Rina y
Rito en Los Alamitos
Por Fernando
Suárez Estrada
Alamitos,
con raíces en el cielo, abrazan a sus hermanos de la Tierra. ¡Asombro
universal!
Rina y
Rito, los dinosaurios voladores más famosos de la Laguna de Bustillos, que con
sus aleteos hacían bailar cadenciosamente a los frondosos alamitos del arroyo
San Antonio, escucharon, desde las nubes, vientos entrerramados, poéticos, y
una voz de niña tarahumara que, en los jarales escondidos bajo el manto de unos
tallos cubiertos con delicados abrigos de hojas otoñales, canturreaba con mucho
sentimiento un corrido que le había compuesto a la isla Atlántida: “cunita de mis ancestros/ rayo de sabidurías/
te canto en los alamitos/ caricias del corazón...”
Invitada
se sintió la pareja voladora a tararear esas coplas a la tierra sagrada de la
que provenían también sus ancestrales reptiles alados, los que, después de
alzarse sobre aquella isla mágica que se hundía, llegaron a prodigar sonrisas y
apapachos a este nuevo y seductor pueblo pluricultural, y a su hechicera y
bulliciosa Laguna, de los que se enamoraron perdidamente.
Era de
dinosaurios de bien corresponder a lancheros y a aquel azulado estanque –y sus
ventiscas amorosas–, quienes un lluvioso día de San Antonio los invitaron a
vivir en sus arenosas riberas, muy parecidas a las de la Atlántida de sus
melancolías.
Alamitos
arrulladores... ¡Vámonos a conocer tus sueńos!
Al
bajar con revoloteo de sombrillas, se acercaron también al follaje una
violinista de cabellos ensortijados y un carialegre menonita con su acordeón
recargado en la panza.
El
pasto seco se emocionó y alzó sus sus bracitos al cielo al escuchar los versos musicales de aquellos y al ver también
al líder de los rancheros, don Belisario, presto ahora no para organizar
montajes de revolucionarias obras teatrales al aire libre –en noches de
veladoras y lámparas de petróleo–, bajo la inspirada dirección de su solidaria
y muy respetada esposa Luisa, ni tampoco para moderar asambleas deliberantes,
en esa extendida alfombra petatera, sino para elevar sus elegías al lado de
aquella comunidad unida bajo las cúpulas del Templo de Los Alamitos que tanto
han servido siempre, y no se diga en esta histórica ocasión, de sagrados
oratorios, a liberales respetuosos de todas las creencias religiosas y de
quienes las profesan o no, a fervorosos católicos, a metodistas como Pascual
Orozco padre y Pascual Orozco hijo, a seguidores de Menno Simons, a orientales
que ahora amenizaban con flautines, también esta singular reunión bajo aquellas
sombras, agradeciendo a sus Dioses y a las sencillas familias de esta localidad
por el recibimiento que se les dio para convivir y trabajar todos en armonía.
―¡Ay,
alamitos, si tus ramales y hojas hablaran! ―dijeron los dinosaurios al abrazar
y acurrucar en sus cálidos pechos a esos troncos curtidos por el Sol y su amiga
la Luna.
Incluso
este par de luminarias sentimentales se reunía a platicar y darse de besitos al
amparo de esos árboles plantados por Dios en este terruño sagrado...
“... te
canto en los alamitos/ caricias del corazón...”
El
crespo arroyo, el volcancillo polveador de noches estrelladas, la laguna
atrayente y los traviesos escuincles que cargaban en sus hombros una jarilla de
alamito con dos baldes de agua cristalina para calmar los berrinches y la sed
de sus parentelas, aportaron sus
murmullos a la algarabía alamesca de San Antonio de Arenales.
Un
concierto de rancho hizo llorar a la humanidad y a los coyotes de las montañas,
a las multicolores aves cantarinas y a los
perritos chihuahueños que vigilaban el Barrio Viejo, su estación de tren
de bandera y a algunas vacas pintas que
pastaban serenamente en los alamitos fraternales, ¡escribientes!, inspiradores,
rimbombantes y fosforescentes.
Fernando
Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién
García, se tituló con su tesis El espacio
ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de
Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al
derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la
revista Comunidad, editada por la
Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de
bustillos a la epopeya” (2005), Milagro
en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de
grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial
Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.
Plasmado, En Poesía, esa Hermosa Laguna. Me Fascina. Poeta, Escritor. Gracias y Felicidades.
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