sábado, 13 de junio de 2020

Fernando Suárez Estrada. Castañuelas y sonajas


Castañuelas y sonajas

Por Fernando Suárez Estrada

¡Rosita, oye!  ¡Castañuelas!   ¡Y al ritmo del traqueteo de tus dientitos!
El volcancillo aventaba destellos de coral siguiendo el repiqueteo de esas bailantinas. Y la niña, a ojos cerrados y con una flor en las manos, levantaba al cielo su música dental y la unía, en un dulce abrazo sinfónico, a los sonidos de tambor de unos anillos rosados que brotaban del cráter de aquel monte milenario y al ritmo de las castañuelas –fabricadas con sus manitas– que sacó de la manga de su vestido carnavalesco, gitano, rarámuri, menonita y de olanes chinos.
Los niños del rancho empezaron a rechinar sus dientes de leche y despertaron a los dinosaurios voladores que dormitaban en la pequeña isla de palmeras que flotaba en medio de la majestuosa Laguna de Bustillos. Castañuelas vibradoras, dientitos acompasados, paisaje encendido, cuevas rupestres, ronroneo de reptiles.
¡Aquí está también el Sol que ilimina tus manitas cascabeleras, Rosita!
Y aquel Pedacito de Dios en la Tierra zapateó con hormigas y bisontes y luego sus  castañuelas se dejaron escuchar, inclusive, en los rincones oscuros de las escuelas donde eran encerrados los chamacos malcriados por darles ligazos en las orejas a sus inocentes compañeros de clase.
¡Castañuelear los sueños es tu destino, niña!
Sin embargo, algo faltaba por hacer en aquel rancho lleno de rostros azorados que no entendían lo que estaba sucediendo.
Las castañuelas de la niña, incomprendidas, cerraron sus labios nacarados y bajaron con tristeza sus romanzas al suelo.
Los oídos del mundo permanecían indiferentes a sus retozos y mensajes de amor.
Lágrimas de rocío humedecieron los párpados de aquellas castañuelas.
Pero, entonces, sucedió lo increíble:
Unas ventiscas de arenales bajaron del cielo y comenzaron a danzar alrededor de un tarahumar que hacía rezar a las sonajas de sus tobillos y a la que acariciaban sus huesudas manos.
Y Rosita, al ver la hermosa escena, se animó y empezó a movilizar y a darle voz a su instrumento repicador.
Los indígenas, menonitas, gachupines, chinos y demás pobladores del rancho San Antonio, con sus sombreros de paja, se animaron y dejaron el cafecito en sus estufas de leña y salieron a cantar  aquella original melodía, que se escuchaba desde las nubes, y que era un himno sentimental, entonado en los verdes y dorados alamitos del manso arroyo, al lado de coros de huaraches, botas, violines y castañuelas, elaboradas con serranas piedras de ágata de resonancias ancestrales.
Y el Dios Creador y amoroso de todos, con castañuelas como las de la niña y sonajas en sus pies descalzos, se posó en medio de las familias y armonizó el muñequeo cadencioso y los pasos de baile “a la Sanantoñito querido”.





Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.

3 comentarios:

  1. Me encantó la letra: ¨zapateo con hormigas y bisontes¨, sencillamente fabuloso. Felicidades Lic. en este su día.

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  2. Los Alamitos. Recuerdos de días de domingo, saboreando sandías y jugando a las escondidas. Todo el pueblo se volcaba a saborear la carne asada ....

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