Arte de Alberto Carlos
Mientras
no se pruebe lo contrario
Por Alberto Carlos
Me
duele en el alma tener que decirlo –reza una canción de los años cuarenta– pero
si no lo digo de todos modos ya se sabe y el que no lo sabe, así le irá por
inocente. Sí, hay cosas que por sabidas se callan.
En fin,
si ya ni vergüenza nos da, no me irán a acusar de indiscreto. Lo más probable
es que todos nos pongamos el saco y levantemos una ceja displicente para
enfatizar nuestra excepcionalidad, cosa que ni uno mismo se va a creer pero,
suposiciones aparte, la neta es que todos en mayor o menor grado, de mala fe o
por omisión, consciente o inconscientemente, a la buena o a la mala, estamos metidos
en el ajo.
¡Ya
pues! Suéltala. Bueno, la cosa es delicada. Le saca uno a las represalias.
Mejor dejamos una salida, por si las dudas. Vamos a decir a modo de amparo que,
si usted, querido lector, es una excepción de a deveras, no se dé por aludido.
Ahora sí vamos al grano: ¡Todos somos rateros, mientras no se demuestre lo
contrario! Desde el más humilde lavacoches hasta el más encumbrado señorón, en
alguna forma, alguna vez, le hicimos al Rafles. Para ilustrar el cuento y
refrescar la memoria, ahí va una lista de ilícitos, sin mencionar los robos,
robos, robos, redundancia necesaria para dejar establecida la salvedad.
Comete
el ilícito:
El que
no devuelve un libro.
El que
se quedó con mi bolígrafo.
El que
se embolsa el encendedor o los cerillos ajenos.
El que
da cambio de menos.
El que
recibe cambio de más y se hace loco.
El que
cobra de más y el que pesa de menos.
El que
mete caballo en la nota de consumo.
El que
encuentra una pelota desconocida en el patio de su casa y se la queda.
El que
encontró una cartera y no la devuelve.
El que
pidió prestado y no pagó.
El que
se voló los tapones de las válvulas
de las llantas.
El que
pidió para materiales y nunca entregó
el trabajo.
El que
llega muy tarde a la chamba y se sale muy temprano, porque tiene a su cuñada muy enferma.
La
señora que llega a la casa y dice muy contenta: mira, viejo, la cajera no me
marcó el chorizo.
El niño
que llega de la escuela con un lápiz, un borrador y una escuadra de más.
El que
colecciona ceniceros de los restaurantes.
El
coleccionista de toallas de los hoteles.
La que
va al mandado y se queda con la feria.
El que
le pide una corta para que marche su
asunto.
El que
te dice: ¡Caray!, olvidé la cartera, ¿pagas la cuenta?
El que
se embolsa todos los sobrecitos de azúcar, leche en polvo y café instantáneo
que sobraron en la mesa del restaurante.
El que
acepta mordida.
El que
da mordida.
El que
hace rifas fantasmas.
Etc,
etc.
Fuera
del etcétera, en un lugar de honor,
están los rateros al por mayor de la polaca; los asaltabancos que por lo menos
corren algún riesgo; el ratero que podríamos llamar de oficio, el cual también se la rifa. En fin la lista sería muy
larga; pero con esos ejemplos basta para abrir un campo de meditación auto
evaluatoria con miras a darle a la conciencia algo de actividad. No está por
demás hacer un poco de ejercicio de conciencia para ver si la revitalizamos y
volvemos a darle un uso aunque sea moderado y racional. No es cosa de
flagelarnos con remordimientos por pacatas tan minutas pero sí, al menos, darnos
un jalón de orejas. No olvidemos que la impunidad proporciona confianza y se va
de menos a más, pian pianito, hasta llegar a un Partenón o a una Colina del
Perro.
Aquél
que esté libre de pecado no arroje la primera piedra, simplemente póngase a
llorar su soledad y espera a que la posteridad se lo premie, siempre y cuando
demuestre lo contrario de lo otro, y si no, que se lo demande.
Febrero
1984
Alberto Carlos. Artista nacido
en Fresnillo, Zacatecas, avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio
siglo de trayectoria, su vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó
una diversidad de técnicas y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura
lo llevó a incursionar en la literatura y el periodismo, en géneros como la
poesía, el cuento, el ensayo, la calavera, el epigrama y la columna, los cuales
publicaba en periódicos como el suplemento Tragaluz de Novedades de
Chihuahua, El Heraldo de Chihuahua, y en las revistas Tarahumara
y Solar.
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