La
pastorcita que alimentaba con poemas a dinosauritos y soñadores
Por Fernando
Suárez Estrada
El
nido, de hojarasca calientita y troncos de alamitos, dejaba escuchar algarabía
y sonidos guturales tiernos.
El
arroyo de conchas, caracoles y fósiles de reptiles voladores animaba al
dinosaurito Quetzalcoatlus, de hocico largo y saltones ojos colorados y
traviesos.
Mamá
dinosauria no daba con pies ni cabeza.
Ni las
jugosas manzanas golden de la región, las supremas del planeta –masticadas por
ella de cinco en cinco, con todo y semillas–, ahuyentaban la ansia terca por
volar de la pancita verde y boluda aquella.
¡Cielo
emplumado...! El niño juguetón quería
lanzarse a las estrellas sin haber mordisqueado siquiera una esfera suculenta y
sin que su ángel de luz le hubiera puesto su pañal de palmas y no había
palabras ni gruñidos que lo apaciguaran, primero, y lo reprimieran, después, en
su quimera a emprender un vuelo loco hacia la libertad estelar.
Mamá
lloraba sentimientos, más que lágrimas.
Alma
Rosa, la pastorcita que vivía en la cabaña de troncos de pino, al pie del
nevado, perlado y fastuoso Cerro Azul –donde el nido de almas voladoras
abarcaba toda la cumbre–, escuchó a su desconsolada amiga y pensó en cómo
entrar en los pechos sensibles de aquellos alados bulliciosos para encender la
llama de sus sueños, ¡tanto las maternales como las infantiles!
Entonces,
la niña de mirada escarbante sacó del fondo de su corazón un poema que tenía
escondido para instantes como el presente.
Con voz
acariciadora, declamó a los vientos y a esos hambrientos y curiosos oídos que
se encimaron a sus labios de cereza:
Hijos...
Como la tierra y el cielo se abrazan
en su horizonte eterno
así los viví, aunada, y así los sigo
viviendo.
¡Alma
Rosa mágica!
Su
poema resultó alimento liberador. La dinosauria, con un bisbiseo ranchero, y
abriendo su mente para apoyar los ensueńos de su travieso lepe, dio una nalgada
a ese azorado y relajiento chamaco y este empezó a revolotear hacia el valle.
La
Catedral de San Antonio, como faro en la llanura nevada, iluminó con un brillo
rosado las nubes en que bailoteaba el dinosaurito y sus campanas de ecos
ancestrales llamaban a escuchar una apacible voz de albañil tarahumara –que
siempre se hacía presente, desde el cielo, en sucesos armoniosos–, y que fue
hijo de una mujer ilustre de nuestra Matria chihuahuense, doña Amparo (¡aunada a su retoño!), una inolvidable
gobernadorcilla de la comunidad de la montaña del Mohinora, el pico más alto de
las venteadas Barrancas.
Joven
héroe, aquél –también honrado como poeta de hechos–, que ofrendó su vida en la
construcción del Templo pluricultural, al caer al vacío y salvar de una tragedia de añicos a los delicados
vitrales del Jesús Morenito –de pantalón de pechera y ojos de sonrisa china–,
habiendo reforzado con tornillos divinos sus santificados espacios en las
bóvedas, luchando contra un tornado invasor que se empeñó en arrojar al suelo
al humilde personaje y a aquellas obras de arte... Lamentablemente el muchacho, el héroe, el
mártir de esa Cuna de Rezos, voló a la eternidad, pero su hazaña quedó grabada,
con letras sentimentales, en arcones de oro de lágrimas pueblerinas y en la
orgullosa piel de todas las generaciones de sanantoñitos.
Poemas
a Pedacitos de Dios, pues, escuchan desde entonces los soñadores alados y no
alados del mundo.
¡Existen
corazones dinosáuricos inocentes, para rato!
Y
aquella pastorcita, rociando de poemas esperanzadores al Santuario terráqueo y
recitando odas a los herederos de armonías de su terruño, se desplazó al fin a
las estrellas en una de las alas de mamá dinosauria y el dinosaurito, en la
otra aleta, reía contento.
Fernando
Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién
García, se tituló con su tesis El espacio
ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de
Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al
derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la
revista Comunidad, editada por la
Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de
bustillos a la epopeya” (2005), Milagro
en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de
grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial
Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.
Que bello, me trasladó,a su, Poema y felicidades, Hijo de tal Madre, Poética, fuiste elegido, para ser Poeta. Congratulaciones. Amigo.
ResponderEliminar