Castañuelas y sonajas
Por Fernando Suárez Estrada
¡Rosita, oye!
¡Castañuelas! ¡Y al ritmo del
traqueteo de tus dientitos!
El volcancillo aventaba destellos de coral
siguiendo el repiqueteo de esas bailantinas. Y la niña, a ojos cerrados y con
una flor en las manos, levantaba al cielo su música dental y la unía, en un
dulce abrazo sinfónico, a los sonidos de tambor de unos anillos rosados que
brotaban del cráter de aquel monte milenario y al ritmo de las castañuelas –fabricadas
con sus manitas– que sacó de la manga de su vestido carnavalesco, gitano,
rarámuri, menonita y de olanes chinos.
Los niños del rancho empezaron a rechinar sus
dientes de leche y despertaron a los dinosaurios voladores que dormitaban en la
pequeña isla de palmeras que flotaba en medio de la majestuosa Laguna de Bustillos.
Castañuelas vibradoras, dientitos acompasados, paisaje encendido, cuevas rupestres,
ronroneo de reptiles.
¡Aquí está también el Sol que ilimina tus manitas
cascabeleras, Rosita!
Y aquel Pedacito de Dios en la Tierra zapateó con
hormigas y bisontes y luego sus castañuelas
se dejaron escuchar, inclusive, en los rincones oscuros de las escuelas donde
eran encerrados los chamacos malcriados por darles ligazos en las orejas a sus inocentes
compañeros de clase.
¡Castañuelear los sueños es tu destino, niña!
Sin embargo, algo faltaba por hacer en aquel
rancho lleno de rostros azorados que no entendían lo que estaba sucediendo.
Las castañuelas de la niña, incomprendidas,
cerraron sus labios nacarados y bajaron con tristeza sus romanzas al suelo.
Los oídos del mundo permanecían indiferentes a
sus retozos y mensajes de amor.
Lágrimas de rocío humedecieron los párpados de
aquellas castañuelas.
Pero, entonces, sucedió lo increíble:
Unas ventiscas de arenales bajaron del cielo y
comenzaron a danzar alrededor de un tarahumar que hacía rezar a las sonajas de
sus tobillos y a la que acariciaban sus huesudas manos.
Y Rosita, al ver la hermosa escena, se animó y
empezó a movilizar y a darle voz a su instrumento repicador.
Los indígenas, menonitas, gachupines, chinos y
demás pobladores del rancho San Antonio, con sus sombreros de paja, se animaron
y dejaron el cafecito en sus estufas de leña y salieron a cantar aquella original melodía, que se escuchaba
desde las nubes, y que era un himno sentimental, entonado en los verdes y dorados alamitos del
manso arroyo, al lado de coros de huaraches, botas, violines y castañuelas,
elaboradas con serranas piedras de ágata de resonancias ancestrales.
Y el Dios Creador y amoroso de todos, con
castañuelas como las de la niña y sonajas en sus pies descalzos, se posó en medio de las familias y armonizó el
muñequeo cadencioso y los pasos de baile “a la Sanantoñito querido”.
Fernando
Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién
García, se tituló con su tesis El espacio
ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de
Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al
derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la
revista Comunidad, editada por la
Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de
bustillos a la epopeya” (2005), Milagro
en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de
grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial
Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.
Fascinante, Ferdinand.
ResponderEliminarMe encantó la letra: ¨zapateo con hormigas y bisontes¨, sencillamente fabuloso. Felicidades Lic. en este su día.
ResponderEliminarLos Alamitos. Recuerdos de días de domingo, saboreando sandías y jugando a las escondidas. Todo el pueblo se volcaba a saborear la carne asada ....
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