lunes, 29 de junio de 2020

Inmóvil. Martha Estela Torres Torres


Inmóvil


Por Martha Estela Torres Torres


Muere, virus peregrino:
no dejas de emigrar,
de producir sufrimiento
Tu poder microscópico.

Con lancetas invisibles
Afectas los alvéolos nocturnos
sin prisa y sin extinción.

En noches estrelladas de interrogantes
no dejas de narrar
historias inveteradas
de quien en confinamiento
pliega sus alas evadiendo el flagelo de la muerte.

Traza nuestro destino
la repetición de la misma historia
un enfermo, otro más, ante la cauda del mundo.

La auscultación del silencio
en fase de luna llena
activa las manecillas del reloj
que se encuentran desorientadas
en esta pandemia impertérrita:
lanzándonos como piedras del Génesis
al desamparo.

Nuestro cuerpo se cimbra al respirar.
Proyecta la sombra inmóvil de la vida
mientras las estaciones cambian
con la facilidad del tiempo.




Martha Estela Torres Torres tiene licenciatura en letras españolas y maestría en humanidades. Entre sus libros publicados están: Hojas de magnolia, La ciudad de los siete puentes, Arrecifes de sal, Cinco damas y un alfil, Pasión literaria y Árboles en mi memoria, Seis lustros de letras y La cólera del aire. Actualmente es profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras y editora en la Universidad Autónoma de Chihuahua.

domingo, 28 de junio de 2020

Alma Rosa Estrada. A mi sociedad


el poema del domingo
A mi sociedad

Por Alma Rosa Estrada

¿Por qué las puertas, por qué los muros? He

tenido que estarme asomando por los agujeros de

las paredes trágicas,
encerrada en lo obscuro,
acechando la luz por cada hendidura.
¡Que me lleguen las chispas de las ciencias

 que amo:
química, filosofía, literatura… por Dios! Déjenme

verlas mejor,
déjenme nadar en ellas,
aunque mi cuerpo sea un cuerpo de mujer. ¡Es tan

amplio el espacio
y tan deslumbrante el mundo que me vedan!

Necesito mirarlo con mis ojos,
razonarlo con mi cerebro

y cantarlo con mi voz.

 
Si me lo impiden serán
–para la eternidad–
responsables de un asesinato
con premeditación, alevosía y ventaja.




Alma Rosa Estrada Comadurán (1929 – 2000) nació en Guerrero, Chihuahua, y vivió gran parte de su vida en Ciudad Cuauhtémoc. Estudió curso comercial en el Instituto América de la ciudad de Chihuahua. En 1993 la UACH publicó su primer libro de poemas titulado Una mujer. En el año 2000 se publicó su segundo libro, llamado Tan cerca de la vida. En 2018 se publicó el tercero: Una mujer tan cerca de la vida. En Cuauhtémoc durante algún tiempo escribió y publicó crónicas  periodísticas en el semanario La voz de Cuauhtémoc. También fue una magnífica violinista y compositora de canciones.

sábado, 27 de junio de 2020

Fernando Suárez Estrada. La pastorcita que alimentaba con poemas a dinosauritos y soñadores


La pastorcita que alimentaba con poemas a dinosauritos y soñadores

Por Fernando Suárez Estrada

El nido, de hojarasca calientita y troncos de alamitos, dejaba escuchar algarabía y sonidos guturales tiernos.
El arroyo de conchas, caracoles y fósiles de reptiles voladores animaba al dinosaurito Quetzalcoatlus, de hocico largo y saltones ojos colorados y traviesos.
Mamá dinosauria no daba con pies ni cabeza. 
Ni las jugosas manzanas golden de la región, las supremas del planeta –masticadas por ella de cinco en cinco, con todo y semillas–, ahuyentaban la ansia terca por volar de la pancita verde y boluda aquella.
¡Cielo emplumado...!  El niño juguetón quería lanzarse a las estrellas sin haber mordisqueado siquiera una esfera suculenta y sin que su ángel de luz le hubiera puesto su pañal de palmas y no había palabras ni gruñidos que lo apaciguaran, primero, y lo reprimieran, después, en su quimera a emprender un vuelo loco hacia la libertad estelar.
Mamá lloraba sentimientos, más que lágrimas.
Alma Rosa, la pastorcita que vivía en la cabaña de troncos de pino, al pie del nevado, perlado y fastuoso Cerro Azul –donde el nido de almas voladoras abarcaba toda la cumbre–, escuchó a su desconsolada amiga y pensó en cómo entrar en los pechos sensibles de aquellos alados bulliciosos para encender la llama de sus sueños, ¡tanto las maternales como las infantiles!
Entonces, la niña de mirada escarbante sacó del fondo de su corazón un poema que tenía escondido para instantes como el presente.
Con voz acariciadora, declamó a los vientos y a esos hambrientos y curiosos oídos que se encimaron a sus labios de cereza:

Hijos...
Como la tierra y el cielo se abrazan
en su horizonte eterno
así los viví, aunada, y así los sigo
viviendo.

¡Alma Rosa mágica!
Su poema resultó alimento liberador. La dinosauria, con un bisbiseo ranchero, y abriendo su mente para apoyar los ensueńos de su travieso lepe, dio una nalgada a ese azorado y relajiento chamaco y este empezó a revolotear hacia el valle.
La Catedral de San Antonio, como faro en la llanura nevada, iluminó con un brillo rosado las nubes en que bailoteaba el dinosaurito y sus campanas de ecos ancestrales llamaban a escuchar una apacible voz de albañil tarahumara –que siempre se hacía presente, desde el cielo, en sucesos armoniosos–, y que fue hijo de una mujer ilustre de nuestra Matria chihuahuense, doña Amparo  (¡aunada a su retoño!), una inolvidable gobernadorcilla de la comunidad de la montaña del Mohinora, el pico más alto de las venteadas Barrancas.
Joven héroe, aquél –también honrado como poeta de hechos–, que ofrendó su vida en la construcción del Templo pluricultural, al caer al vacío y  salvar de una tragedia de añicos a los delicados vitrales del Jesús Morenito –de pantalón de pechera y ojos de sonrisa china–, habiendo reforzado con tornillos divinos sus santificados espacios en las bóvedas, luchando contra un tornado invasor que se empeñó en arrojar al suelo al humilde personaje y a aquellas obras de arte...  Lamentablemente el muchacho, el héroe, el mártir de esa Cuna de Rezos, voló a la eternidad, pero su hazaña quedó grabada, con letras sentimentales, en arcones de oro de lágrimas pueblerinas y en la orgullosa piel de todas las generaciones de sanantoñitos.
Poemas a Pedacitos de Dios, pues, escuchan desde entonces los soñadores alados y no alados del mundo. 
¡Existen corazones dinosáuricos inocentes, para rato!
Y aquella pastorcita, rociando de poemas esperanzadores al Santuario terráqueo y recitando odas a los herederos de armonías de su terruño, se desplazó al fin a las estrellas en una de las alas de mamá dinosauria y el dinosaurito, en la otra aleta, reía contento.




Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.