jueves, 18 de junio de 2020

Alberto Carlos. Mientras no se pruebe lo contrario

Arte de Alberto Carlos

Mientras no se pruebe lo contrario

Por Alberto Carlos

Me duele en el alma tener que decirlo –reza una canción de los años cuarenta– pero si no lo digo de todos modos ya se sabe y el que no lo sabe, así le irá por inocente. Sí, hay cosas que por sabidas se callan.
En fin, si ya ni vergüenza nos da, no me irán a acusar de indiscreto. Lo más probable es que todos nos pongamos el saco y levantemos una ceja displicente para enfatizar nuestra excepcionalidad, cosa que ni uno mismo se va a creer pero, suposiciones aparte, la neta es que todos en mayor o menor grado, de mala fe o por omisión, consciente o inconscientemente, a la buena o a la mala, estamos metidos en el ajo.
¡Ya pues! Suéltala. Bueno, la cosa es delicada. Le saca uno a las represalias. Mejor dejamos una salida, por si las dudas. Vamos a decir a modo de amparo que, si usted, querido lector, es una excepción de a deveras, no se dé por aludido. Ahora sí vamos al grano: ¡Todos somos rateros, mientras no se demuestre lo contrario! Desde el más humilde lavacoches hasta el más encumbrado señorón, en alguna forma, alguna vez, le hicimos al Rafles. Para ilustrar el cuento y refrescar la memoria, ahí va una lista de ilícitos, sin mencionar los robos, robos, robos, redundancia necesaria para dejar establecida la salvedad.
Comete el ilícito:
El que no devuelve un libro.
El que se quedó con mi bolígrafo.
El que se embolsa el encendedor o los cerillos ajenos.
El que da cambio de menos.
El que recibe cambio de más y se hace loco.
El que cobra de más y el que pesa de menos.
El que mete caballo en la nota de consumo.
El que encuentra una pelota desconocida en el patio de su casa y se la queda.
El que encontró una cartera y no la devuelve.
El que pidió prestado y no pagó.
El que se voló los tapones de las válvulas de las llantas.
El que pidió para materiales y nunca entregó el trabajo.
El que llega muy tarde a la chamba y se sale muy temprano, porque tiene a su cuñada muy enferma.
La señora que llega a la casa y dice muy contenta: mira, viejo, la cajera no me marcó el chorizo.
El niño que llega de la escuela con un lápiz, un borrador y una escuadra de más.
El que colecciona ceniceros de los restaurantes.
El coleccionista de toallas de los hoteles.
La que va al mandado y se queda con la feria.
El que le pide una corta para que marche su asunto.
El que te dice: ¡Caray!, olvidé la cartera, ¿pagas la cuenta?
El que se embolsa todos los sobrecitos de azúcar, leche en polvo y café instantáneo que sobraron en la mesa del restaurante.
El que acepta mordida.
El que da mordida.
El que hace rifas fantasmas.
Etc, etc.
Fuera del etcétera, en un lugar de honor, están los rateros al por mayor de la polaca; los asaltabancos que por lo menos corren algún riesgo; el ratero que podríamos llamar de oficio, el cual también se la rifa. En fin la lista sería muy larga; pero con esos ejemplos basta para abrir un campo de meditación auto evaluatoria con miras a darle a la conciencia algo de actividad. No está por demás hacer un poco de ejercicio de conciencia para ver si la revitalizamos y volvemos a darle un uso aunque sea moderado y racional. No es cosa de flagelarnos con remordimientos por pacatas tan minutas pero sí, al menos, darnos un jalón de orejas. No olvidemos que la impunidad proporciona confianza y se va de menos a más, pian pianito, hasta llegar a un Partenón o a una Colina del Perro.
Aquél que esté libre de pecado no arroje la primera piedra, simplemente póngase a llorar su soledad y espera a que la posteridad se lo premie, siempre y cuando demuestre lo contrario de lo otro, y si no, que se lo demande. 
Febrero 1984




Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas, avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.

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