vacío de personas. La palabra asilo descompone su etimología para retar la figura del pensamiento. El viento es elemento principal del libro y cierta luminosidad con que también se describe la soledad. El autor escribe con la muerte delante; en ello lleva una plenitud de tiempo. Creo que desde ahí se puede leer todo el libro, ni siquiera hay ya nostalgia.

 

El Hombre es una Ausencia

Algún día/ seremos solo miradas/ cuando la luz/ se funda en el agua/ y las piedras/ encuentren su alma (p. 45).

 

El prólogo nos adelanta que escribía el autor con verso blanco y métrica clásica: cierto es que hay métrica en la mayoría de las estrofas, medidas peculiares, verso blanco, sí, forzando un poco la serie numérica:

 

los momentos/ dispersan soledades/ sobre el tedio (p. 33; el verso inicial es uno de los dos únicos que rompen el patrón en toda la estructura poética).

 

Diría que Mario Arras transcurre Asilo al tiempo con respeto al oficio y conociendo el arte; como apartando para sí toda esperanza:

 

Un río manso es la tarde,/ Enmoheciendo, el tiempo (p. 69).

 

Esa confianza en la palabra del viejo escritor que nos vuelve a dar confianza o ternura también por continuar en el oficio. Mario Arras vivió escribiendo, a pesar de lo breve de sus libros. Como ya mencioné, este también es un libro delgado, así que será mejor no exceder las citas ni exagerar el comentario; tome café o jerez o chocololate y léalo; cada cosa en el texto va sopesada. 

 

Arras, Mario: Asilo al tiempo. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 2000.






Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.

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