¡Vamos, písquele
piedras!
Por Heriberto Ramírez
Luján
Lalo y yo estábamos
parados frente a Jimmy, un gringo fornido de estatura media, yerno de James
Brian Runyan, dueño del rancho surcado por el río Peñasco, a orillas de la
carretera estatal 82, entre el pequeño Hope y May Hill, al sur de Nuevo México.
Habíamos llegado a trabajar al rancho por invitación de mi tío Cirilo, cocinero
y mayordomo del rancho; apenas días antes ambos habíamos terminado la prepa.
Ese día, temprano como
los otros, nos presentamos a recibir instrucciones, en esta ocasión a Jimmy le
tocó girar esa orden “¡Vamos, písquele piedras!” La orden resultaba harto
confusa, porque en los días anteriores habíamos pizcado manzanas, duraznos e
incluso cerezas, pero piedras… así que mi socio y yo nos volteamos a ver con cara
e perplejidad y desconcierto.
El rancho combinaba la
fruticultura con la ganadería, cría de borregos, cerdos y cabras de lana; algo
de agricultura y una fértil hortaliza para consumo. El predio destinado a la
siembra de frijol y forraje era un espacio un tanto pedregoso ubicado aguas
abajo del riachuelo. Para poder entender lo que el yerno del patrón –un hombre
que ya pasaba los setenta– quería, tuvimos que recurrir a los servicios de
traducción o interpretación de mi tío. Lo que Jimmy quería era que fuéramos a
recoger piedras del área de cultivo para facilitar las tareas de la siembra.
Heriberto Ramírez Luján, filósofo mexicano, redacta la lógica
con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en
sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de
su estética. Y de su gran estilo.
Bien, Maestro Heriberto.
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