martes, 9 de junio de 2020

Heriberto Ramírez Luján. ¡Vamos, písquele piedras!

¡Vamos, písquele piedras!

Por Heriberto Ramírez Luján

Lalo y yo estábamos parados frente a Jimmy, un gringo fornido de estatura media, yerno de James Brian Runyan, dueño del rancho surcado por el río Peñasco, a orillas de la carretera estatal 82, entre el pequeño Hope y May Hill, al sur de Nuevo México. Habíamos llegado a trabajar al rancho por invitación de mi tío Cirilo, cocinero y mayordomo del rancho; apenas días antes ambos habíamos terminado la prepa.
Ese día, temprano como los otros, nos presentamos a recibir instrucciones, en esta ocasión a Jimmy le tocó girar esa orden “¡Vamos, písquele piedras!” La orden resultaba harto confusa, porque en los días anteriores habíamos pizcado manzanas, duraznos e incluso cerezas, pero piedras… así que mi socio y yo nos volteamos a ver con cara e perplejidad y desconcierto.
El rancho combinaba la fruticultura con la ganadería, cría de borregos, cerdos y cabras de lana; algo de agricultura y una fértil hortaliza para consumo. El predio destinado a la siembra de frijol y forraje era un espacio un tanto pedregoso ubicado aguas abajo del riachuelo. Para poder entender lo que el yerno del patrón –un hombre que ya pasaba los setenta– quería, tuvimos que recurrir a los servicios de traducción o interpretación de mi tío. Lo que Jimmy quería era que fuéramos a recoger piedras del área de cultivo para facilitar las tareas de la siembra.



Heriberto Ramírez Luján, filósofo mexicano, redacta la lógica con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de su estética. Y de su gran estilo.

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